En 2012 nos guardamos una semana de vacaciones para otoño, y la experiencia fue tan positiva que repetimos en el 2013. Esta vez elegimos un destino más cercano porque queríamos disfrutar del otoño en plena naturaleza, así que alquilamos durante 9 días una casa en el pequeño pueblo de Vidrà, en la comarca barcelonesa de Osona, pero en un territorio que reclama comarca propia, El Bisaura.
En este post no vais a ver las típicas postales de viaje porque el destino no es turístico, al menos del tipo de turismo que se promociona mediante postales. ¿Qué actividades se pueden realizar en otoño en un pueblo como Vidrà? Pues hacer excursiones. Hay un sinfín de rutas por los alrededores, cortas y largas, fáciles y difíciles. La más típica es la del Salt del Molí, de apenas 6km y no muy complicada. Tras descender a través de un bosque, uno de los primeros elementos que nos llama la atención es el puente de Salgueda, de aspecto románico pero no creo que sea tan antiguo, al menos lo que se ve ahora.
Poco más adelante llegamos a la parte baja del Salt del Molí. Realmente la visión es espectacular, y al parecer en los inviernos más fríos se hiela el agua de la cascada. De hecho cuando estuvimos había algo de hielo en algunas zonas marginales.
Otra excursión algo más larga pero fácil, es la que lleva a la iglesia románica de Sant Bartomeu de Covildases, de camino al Puigsacalm. Es la foto que abre el post. Tras varios kilómetros de suave ascenso paralelo a un curso de agua y atravesando bosques, llegas a un claro con las vacas pastando libremente y esta antigua iglesia presidiéndolo todo. Una grata recompensa.
Vidrà está en la antigua carretera que iba de Sant Quirze de Besora hasta Olot. Actualmente es una estrecha y tortuosa pista asfaltada muy frecuentada por camiones madereros, por lo que hay que conducir con precaución. Esta relativa cercanía con Olot nos anima a hacer una visita a la vecina comarca de La Garrotxa. La idea es visitar la famosa Fageda de Jordà en otoño un día de la semana en que no vamos a encontrar a nadie. Tras cruzar un terreno boscoso que en esta época está espléndido llegamos al pequeño poblado de Ciuret, y a partir de aquí la carretera se estrecha más y se hace más difícil a medida que ascendemos por la sierra. Una vez arriba tenemos unas vistas espectaculares del Puigsacalm, La Garrotxa y a lo lejos las cumbres nevadas de los Pirineos. El viaje por esta pista es muy recomendable, pero siempre con precaución por los enormes camiones madereros y las vacas que circulan por aquí tranquilamente con sus terneros.
La Fageda d'en Jordà es un hayedo muy peculiar porque crece en un terreno llano que es la colada de lava de un volcán vecino, el Croscat. Vale la pena pasear por él, mejor a pie que con los carros para los turistas.
Tuvimos la suerte calculada de no encontrar a casi nadie por el bosque, a diferencia de los fines de semana de otoño, en que acude casi toda Catalunya. Hay una ruta que cruza el hayedo y llega hasta el volcán de Santa Margarida pasando por Sant Miquel Sacot. Nosotros sólo llegamos hasta aquí y nos dimos la vuelta.
Una de las ventajas de que este hayedo sea plano es que la vista se pierde tras infinitos árboles, y la luz del sol atravesando las hojas amarillas y aún verdes de los hayas crean un ambiente que no es posible ver en hayedos sobre terrenos más accidentados, sobre todo por la tarde.
Quizás la excursión que más me sorprendió fue una que hicimos a los Bufadors de Beví, en la sierra del mismo nombre en el vecino pueblo de Santa Maria de Besora. La ruta es circular, de unos 8km, y está catalogada como fácil, pero yo la calificaría de moderada ya que se pasa por lugares no aptos para personas con vértigo o respeto a las alturas. El camino comienza suave, discurriendo por una pista entre pastos de vacas al pie de la sierra. Luego rodea la sierra entrando en un bosque de hayas, y hay que estar atento a las marcas de la senda, ya que son verdes y apenas se distinguen del musgo. Al poco, y entre los arboles, empiezas a ver las formaciones rocosas que son los "bufadors", nombre que le viene del aire que sale a veces por estos huecos de roca de la montaña, producidos por un gran terremoto que formó grietas y cavidades por los que circula el aire de manera sonora.
Además en verano el aire es fresco y en invierno no demasiado frío, con lo que se crea un microclima que permite que se desarrollen aquí especies vegetales únicas que no hay en otros sitios. La sensación allí es extraña, como la de estar en el Parque Jurásico.
Pasada la zona de los "bufadors" el camino empieza a ascender hasta situarse en lo alto de una cresta de la sierra, casi en el punto más alto de la misma. Las vistas quitan la respiración. Luego ya el camino desciende hasta llegar al punto de partida de la ruta.
Los nueve días nos permitieron realizar muchas más excursiones por la zona, pero yo creo que sólo éstas son las que me han dado las mejores postales.
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Osona y La Garrotxa, Barcelona y Girona.