Pero una de las cosas que más ha llamado mi atención en estos días es la solidaridad. La gente que se alegra por mis logros, los que entran a mi muro para felicitarme y darme ánimo aunque hayan leído la noticia varias veces a lo largo de estas semanas, y los que frecuentan Twitter, que se han dado a la tarea de retwittearlos con las noticias de mis novelas. Deseo agradecer desde aquí a las personas maravillosas que he conocido en esa red social un poco caótica, pero entretenida y útil, especialmente a Daniel Franco, a Carlos Villanueva, Pedro de los Ángeles, que repitieron mis invitaciones a leer mis novelas, y a dos personas excepcionalmente agradables que conocí allí: Xavier Calpena y Ciro Mora, que de manera generosa y desinteresada me brindaron su amistad y ayuda.
En 24symbols ya están tres de mis novelas: El legado, La búsqueda y Dimitri Galunov. Y de esta última debo decir algo que me ha dejado asombrada: es la que está mejor situada allí. Hasta dejaron un comentario y le dieron buena puntuación. Es por la que menos he abogado, me refiero a que apenas he hablado de ella, y ya ven ustedes, muchas veces los libros tienen un comportamiento extraño, o mejor dicho, los lectores. Ellos se guían por sus gustos particulares, algo que debería saber yo, que soy una lectora asidua.
También grabé un pequeño fragmento de La búsqueda, y otro de mis buenos amigos se ofreció a montar el espectáculo, agregándole una bella melodía de Chopín (no podía ser otro) y el efecto especial de la portada. ¡Gracias Fernando Hidalgo! A este paso voy a deber a mis amigos hasta la manera de caminar, pero así es este mundo virtual, nos ayudamos unos a otros, y es como debe ser.
Últimamente terminé de leer dos obras estupendas. No son libros publicados, son trabajos de escritores noveles que estoy segura en un momento no muy lejano estarán exhibiéndose en las vitrinas de las librerías. “La fotografía” de Fernando Castellano Ardiles, una obra exquisita, cuyo tema está basado en una fotografía que llegó de manera extraña a las manos del personaje principal. Aquí un extracto:
Salí a uno de los patios interiores y me senté en el reborde de una fuente. El sol se reflejaba en las monedas sumergidas; algunas de ellas parecían ser muy antiguas. Yo no podía dejar de pensar en Verónica; ya no tenía su fotografía, pero su mirada estaba clavada en mi mente de tal forma que resultaba tan real como cualquier objeto que pudiera estar viendo en ese momento. A pesar de que la imagen era siempre la misma, en ocasiones percibía sentimientos distintos en su mirada; como si fuera un libro que cada vez que abría contenía una historia diferente. Cerré los ojos y vi en su mirada ese atisbo de tristeza que debió acompañarla toda su vida.
Y “Viajeros del picoteórico”, una novela de Rafael Hernandez, un viaje a través de la mente de un hombre que vive en un mundo propio, una íntima reflexión con su “yo”, producto de la falta de Prozac o del exceso de él. Para muestra basta un botón:
Dormir se había convertido en un acto de voluntad, y la voluntad de hacerlo, en una tarea lo suficientemente laboriosa como para no dejarle a uno dormir. Este contrasentido cíclico y viciado hasta el infinito me hacía zozobrar en cada uno de mis intentos por cerrar los ojos y descansar. ¡Era algo imposible! A pesar de sentir el peso de innumerables noches en blanco empujando cada parte de mi cuerpo contra un colchón, no era tarea fácil hacer oídos sordos a los incansables monólogos de la conciencia, relatando largo y tendido cada noche, como el artista mal pagado de un local nocturno.
Y hasta aquí dejo esta entrada para no cansarlos, pues según los expertos la atención de una persona llega a su punto máximo a los quince minutos. Después el interés se diluye.
¡Hasta la próxima!