¿Recuerdan aquellos tiempos cuando la vorágine consumista nos incitaba a buscar compulsivamente la felicidad y la satisfacción inmediata de los deseos al precio que fuera? ¿Recuerdan cuando lo queríamos todo y de inmediato? Seguro que recuerdan también cuando los mileuristas eran unos jóvenes muy preparados académicamente, con estudios de idiomas, posgrados y masters, pero con salarios de pena. ¿Lo recuerdan? Pues bien, esos tiempos no volverán, incluido el salario de mil euros que hoy se ha convertido en un objetivo prácticamente inalcanzable.
Cuando la estafa, que llamamos crisis, se cebó con nosotros, disfrutábamos de un incipiente estado de bienestar que apuntalaba logros importantes. Es cierto que la derecha, con sus distintas caras, llevaba años preparando el asalto: reduciendo el papel del Estado, amputando derechos sociales o propagando la idea de la desaparición de las ideologías y el que todos los políticos eran unos indeseables. Es cierto que lo venían intentando con el control de los medios de comunicación o favoreciendo la sanidad, educación y universidad privada en detrimento de la pública. Es cierto también que nosotros, los ciudadanos, tenemos cierta responsabilidad cuando, cegados por la pompa, no supimos detectar el peligro de una derecha decidida a la demolición, una socialdemocracia traicionando sus principios y a sus votantes o una izquierda que minusvaloraba el estado social alcanzado y que ahora reivindica.
La escolarización de todos los niños y una universidad de acceso asequible, con tasas soportables y becas necesarias, permitió a muchos hijos de trabajadores formación académica. La sanidad publica, universal y gratuita parecía ser un derecho consolidado hasta que el actual Gobierno comenzó a considerar la salud como un negocio y la enfermedad como una vía de financiación. El paro, que siempre ha sido una lacra, tenía prestaciones para mitigar la necesidad. Ahora, cuando mayor es el número de parados, menores son las ayudas y cuando ante la falta de trabajo, la pensión de los abuelos se convierte en el único ingreso para muchas familias, Rajoy y sus ministros, planean una reforma para que los pensionistas presentes y futuros, pierdan poder adquisitivo con la falsa justificación de garantizar los pensiones.
Así las cosas, cuando salgamos de la crisis, la desigualdad social será aún más evidente. Ni la educación, la sanidad, las prestaciones sociales o las pensiones serán parecidas a las que hemos conocido. Es cierto que la vida del obrero siempre fue comprada por un puñado de necesidades pero, cuando salgamos de la crisis, nadie hablará del precariado ilustrado porque, para entonces, se habrá realizado la criba social por el expeditivo filtro del tanto tienes tanto vales. Seguirá existiendo el precariado, pero eso de ilustrados estará aún más condicionado, no por el talento sino por las posibilidades económicas. Cuando salgamos de la crisis, existirán los precarios pero con menos formación y menor cualificación profesional; los dependientes, serán considerados una rémora para las cuentas del Estado y serán arrojados al barranco del olvido y el desamparo. Cuando salgamos, si salimos, lo haremos con trabajos más efímeros, salarios aún más insuficientes, derechos ciudadanos travestidos en caridad tipo “Ustedes son formidables” y unas formaciones políticas y sindicales que para entonces, o se han transformado o serán la coartada perfecta para que la democracia ciudadana sea una quimera definitivamente imposible. Cuando salgamos de la crisis nos encontremos un paisaje de derechos sociales devastado, con ciudadanos más desiguales, más pobres, con menos oportunidades y más resignados.
Cuando nos decreten que hemos salido de la crisis, entonces, será el gran triunfo de la derecha.
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