Existe aquel tipo de personas aparentemente ajenas al miedo, a la dubitación y a lo sensible. Personas aparentemente frívolas, sensatas y realistas. Inocuos a ellos mismos. Creo que jamás llegaré a entender cómo se puede llegar hacia ese punto de inflexión, de pasotismo. La melancolía no se puede ocultar de manera tan sincera. Francamente, me cuesta llegar a creer que esa gente sea ajena a todo esto. A esa pregunta retórica que consume las ganas de seguir luchando por nada. A esas dudas que hacen que un día, de repente y sin previo aviso, te encante ser asocial. Te apasione huir de los demás por el miedo a no estar preparado para sobrellevar cualquier tipo de relación humana. Y renace aquel sentimiento de agobio que ya habías sufrido en tus propias carnes tiempo ha, y que te había producido una intensa repugnancia.
En el fondo la vida no es más que un ciclo de golpes. Golpes cada vez más grandes. Tú me empujas a mí, yo te golpeo a ti, tú le machacas a él, y él le da una paliza al siguiente. Y todo eso por el no saber qué hacer con tu vida. Lo tienes todo, y no tienes nada. Y entonces te reconcome la idea de por qué coño no ser justo en esos momentos un libro abierto y dejar que los demás comprueben lo que quieres expresar. Eso que el maldito nudo de neuronas cerebrales no te deja soltar porque se ha colapsado. Eso que quisieras decirle a esa persona que piensa que la has olvidado, o a esa otra que te mira pero que realmente no te ve, o a esa, que sigue tus pasos día a día… O a esa que se te escapa dolorosamente… Ni siquiera tienes una explicación para ti mismo. Ni siquiera puedes autojustificar lo que estás haciendo. Eso te consume. Y es en ese momento cuando necesitas a todos, cuando no necesitas a nadie.Ana Esther