La espesa niebla envolvía su manto rojo, el halo de luz procedente de sus repulsivos ojos, permitía vislumbrar el camino. No tengas prisa, sonó hueco. No se inmutó, aquella maraña de piel, ramas y arañas, que en algún momento debieron ser pies, continuaban su camino. Tras de sí, la arena húmeda por el rocío de la noche y el hilo de sangre que de su boca brotaba, marcaba su pesada aunque a la vez ligera andadura. De las sombras surgió y continuó a su vera. Blanca su tez, lo besó y con su encaje blanco limpió aquella cavidad llena de escarabajos.
María José Luque Fernández