Revista Talentos

Preparativos para pasar a mejor vida

Publicado el 15 mayo 2012 por Isabel Martínez Barquero @IsabelMBarquero
PREPARATIVOS PARA PASAR A MEJOR VIDA
Encendió otro cigarrillo. A pesar de que era el quinto de aquella mañana recién amanecida, no le dio culpabilidad hacerlo y lo disfrutó más que los anteriores. Pensó que de alguna manera había que morir y prefería hacerlo pronto, antes de entrar en la edad cruel donde los humanos asisten a su propia degeneración y se erigen en observadores feroces del particular declive mientras maquinan inútiles argucias para frenarlo e instituyen a su salud como la única actividad a la que dedicar el tiempo.Aspiró con hondura. El médico le había advertido meses antes que, si no dejaba de fumar, moriría pronto; sus pulmones estaban muy dañados y no resistirían la agresión continua del tabaco. Aspiró más profundo cuando recordó las palabras del galeno. Se sentía muy vivo en el acto suicida. Imaginaba el momento en que el aire le faltara definitivamente; su cuerpo lo buscaría de forma desesperada, pero la búsqueda sería inútil.Encendió otro cigarrillo. Deseaba el fin inmediato, en esos momentos en que aún se valía por sí mismo. Estaba en una edad donde todavía el mundo concede el derecho a un futuro, donde cualquier humano se aferra a la vida con fiereza. No deseaba asistir a su propio derrumbe, a que se le nublara la mirada en la visión de la estupidez de la vida, a incordiar con su torpeza a los otros y a convertirse en un fardo que nadie supiera donde depositar, un estorbo del que conviene desprenderse.Sonrió, cómplice de sí mismo. Aquellos pensamientos sólo eran aptos en su fuero interno, no eran susceptibles de ser compartidos con nadie. La mayoría de los humanos jamás lo entendería, ya que era característico de su especie perpetuarse en el tiempo, aun sin un cometido en la existencia que ratificara la presencia en el mundo de los vivos. Bueno, no es que justificara a un individuo por criterios de rendimiento o provecho, pero sí sentía una imperiosa necesidad de desaparecer cuando aún conservaba algo de vigor, el suficiente para no convertirse en un cadáver decrépito que generara los consabidos comentarios cuando acaeciera su muerte próxima: “Estaba muy mayor”. “Más vale así”. “Ha dejado de sufrir”… Quería gozar de ser un elegido en algo y, desde niño, sabía que quienes mueren jóvenes son los elegidos por los dioses. Ahora entendía el sentido de aquella frase antigua, pues la muerte deja en la memoria de quienes sobreviven y de las generaciones futuras una imagen de persona potente y vigorosa, no la de un carcamal que soportó múltiples enfermedades y humillaciones con tal de seguir respirando, aunque al vejestorio no le quedara ya ninguna ilusión por cumplir.Su muerte no sería heroica, pues se lo culparía de habérsela ganado a pulso. No le importaba semejante dato. El aire se le resistiría a su respiración agónica, un dulce mareo lo conduciría a la pérdida de la conciencia y, de allí, a la nada. No le resultaba desagradable en exceso.Salió a la calle. Encendió otro cigarrillo, pero no le dio tiempo a acabarlo. Un automóvil fuera de todo control invadió la acera y lo arrolló en un segundo. Sintió un dolor muy intenso antes de perder el conocimiento. Cuando lo recobró de forma débil y lejana, escuchó varias frases compasivas que aludían a su estado gravísimo: “No saldrá de ésta”, comentaba un médico. “Está destrozado el pobre”, dijo otro.Cerró los párpados, estaba muy cansado. Antes de perder la noción de sí mismo, pensó que todas las precauciones en la vida eran estúpidas, pues no se muere uno por la causa que decide o cuando determina, sino cuando el azar decreta.

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