Gijón bulle. Celebra su Semanona. Sus Fiestas en honor a la Virgen de Begoña. Aprovechando la coyuntura, al edil de Cultura y Festejos se le ocurrió una idea brillante. Alguna vez tenía que ser la primera. Felicidades. Han traído al popular cantante Danny Daniel, afincado en Miami, para que loara las Fiestas de Begoña y abriera la retahíla de conciertos con el primero, hoy en la Plaza Mayor. Hasta ahí todo correcto.
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Ayer fue el chupinazo a golpe de cantos a la esperanza. El cantante gijonés pronunció el pregón. Unas palabras de aliento y de superación personal en medio de este desierto tan desabrido que fueron acogidas con expectación y entusiasmo por los presentes. La inmensa mayoría, como el protagonista, ya peinaban canas. El tiempo es inexorable y nadie escapa a esa realidad taciturna y diáfana. ´¡¡Gijón!! Esta es nuestra semana y que nadie venga a amargárnosla´. Éste era el mensaje principal que ayer rugió desde el balcón de la Casa Consistorial. Y hoy, en el mismo escenario, pero esta vez mirando a la cara institucional del propio concejo, el cantante ha deleitado a propios y extraños, principalmente a una inmensa caterva de vejestorios y vejestorias, algunas de las cuales tenían complejo de quinceañeras desmelenadas en los previos de su primera noche de lujuria y desenfreno. Los ecos de las canciones de este gijones exiliado resuenan en nuestros labios de forma incandescente porque son pegadizas y perennes. Por eso también acudimos a la cita algunos que, aún sin peinar canas, nuestra juventud se tamizó con estas baladas. Tras casi dos horas de actuación, una despedida oficial más que emotiva, y los aledaños de los camerinos atestados de familia del cantante, conocidos, amigos y personas anónimas que sólo querían un autógrafo y, si se me apura, mirarlo más o menos de cerca. Su guardia de corps se ocupó del resto, y se lo llevaron a cenar en compañía de unos pocos exclusivos a un conocido restaurante de la ciudad. Las cosas hay que hacerlas bien, y si no se hacen bien es mejor no hacerlas o, quizás, retirarse a tiempo antes que el barniz de la mugre te salpique inconscientemente. Las exclusiones entre amigos y conocidos no son buenas consejeras. Resultan infames compañeras de viaje que pueden gangrenar otras situaciones. A pesar de la idiotez de turno me alegro por quiénes sí han resultado elegidos. Ellos se merecen pertenecer a ese club tan distinguido. De regreso a casa reflexiono sobre el caso. Eso de que nadie es profeta en su tierra es una verdad absoluta. Danny Daniel tuvo que marchar de su Gijón del Alma para que muchos años después, en esta ciudad que rezuma fiesta y jaranas por los poros de su piel cayera en la cuenta de que al otro lado del charco vivía un gijones que, gracias a su repertorio musical, había logrado convertir a la ciudad de Gijón en la capital mundial de la balada. Raro resulta este respeto. En este país los homenajes se llevan a cabo cuando el homenajeado ya no puede disfrutarlo. ¿Qué ocurrió con Manolo Preciado? Aquí, primero te mueres y después te aplauden. Esta dinámica tan obscena es el pan nuestro de cada día. Al igual que ha ocurrido con Danny Daniel en este momento me vienen a la cabeza los nombres de otras personas a la que hay que rendir pleitesía lo antes posible. Ellos tienen la obligación de disfrutar ese momento. Nosotros de admitirlo y ejecutarlo. ¿Queréis nombres? Santiago Carrillo, Enrique Castro, ‘Quini’, Jordi Pujol, Lina Morgan, Ana María Matute, y otros muchos. No os cansaré con más nombres. Pero sí es el momento también de reconocer otros nombres que, aunque ya no estén, urge reconocer que tenemos la obligación de declararlos profetas en su tierra: Adolfo Suárez, Gregorio Peces Barba, Sancho Gracia, Paco Rabal… En fin, dejémonos de sacudir la gonorrea y pongámonos las pilas antes que sea tarde. Esta vez, Carlos Rubiera acertó. Espero que no sea la última vez.