Interesante el análisis que hace Pat sobre la capacidad organizativa y directiva de la mujer en el ámbito doméstico, y la falta de aprovechamiento de estas cualidades en el ámbito institucional o empresarial.
Desconozco si ese mundo todavía tan masculino de directivos y ejecutivos de grandes empresas y corporaciones se mantiene por inercia, o porque las mujeres nos retiramos al llegar a una determinada altura del ascenso profesional al establecer otras prioridades, o porque ellos prefieren seguir moviéndose entre hombres para poder jugar a esos juegos de poder tan masculinos que a veces conllevan ciertas “recompensas” y situaciones en las que sería incómodo que una mujer estuviera delante.
Sigue siendo mayoritariamente la mujer la que pide permiso en el trabajo para acompañar al hijo al médico y la crianza de uno o más niños supone muchas visitas, incluso cuando están sanos, que las revisiones periódicas se pasan tan deprisa como las del coche, casi sin darte cuenta. Si añadimos ortodoncias, problemas de espalda o de visión, la agenda no da para más. Y reconozcámoslo, no nos gusta que nos cuenten las cosas, y los padres (por lo menos en mi caso) siempre se olvidan de preguntar algo importante. Estos permisos necesarios se unen a todos esos equilibrios que algunas nos hemos obligado a hacer para compaginar el trabajo con la intendencia doméstica de todos los días, la de saber que hay en la nevera y que pie calzan, por no hablar de la intensa vida social que desarrollan los niños desde la guardería a secundaria a cumpleaños semanal al que hay que acudir con regalo claro, y a los que por cierto acudían muy pocos padres varones, ni siquiera el del homenajeado.
Hubo un momento en mi vida profesional en el que tuve que decidir entre dos caminos, en uno iba a trabajar en algo que me gustaba, necesitaban una persona con mi experiencia y era una empresa consolidada en el sector, podía tener futuro, aunque el horario era inamovible, de los de fichar al entrar y al salir. La segunda opción era entrar en la empresa familiar, un trabajo que no me gustaba, más horas de las necesarias pero la libertad de entrar y salir en caso de necesitarlo. Elegí la segunda opción porque en ese momento decidí que quería tener hijos, y sabía que el jefe-recién abuelo me daría toda la libertad que pudiera necesitar para poder criarlos sin morir en el intento. Aunque al final tanto el volumen de trabajo como el sentimiento de culpa ante el resto de compañeros por abandonar el despacho más de lo necesario hizo que tampoco me tomase muchas libertades.
El caso es que no me arrepiento, he podido estar cerca de mis hijos, acudir a las reuniones del colegio, a sus fiestas de fin de curso, al final de casi todas las fiestas de cumpleaños de sus amigos, cuidarlos las pocas veces que se han puesto malos y sobre todo, conocerlos.
Esto ha sido una rápida reflexión personal basada en mi experiencia, para el verdadero análisis habrá que esperar al viernes, donde espero que Pat nos brinde esa explicación que nos prometió.
O no.