
Precio justo.
Andábamos metidos en negocios turbios. Montábamos el cirio por donde quiera que fuéramos. Mi colega Eladio y yo, por turnos, a golpe limpio, desplumábamos al más pintado. Aquello se convirtió en nuestro oficio y nos permitía ser importantes. El conseguir dinero rápido era lo único que nos preocupaba. No había diferencia entre extorsionar al de la tienda de la esquina o robarle la recaudación al lotero. A esto último le encontrábamos especial atractivo, ya que además del botín nos quedábamos varios boletos de lotería, por si tocaba.
Gran error.
Aquí estamos ahora, esperando que el juez se pronuncie. El abogado ya se calló.
¡Que cierto es el dicho! “La lotería hay que pagarla.”
Torcuato González Toval
