Revista Diario

PREFAB: the comeback

Publicado el 28 abril 2013 por Francescbon @francescbon
PREFAB: the comebackNo recuerdo si fue 1987 o 1988. Volé de Barcelona a Mallorca y regreso, en un vuelo de la difunta compañía Spanair. Era verano y hacía un calor espantoso. El aeropuerto de El Prat estaba ya viejo y desvencijado, antes de  una de las sucesivas reformas que desde entonces se le han hecho (seguramente obligadas por cuestiones operativas, pero seguramente agradecidas para bolsillos corruptos). Los asientos de los terminales estaban viejos y los mosquitos asediaban. Mosquitos enormes de los que nos escondíamos tapándonos con papel de periódico. Siete horas de espera en plena madrugada de verano, para un vuelo de 25 minutos. En esa época nada se sabía de derechos del viajero ni de stándards de calidad de servicio ni de hojas de reclamaciones con derecho a compensaciones dignas. Tenías que volar y el avión no salía, te esperabas a que saliera. Otras siete horas para el vuelo de vuelta, tras una semana en que comprendí, definitivamente en mi vida, que en estos climas y en esas fechas los pantalones cortos son la prenda más adulta posible. Regresé a casa a las siete de la mañana cuando debía haberlo hecho a medianoche. La alternativa de la compañía aérea fue llevarnos a un sitio infecto y servirnos una cena fría. A cambio aprendí a jugar al Trivial Pursuit. Qué gran trueque. Cuando llegué a casa y me metí en mi habitación puse Steve McQueen en el plato de mi giradiscos. Tenía 24 años pero la música adulta, elegante y elaborada de los Prefab Sprout era entonces mi preferida. Quería escuchar una tras otra vez los acordes de Appetite o When love breaks down. No por nada en concreto. Por gusto absoluto. O Bonny, que podría ser una de mis cien favoritas de todos los tiempos, sobre todo en ese pasaje instrumental que nunca sé si me lleva a las lunas de Urano o a los agujeros de Marte. Prefab Sprout no eran un grupo tecno aunque me daba cierta sensación de que, con Thomas Dolby en los controles, algún espíritu traslucía. Steve McQueen tuvo que ser absurdamente titulado Two wheels good, four wheels bad en Estados Unidos, por problemas con los herederos del actor de Bullitt. El disco siguiente del grupo, From Langley Park to Memphis, fue el típico disco de grupo que adquiere gran prestigio de repente: tuvo mayor éxito de ventas que el anterior aunque era artísticamente inferior. Sonaba más nítido, como si el otro fuese en blanco y negro y este en colores. Algunas canciones tenían un cierto aire a musical, otras estaban sobreproducidas, otras tenían estribillos demasiado sencillos para el sonido del grupo. No es que me decepcionara: era fan y necesitaba de las nuevas canciones después de haber quemado el disco anterior. Lo que hubieran sacado me lo hubiera metido en vena, amigos. Pero ahora todo ese disco (por cierto, tardé en saber que Langley Park era la población donde se emplazaba la sede de la CIA: sí sabía lo que era Memphis) me suena excesivamente a soul de ojos azules, como cuando Green Gartside decidió llevar a los Scritti Politti a la playa. Bueno, no todo, Hey Manhattan sigue pareciéndome una de las canciones con mejor arreglo de cuerda de la historia.Años más tarde publicaron Jordan: The comeback, ambicioso disco que sonaba a cierre de ciclo, donde dentro de una sensación conceptual perdieron completamente la sensación de encorsetamiento estilístico que cohesionaba sus discos anteriores y optaron por una especie de ópera pop donde todo tenía cabida. Hasta una fallida samba. Las secuencias de ese disco me traían loco: acostumbraba a grabar cassettes y no había manera de hacer que nada encajase con el abrupto inicio de The ice maiden. Joder, una canción perfecta tenía un abrupto final reconsagradamente imposible de encajar con cualquier otra cosa. Bueno: los siguientes discos del grupo iniciaron una lenta decadencia, una especie de imposibilidad de recuperar cierto pico de inspiración. Les dio por los títulos aún más raros. Pasados muchos años, a raíz de ciertos trabajos en solitario que Paddy McAloon, su líder, publicó a su nombre con un marcado tono experimental, supe ciertas cosas: que había atravesado una difícil enfermedad (me acordé de Martin Fry, de los ABC), que aún vivía con sus padres; vi esas fotos como la que encabeza este escrito, con esa barba blanca que (elija cada uno en función de la época) puede ser de Papá Noel, de gurú visionario o de hombre pendiente de otras cosas. Me enteré de que, en esos años de grandes triunfos, el grupo concibió y llegó a grabar varios discos conceptuales, difícilmente vendibles, y que incluso su compañía discográfica llegó a rechazarlos para no saturar el mercado. Uno de ellos, que años más tarde vería la luz, se llamó Let's change the world with music. 






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