Revista Literatura

Profesión amigo

Publicado el 22 marzo 2012 por Netomancia @netomancia
Eleuterio no es un nombre común. Es el nombre de un amigo. Casi todos en el pueblo lo consideraban su amigo. Y para Eleuterio, cada uno de sus amigos, era su mejor amigo.
Por lo tanto, intentaba pasar el mayor tiempo posible con cada uno de ellos. No resultaba tarea fácil y por lo tanto, para poder cumplir con todos, apenas le dedicaba unos minutos a cada uno.
Sin embargo esos minutos parecían suficientes, porque las despedidas eran con abrazos y hasta mañanas. La noche lo encontraba a Eleuterio cansado de tanto andar. Apenas si le quedaban fuerzas para acostarse, sabiendo que no podría dormir demasiado, ya que muchos de sus amigos eran madrugadores y debía aprovechar para visitarlos bien temprano.
Antes que el primer gallo del pueblo cacareara, sus piernas ya lo llevaban por su itinerario diario. Sonrisa al rostro, semblante feliz y ánimos renovados. Un nuevo día para fortalecer sus amistades había comenzado.
El viejo Florio lo vio venir a través de las cortinas de la ventana y tras resoplar sobre la bombilla, lo que hizo burbujear el mate, le dijo a su mujer:
- Qué pesado este Eleuterio, viniendo todos los días.
Elisa sonrió. Su marido tenía razón, pero parecía tan buen chico.
- Dejalo gordo, decime, cuál de tus amigos te visita todo los días. Es un santo ese pibe.
Florio, que ya se había puesto de pie para ir a abrirle, no tuvo contemplaciones.
- Un amigo no necesita visitarte, un amigo está siempre, dónde sea. Este parece que marcara tarjeta.
El viejo se detuvo antes de llegar a la puerta y sonriendo, miró a su mujer.
- Vieja, atendelo vos y decile que no estoy, que me fui anoche a la ciudad.
- Pero gordo... - sin embargo su marido corrió hacia la habitación y cerró la puerta, dejándola sola en la cocina.
Eleuterio golpeó la puerta tres veces, como de costumbre. Ella se asomó por la ventana y correspondió la sonrisa del joven. Desde allí le informó que su marido no estaba.
- ¿Cómo que no está? - preguntó el joven, que parecía sorprendido.
- Ya te digo querido, se fue anoche. Quizá vuelva más tarde.
- No puede ser señora, me dijo "hasta mañana" ayer y un amigo no miente.
- Eleuterio, él no te mintió - dijo, sabiendo que si lo había hecho y que en ese momento estaba escondido detrás de la puerta de la habitación escuchando la conversación - Surgió algo y tuvo que irse, además, el "hasta mañana" es un saludo simplemente.
El joven se quedó mirándola fijamente. Aquella explicación del "hasta mañana" había sido como un piedrazo en la frente.
- No señora, si uno dice hasta mañana, es hasta mañana. Más si se lo dice a un amigo.
- Bueno querido, entonces mi marido no debe ser tan amigo tuyo si vos lo pensás así.
Ahora el muchacho se quedó pensativo, observando el suelo. Sopesaba aquella respuesta.
- Sabe, quizá tenga usted razón. Es más, me hace dudar de todos los "hasta mañana" de ayer. ¿Y si no son sinceros? ¡Dios! ¿Y si no son sinceros?
Eleuterio se había puesto nervioso. Pensar en esa posibilidad lo había angustiado. Eisa quise subsanar lo dicho.
- Mirá, por ahí es solo mi esposo, que es medio parco con la gente. Probá de no decir primero vos "hasta mañana" y aguardá a que el saludo llegue de la otra parte.
La idea le pareció sencilla y brillante. Se fue raudo a seguir su itinerario. Pondría a prueba a sus amigos. La ausencia de Florio al fin y al cabo le había servido para algo.
La llegada de la noche lo sorprendió entrando a su casa. Parecía la sombra del joven que por la mañana había salido a la calle. Ni se molestó en prepararse de comer, fue directo a la cama. Tampoco preocupó poner el despertador. No había motivos. El resultado de esperar el "hasta mañana" fue nefasto. Nadie lo había saludado de esa forma, nadie lo esperaba al día siguiente. Casa tras casa, amigo tras amigo, se fue retirando mordiéndose los labios y aguantándose las ganas de llorar.
La noche lo encontraba solo, como cada noche. Pero esta vez, sin los afectos que creía tener a lo largo del día. Se sentía desilusionado de aquellos por los que se desvivía.
Lo comprobó al no visitar a nadie por una semana y no recibir en su casa la visita de ninguno, aunque sea preguntando el motivo por el cuál no se lo veía más por el pueblo.
Con el tiempo Eleuterio prefirió la soledad de su hogar al falso abrazo en casa ajena. Así fue como se convirtió en un ser huraño y de pocos amigos. En realidad, ningún amigo.
El viejo Florio fue de los pocos que se percató de su ausencia. Un día le dijo a su esposa:
- Che, sabés que lo extraño al Eleuterio. Al menos me venía a visitar.
- Y entonces ¿por qué no vas vos a verlo?
- ¿A verlo? Dejate de joder, no estoy para perder el tiempo visitando a la gente. Tengo que laburar el campo gorda o querés que cuando pasen los del censo les diga "profesión amigo". Ya vendrá, no te preocupes, ya vendrá.

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