Sufrir un delito, sea del tipo que sea, a menudo rompe los valores y creencias que teníamos sobre nosotros mismos, los otros y el mundo que nos rodea. Cada persona se enfrenta a su propio y personal proceso de victimización tras sufrir una agresión. Los síntomas que pueden aparecer dependen de las características del delito, de sus propias características personales y de su entorno (el apoyo familiar y sus circunstancias sociales).
A continuación recogemos algunos de esos síntomas pero tenga en cuenta que no todas las personas que han sido víctimas tienen que presentar esta sintomatología:
- Sentimientos de humillación, vergüenza, ira, impotencia, indefensión y culpa. A menudo la víctima se siente responsable de lo sucedido.
- Preocupación constante por lo que ha ocurrido. Recuerdos intrusivos que se escapan de su control.
- Pérdida de autoestima y confianza (en sí mismo y los demás).
- Falta de interés hacia aquellas actividades y aficiones que anteriormente disfrutaba. Pérdida de capacidad para experimentar placer.
- Dificultad para concentrase que puede llegar a repercutir en su vida cotidiana, trabajo y estudios.
- Miedo a acudir a los lugares de costumbre, temor a vivir en un mundo peligroso, sensación de vulnerabilidad y pérdida de control sobre su propia vida. Incluso cambio de domicilio.
- Hostilidad y agresividad.
- Abuso de drogas y psicofármacos.
- Alteración del ritmo (dificultad para conciliar el sueño o despertares nocturnos) y contenido del sueño (pesadillas dónde revive la agresión).
- Modificación de las relaciones personales. Excesiva dependencia de los demás para realizar sus actividades o por el contrario aislamiento.
- Problemas de pareja y sexuales.
Frecuentemente encontramos una primera fase que los profesionales denominamos fase de shock . Suele durar apenas unas horas, y aparecen síntomas como conmoción, conciencia turbia, desorientación espacio-temporal, imposibilidad de aceptar el suceso como real y, a nivel afectivo, un amplio abanico de sentimientos: miedo, impotencia, rabia, ira, abatimiento, culpa, vergüenza, depresión, especialmente si no actuó como esperaba en esa situación. En general, un embotamiento, lentitud y pobreza de reacciones que puede llegar a paralizar a la persona y a no saber qué hacer después de sufrir el delito. No se preocupe son respuestas normales.
“Cada persona vive su propio proceso de victimización y recuperación.””No se está volviendo loco. Se trata de reacciones emocionales normales después de ser agredido”
Posteriormente y durante dos o tres meses (insistimos en que cada persona sigue un curso individual), el embotamiento de la fase anterior va desapareciendo y ahora la víctima tiene que enfrentarse a una tarea fundamental; aceptar y encajar lo que ha sucedido en sus esquemas personales (valores, percepción de sí misma, de los otros…) y en su historia de vida. Es por ello que son frecuente la alternancia de sentimientos, tristeza-euforia, miedo-rabia, autocompasión-culpa. En esta etapa la víctima puede llegar a revivir el delito y lo que sucedió a través de pesadillas, recuerdos intrusivos y flashbacks, y pueden aparecer conductas de evitación de aquello que la recuerde al suceso limitando de forma importante su vida cotidiana.
“No se aísle después de la agresión. Trate de retomar cuanto antes, pero aceptando sus limitaciones, su vida cotidiana. Trate de enfrentarse poco a poco aquellas cosas que teme. El apoyo de los más cercanos (familia, amigos,…) y el trabajo pueden prevenir la aparición de lesiones y secuelas.”
Finalmente, superada con éxito la etapa anterior podemos hablar de recuperación. La vida de la víctima no volverá a ser la misma pero en muchos casos, por increíble que parezca, la persona es capaz de sacar algo positivo de esta dolorosa experiencia y ayudar a otros a superar la suya. Para ello pueden ser estrategias positivas implicarse en grupos de autoayuda, compartir su experiencia con otras personas que atraviesan la misma situación, plantearse nuevos retos, metas y relaciones, reorganizar su vida cotidiana y tratar de seguir disfrutando de sus hobbies.
En otros casos la persona encuentra dificultades para afrontar adaptativamente lo ocurrido. Las conductas de evitación impiden que retome su trabajo y sus relaciones, la vida familiar se ve afectada (problemas de pareja y con los hijos), las pesadillas no desaparecen, aparece abuso de alcohol u otras drogas, problemas de autoestima, síntomas depresivos, estado de alerta continuo, agresividad, etc. Ante esta sintomatología es absolutamente necesario acudir a un profesional especializado para recibir ayuda psicológica.
Evite: el consumo de alcohol, y el uso de fármacos no pautados por su médico, el aislamiento, detenerse en preguntas para las que no tiene respuesta (¿Por qué a mí?).
Recuerde: No es culpa suya.