Revista Diario
En la jornada previa al Día Mundial de la Salud Mental, un grupo de personas colocó una mesa infortiva en una calle peatonal de Huelva capital para dar difusión al colectivo de personas que sufren enfermedades mentales y a sus familiares. Mi jefe me había hecho el encargo de entrevistar a la presidenta de esta asociación (Feafes). Marina, que así se llama, empezó a hablarme de su propia enfermedad mental y yo me detuve con ella y con otros enfermos y familiares mucho más tiempo. Y los grabé con la grabadora. Al llegar a la emisora, llamé a los compañeros del área de sociedad de la redacción central y les propuse la posibilidad de que me dejaran hacer, desde Huelva, un reportaje para el día siguiente con los testimonios que acababa de recabar. Lo aceptaron y lo hice. Y ese reportaje ha obtenido el Premio Huelva de Periodismo 2012.
Independientemente del valor periodístico que haya visto el jurado en esta pieza, el premio mismo está en trabajar en una empresa (pública, ésta) de comunicación que hace posible abrir ventanas informativas sobre personas de las que no hablamos. Poder hacerlo en positivo, contando sus capacidades, sus problemas, sus reivindicaciones y sus historias fue lo que aquel día dio sentido a mi trabajo. Con estas personas con enfermedad mental es todavía, quizá, más necesario hacerlo porque, más veces de las que me gustaría oir, sólo son protagonistas de la actualidad cuando se cometen actos violentos. Y eso me avergüenza. Tanto el día que me comunicaron que habíamos obtenido el premio como el día que nos lo entregaron fueron jornadas de una felicidad total. Feliz por el reconocimiento (que una periodista a la que admiro desde pequeña como es Rosa María Calaf, presida un jurado que se ha fijado en mi trabajo, me parece alucinante) y feliz, sobre todo, porque he tenido con quién celebrarlo. Física y virtualmente. La alegría de mis compañeros de trabajo, con los que brindé varias veces en la mañana en que saltó la noticia, y la de mis compañeras y amigas periodistas de Sevilla, con las que brindé por aquella noche, me hacían sentir todavía más afortunada. No me olvido del acto de entrega en el que quisieron rodearme muchísimos compañeros de profesión con los que me fotografié cogiendo en brazos a mi hija.
Es un premio que comparto con un compañero que se sienta al otro lado del cristal. Me han contado que, en la emisora en la que trabajo, nunca antes un redactor había compartido ningún premio con un compañero técnico. Hacerlo no es, oibviamente, mérito mío sino demérito de los que me precedieron. Si con mi conpañero Fernando comparto, como un equipo, mi trabajo del día a día, entiendo de justicia compartir las alegrías que son fruto de ese trabajo.