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Procrastinar

Publicado el 05 diciembre 2012 por Karusa @karusa

La primera vez que escuché esta palabra lo hice en inglés. Procrastination. Suena mejor que en castellano, incluso me parece más fácil de pronunciar. Significa retrasar cosas que tenemos que hacer, normalmente sustituyéndolas por otras cosas que nos apetecen más. Vamos, procrastinar es el “ya lo haré mañana” de toda la vida.

Yo odio la procrastinación. Todas las acciones que retraso se me acumulan en mi cabeza como si fuesen spam mental, y cuanto más se retrasan, más me parece a mí que no se van a acabar nunca. Pero este año  me he llevado la palma. La palma de la procrastinación, claro. No he dejado de procrastinar, hasta el punto que no sé si procrastinar la procrastinación, si es que eso se puede hacer. Eso sí, os aseguro que si retraso cosas, no es precisamente para sustituirlas por otras más apetecibles, sino que mi vida ha cambiado, igual que mis prioridades.

En enero me quedé embarazada, y lo primero que hice fue llamar a mi oftalmólogo para decirle que la operación de la vista tendría que esperar. También la moto, y el alcohol…cosas al fin y al cabo sin ninguna importancia. Lo mismo sucedió con mi trabajo. En septiembre del año anterior me habían despedido, y decidí retomar mi agencia de marketing. Y aunque llevaba 3 meses trabajando en ello, con un bombo me parecía a mí que arrancar un negocio sola estaba fuera de mis posibilidades. Y más cuando estaba estudiando un máster. Todo a la vez. Así que decidí posponer el re-establecimiento de la agencia, y sobrevivir como “frilans” hasta que diera a luz, momento en el que me replantearía las cosas. En julio empecé a cerrar proyectos, porque en vistas de mi próxima maternidad no me podía poner a generar más trabajo. Y en agosto tuve un parón total ya que entre la ciática, mi primogénito y las vacaciones…mi físico acabó totalmente k.o.

Entonces llegó septiembre, que para mí es un lunes gigante, lleno de buenos propósitos…pero estaba pendiente del peque, que le tocaba nacer. Y entonces di a luz. Y llegó mi replanteamiento existencial: ¿quién soy? ¿de dónde vengo? ¿adónde voy? Y sólo he obtenido una respuesta: la procrastinación.

Octubre fue un mes de entrevistas, pero ninguna dio su fruto. En noviembre R empezó el parvulario, y el período de adaptación exigía irlo a buscar a las 12.00. Así que durante el mes de noviembre sólo he dedicado a mi vida laboral 3 horas escasas entre recoger y dejar al niño y sacarme la correspondiente toma de leche, eso no se puede procrastinar. Cuando me adaptaba al horario un bicharraco ha entrado en nuestras vidas dejando a mi casa en cuarentena. ¡Un auténtico desastre!

Así que en un plis plas me encuentro plantada en diciembre. Con algunos proyectos por cerrar, ninguno de los cuales son el pan que me da de comer. Aquí estoy. Compuesta y sin planes de futuro. Menos mal que llega enero, que se parece a septiembre y también puede ser mi lunes gigante, lleno de cosas por hacer…y espero que cuanto menos traiga de vuelta el optimismo y la ilusión que me ha hecho perder la puñetera procrastinación.


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