Las primeras impresiones de las ventas de mis libros en
Kindle Amazon son bastante satisfactorias, ya me voy acostumbrando al continuo
sube y baja de las posiciones de mis novelas en el ranking, lo importante es
que se conservan entre los doce primeros lugares, sobre más de trescientas o cuatrocientas
obras, en las diferentes categorías, como suelo anunciar en Facebook, algunas veces estoy en el primer lugar, otras
bajo como por un tirabuzón al sexto, al décimo, y vuelvo a subir… Esta mañana
estaba otra vez en el primero, cuando
termine de escribir esta entrada, quién sabe.
Pero una de las cosas que más ha llamado mi atención en
estos días es la solidaridad. La gente
que se alegra por mis logros, los que entran a mi muro para felicitarme y darme
ánimo aunque hayan leído la noticia varias veces a lo largo de estas semanas, y
los que frecuentan Twitter, que se han
dado a la tarea de retwittearlos con las noticias de mis novelas. Deseo agradecer desde aquí a las personas
maravillosas que he conocido en esa red social un poco caótica, pero entretenida
y útil, especialmente a Daniel Franco, a Carlos Villanueva, Pedro de los Ángeles,
que repitieron mis invitaciones a leer mis novelas, y a dos personas
excepcionalmente agradables que conocí allí: Xavier Calpena y Ciro Mora, que de
manera generosa y desinteresada me brindaron su amistad y ayuda.
En 24symbols ya están tres de mis novelas: El legado, La búsqueda
y Dimitri Galunov. Y de esta última debo decir algo que me ha dejado asombrada:
es la que está mejor situada allí. Hasta dejaron un comentario y le dieron
buena puntuación. Es por la que menos he abogado, me refiero a que apenas he
hablado de ella, y ya ven ustedes, muchas veces los libros tienen un comportamiento
extraño, o mejor dicho, los lectores. Ellos
se guían por sus gustos particulares, algo que debería saber yo, que soy una
lectora asidua.
También grabé un pequeño fragmento de La búsqueda, y otro de
mis buenos amigos se ofreció a montar el espectáculo, agregándole una bella
melodía de Chopín (no podía ser otro) y el efecto especial de la portada. ¡Gracias
Fernando Hidalgo! A este paso voy a deber
a mis amigos hasta la manera de caminar, pero así es este mundo virtual, nos
ayudamos unos a otros, y es como debe ser.
Últimamente terminé de leer dos obras estupendas. No son libros publicados, son trabajos de
escritores noveles que estoy segura en un momento no muy lejano estarán exhibiéndose
en las vitrinas de las librerías. “La
fotografía” de Fernando Castellano Ardiles, una obra exquisita, cuyo tema está
basado en una fotografía que llegó de manera extraña a las manos del personaje
principal. Aquí un extracto:
Salí a uno de los patios interiores y me
senté en el reborde de una fuente. El sol se reflejaba en las monedas sumergidas;
algunas de ellas parecían ser muy antiguas. Yo no podía dejar de pensar en
Verónica; ya no tenía su fotografía, pero su mirada estaba clavada en mi mente
de tal forma que resultaba tan real como cualquier objeto que pudiera estar
viendo en ese momento. A pesar de que la imagen era siempre la misma, en
ocasiones percibía sentimientos distintos en su mirada; como si fuera un libro
que cada vez que abría contenía una historia diferente. Cerré los ojos y vi en
su mirada ese atisbo de tristeza que debió acompañarla toda su vida.
Y “Viajeros
del picoteórico”, una novela de Rafael Hernandez, un viaje a través de la mente
de un hombre que vive en un mundo propio, una íntima reflexión con su “yo”,
producto de la falta de Prozac o del exceso de él. Para muestra basta un botón:
Dormir se había
convertido en un acto de voluntad, y la voluntad de hacerlo, en una tarea lo
suficientemente laboriosa como para no dejarle a uno dormir. Este contrasentido cíclico y viciado hasta el
infinito me hacía zozobrar en cada uno de mis intentos por cerrar los ojos y
descansar. ¡Era algo imposible! A pesar
de sentir el peso de innumerables noches en blanco empujando cada parte de mi
cuerpo contra un colchón, no era tarea fácil hacer oídos sordos a los
incansables monólogos de la conciencia, relatando largo y tendido cada noche,
como el artista mal pagado de un local nocturno.
Y hasta aquí dejo esta entrada para no cansarlos, pues según
los expertos la atención de una persona llega a su punto máximo a los quince
minutos. Después el interés se diluye.
¡Hasta la próxima!