Princesas

Publicado el 12 diciembre 2014 por Impopular

Lentejuelas, colores y magia. De eso está hecho el vestido de princesa que le regalaron a Daiana por su cumpleaños número cuatro. Y corre por toda la casa luciendolo, y grita algarabía cuando descubre su deseo de querer vivir su vida entera asi, siendo una princesa por siempre.
Su fotografía con el vestido de sus sueños la observa siete años después desde su mesita de luz, lagrimeando por el chico que le vapuleó el corazón con ese No. La almohada mojada y la ilusión en pedazos. Daiana descubre que las princesas también lloran.
El espejo le carcajea. El pantalón no quiere entrar. Otra vez derrapa en sus curvas aunque no sean tan pronunciadas como ella quisiera. La sociedad la estrangula y ayuda a construir la arcada que ella misma se induce con sus dedos ensalivados. Daiana reposa en el inodoro, suspira y descubre que las princesas también vomitan.
Las cinco de la mañana es la hora exacta de la desazón. Esa noche no fue como en sus sueños. Solo quedan soledades bañadas en tequila. Está sentada contra la pared, con el maquillaje corrido y la cabeza entre las rodillas, insoportablemente sola, Todo su mundo se limita a una esquina vacía. Daiana observa sus zapatos salpicados y descubre que las princesas también se emborrachan.
Otra noche de horror hogareño. De nuevo él llega con olor a ginebra y descarga toda la rabia del mundo en su cara y en sus adentros. Sus piernas flojas ya no intentan defenderse y abren el paso a otra tragedia más. Cierra los ojos, aguanta sus nauseas. El ahora duerme y Daiana le da la espalda, se toca la boca, mira su mano y descubre que su sangre no es azul. Su principe tampoco lo es.
Una tarde cataléptica finalmente estalla. Abre el placard y en un ataque de nervios destroza el viejo vestido de princesa, que cae al suelo convertido en retazos.
Pega un portazo y huye. El nunca más le da alas y corre rápido, llorando y pensando que aquella realeza de su infancia, quizás, no era tan real después de todo.
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En cada caricia siente cicatrizar todas y cada una de sus heridas. En cada abrazo se siente protegida, y piensa que no hay castillo o foso repleto de cocodrilos que la pueda defender mejor de cualquier amenza, que su pecho estrellandose con el suyo.Ambos cenan el manjar que él preparó y observan corretear a su pequeña hija, por el comedor con un traje de princesa remendado, mientras se sostiene la corona que se le tambalea por la euforia en sus movimientos. La sigue con la mirada y siente que le cosquillean los ojos a punto de llover.Le da un beso en la mejilla a su marido y se dirige al baño. Se mira al espejo y se centra en la luz clara que tienen sus pupilas. Después de muchos días de penumbras, por fin amanece una sonrisa de reina en su rostro. Y entonces, Daiana descubre que ya no queda reino por conquistar.