Revista Diario

Presentación del libro Indio borrado

Publicado el 26 septiembre 2014 por Dukespeaks

Mire, compadre: pic.twitter.com/yQXqoAtQZt

- Luis Felipe Lomeli (@Lfelipelomeli) octubre 11, 2014

Ni con mucho, Monterrey es hoy la historia de éxito que el resto del país vea como horizonte aspiracional. Lomelí trabajó en los barrios citadinos y le tocó ver a los jóvenes marginados por el progreso material de la ciudad, que siempre fue referente por su industria pujante. Pero algo pasó, porque también ahí los contrastes entre ricos y pobres son lacerantes, al grado de que el trabajador no pasó a emprendedor, sino a sicario, como parte de la descomposición que vive el país por culpa del narcotráfico y de la impunidad patrocinada por un sistema político ya inoperante y camino de su propia destrucción. En Cambio de Rumbo, de la Madrid cuenta que López-Portillo invitó al Grupo Monterrey a subirse al carro del boom petrolero, de manera que se endeudaron en dólares y luego la relación se terminó por la nacionalización de la banca. Ahora, quizá, los herederos viven en EEUU de las rentas de la generación anterior, o abusan de la libertad cambiaria depositando sus ganancias en el gabacho. Aquella mística de crecer con la ciudad ha desaparecido (el famoso Tec de Monterrey empezó como una escuela de artes y oficios, tipo Conalep). El propio Loret de Mola, en sus Confesiones de un gobernador, se quejaba de que los políticos del centro dirigían todas las inversiones a Monterrey. Así que, el mentado orgullo norteño, es sólo eso y no una mística de trabajo. Visto desde el Sur, siempre molesta su admiración incondicional a lo gringo, quisieran ser Monterrey, California, la tierra del presidente ultraconservador Ronald Reagan. Y es que el Norte es extenso, un chaparral inmenso, con montañas. Durante años, fue santuario de narcotraficantes, hasta que el precario equilibrio que lo sostenía se rompió. Los que empezaron negándose a pagar un rescate, terminaron cediendo su tranquilidad en todo. Somos, no cabe duda, un país de víctimas, no un país de valientes. Quizá, para hacerle frente a todos esos payasos, haga falta legalizar el tráfico de armas. ¡Y los gringos estarían felices!, ganando millones con el tinglado del narco y la venta de pistolitas, sus bancos lavando dinero a lo largo de la frontera.


¿Dónde quedó el empuje norteño? Subyace herido, muy lastimado por la violencia narca.#IndioBorrado #Puebla #Narcos pic.twitter.com/fflraqdJUZ
- Duke Speaks (@duke_speaks)septiembre 26, 2014

Para fortuna del lector, Indio borrado no es la novela de ninguno de los cárteles de la droga, mafiosos sin honor, salvajes, malos mexicanos (probablemente manejados por la CIA y la DEA), mentalmente enfermos (enfermos de poder). La segunda novela del poeta Luis Felipe Lomelí va de la violencia que baja de los cerros de la ciudad de Monterrey como un impetuoso río de lodo: las pandillas que se alimentan del rencor de los jóvenes ignorados, borrados, con el futuro en la espalda, marcados de muerte; verdadera carne de cañón de los grupos criminales. Sin progreso, sólo hay la ilusión del dinero fácil y rápido. En la novela, las patrullas de la policía apenas recorren dos cuadras de la colonia Revolución Proletaria, en Monterrey. En la dura realidad del México nuestro de todos los días, son las propias fuerzas del orden las que participan del narcoterrorismo ( caso Casino Royale, 2011).

¿A qué hora aparece El Ponchis? - Yussel Dardón nos muestra una impresionante foto del narcoterrorismo: los cuerpos colgados en un puente de Nuevo Laredo, Tamaulipas (mayo 4, 2012). Se le atribuye a Los Zetas, grupo criminal que nació de las fuerzas especiales del ejército, capacitados en EEUU para combatir al Cártel del Golfo, con quienes se aliaron y a continuación se disputan encarnizadamente el control de toda la costa del Golfo de México para el trasiego de narcóticos.

En efecto, Indio borrado se lee de una sentada, entre otras cosas, porque el poeta no abusa del discurso: sintetiza, comprime la imagen, por ejemplo, la del primer beso entre Lina y El Güero. Es triste decir que ni la ilusión del amor detiene al criminal: El Güero se mancha las manos de sangre cuando su pandilla, Los Rats, se enfrenta a todos los demás: Los Dragons, Los Bóxer y Los Calcos. Pero el morrillo llega a lo más: comete parricidio (su padre es un taxista que lo mismo viola a la esposa que a la hija) y Los Dragons se inclinan ante él, porque es peor que ellos. Es el Indio Borrado, tatuado (sí, en la cara, como la capucha del Sub Marcos, su tatuaje rayado esconde su rostro para ser escuchado): escuchamos, sentimos y padecemos, toda su violencia criminal.



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