Se masca la tensión en el ambiente. El barullo es una espesa niebla que pende sobre todas nuestras cabezas, más allá de la línea de cajas, entre lastimeras peticiones de chocolatinas por parte de infantes y parloteo variado de ellas, niñas pequeñas peinadas con trenzas y horquillas de purpurina. Hoy es día de faldas, paseo y botas de agua. No hay colegio. Es fiesta.
Empujo el carro de la compra: una lista rápida hecha con ayuda de Él en la mitad de este breve puente que quise -ingenua- ser dedicado a la lectura y el estudio, y se convirtió en correos de respuesta a padres y madres agobiados -ellos, no los niños- por deberes y exámenes. Y es que ni en festivos dejan olvidarse del trabajo. Cruzo los dedos para que no me toque en la caja a mi vecina, esta de ahí a la izquierda, con la que sólo cruzo saludos, no por nada, sino porque no hay más que decir...
Pero no, vuelvo, que me voy y cruzo los temas. Hay tensión, decía, sí, mucha: porque hoy es fiesta y los niños no han tenido colegio. Y no hay nada que moleste más a un padre que las cosas no sean como deben ser: lunes, los niños al colegio, los profesores, a su sitio. Miro de reojo y espero, porque lo sé: alguien lo dirá. Y es que hay demasiado menor de edad entre los yogures y las chocolatinas. Y los padres no tienen tanta paciencia, no, que los hijos son suyos, pero mejor en las aulas, no sea que molesten.
- Cuántos niños hay hoy aquí -comenta la cajera, otra, no mi vecina, mientras me debato entre colocar primero en la bolsa los espaguettis o las botes de tomate frito. La miro de reojo, no sea que me conozca, o la conozca, o sea una madre de incógnito que quiere una tutoría rápida entre la bolsa de los jamoncitos de pollo congelados y los yogures de sabores.
- Hoy es fiesta -vamos al grano, no perdamos tiempo.
Un abrigo de pieles falso que cubre a una clienta, detrás de mí, corrobora lo que dice el calendario: hoy es Santo Tomás de Aquino, patrón de estudiantes, y no se va al colegio, que hay que celebrar mentes pensantes antes de las nuestras.
- Con esos tres meses de vacaciones que tienen los profesores y su sueldo... -suspira la amable señorita de la caja, clin, clin, tomate frito, clin, clin, jamoncitos de pollo.
Vuelvo a mirar de reojo. Seguro que me ha reconodido. Mea culpa, soy profesora, mea culpa, golpe de pecho, clin, clin. Y no puedo, no puedo. Me prometí que no me dejaría afectar, que planearía sobre la balsa de aceite de los comentarios de los demás, que sólo me centraría en que hoy recogería mis gafas nuevas -miopía, astigmatismo-, que mantendría mi casa recogida y acompañaría este lunes de fiesta a Niña Pequeña.
- Señora, si yo cobrara lo que un notario, seguro que no estaría ahora justificando mi trabajo -respondo, clin, clin, patatas. Me mira, me he descubierto, aquí estoy-. La envidia, mire, se arregla estudiando.
Profesores, lacra social de este país en crisis. Mea culpa, sí: soy profesora. Mal va una sociedad que no sabe apoyar a los que intentan salpicar con cultura a pequeños y adolescentes. Clin. Clin.