Revista Literatura

Prólogo de la novela: El Visitante Malgino II, de Fernando Edmundo Sobenes Buitrón.

Publicado el 29 septiembre 2014 por Fesb2011 @visitantemalign

Hoy tengo el gran placer de presentarles el prólogo de mi novela: El Visitante Maligno II.Esta es la información sobre mi obra:
Título: EL VISITANTE MALIGNO II.
Autor: Fernando Edmundo Sobenes Buitrón.
Edición: Autopublicación.
Público: ESTRICTAMENTE PARA MAYORES DE DIECIOCHO AÑOS.
Temática: Terror, Misterio, Suspenso, Sexo, Paranormal, muerte, violencia.
Total de capítulos: Veinticuatro.
Número de páginas: Cuatrocientas veintinueve.
Formato: Digital

Estará disponible este primero de noviembre solo en formato digital en Amazon (Kindle)
Cabe destacar que este trabajo está dirigido estrictamente para personas adultas; ojalá y les agrade…Muchas gracias
Hace tres años, un niño de siete años fue el único sobreviviente de la masacre de su familia a manos de su padre…
Hace tres años, lo que empezó como un simple juego, terminó en una horrenda pesadilla que segó la vida de varias personas y sembró el terror en un idílico pueblo de los Estados Unidos. "¿Qué hacer cuando los más profundos temores y las peores pesadillas se vuelven reallidad?"
"Nadie podrá salvarte..."
http://elvisitantemaligno.blogspot.com/2014/09/prologo-de-la-novela-el-visitante.html
El Visitante Maligno II, de Fernando E. Sobenes Buitrón. Prólogo from fesb
EL VISITANTEMALIGNO II
Fernando Edmundo Sobenes Buitrón 
   (Para móvil)

Diseño de portada: Fernando E. Sobenes Buitrón.
Todos los derechos reservados.Registro en la oficina nacional de derechos de autorDe la República Bolivariana de Venezuela.(En trámite)Safe Creative:18-ago-2014 código 1408181778548
Prohibida su reproducción parcial o total por cualquier medio sin autorización expresa de su autor.

DEDICATORIA


“A mi familia. Al amor de mi vida: mi amada esposa y a mí adorado hijo. Gracias por existir. Sin ustedes no soy nada…”

AGRADECIMIENTO


   A mi gran amor y compañera en esta aventura de vida, mi esposa; por su comprensión y paciencia en los momentos en que me tuve que alejar, adentrándome en los confines de mi mente para poder realizar esta obra. Muchas gracias amada mía.
   TODOS LOS PERSONAJES SON FICTICIOS Y ALGUNOS LUGARES SON PRODUCTO DE LA IMAGINACION DEL AUTOR. EN CASO DE EXISTIR ALGUNA SEMEJANZA CON LA REALIDAD, ES COMPLETAMENTE CASUAL.
  

PRÓLOGO

   El sol anunciando el ocaso del día descendía lentamente en el horizonte de un cielo completamente despejado inundando el firmamento con un matiz naranja, mientras se ocultaba arrebatando la claridad de una jornada más que se aproximaba a su final; creando una hermosa escena. Era la mano majestuosa e incomparable de la naturaleza que en su infinita sabiduría, dibujaba una obra de arte para el deleite de los espectadores; quienes contemplaban extasiados la maravillosa e imponente puesta del astro rey. Para algunos era una obra divina y para otros simplemente un fenómeno natural. Pero eso no era importante; lo evidente y trascendental, era que se encontraban ante un magnífico espectáculo de gran hermosura…
   En aquel momento, un niño de unos tres años de edad corría entusiasmado persiguiendo a las palomas amontonadas en el suelo, mientras éstas huían tratando de eludir a su diminuto acosador. Algunas emprendían el vuelo desplegando con rapidez sus alas blancas, grises y negras, en tanto que otras caminaban raudamente tratando de evadir a su importuno visitante. Esto duraba solamente unos segundos ya que las aves —habituadas a las personas— al parecer sabían que siempre tendrían alguna visita de esos molestos gigantes que en lugar de alimentarlas, disfrutaban asustándolas;  pero luego de unos instantes aterrizaban retornando al mismo lugar buscando algo de comida.
   Aún permanecía mucha gente paseando en la plaza, tomando fotos y observando el solemne lugar con admiración y devoción. En el centro yacía un formidable obelisco de piedra de veinticinco metros de altura y trescientas toneladas de peso de color cemento oscuro conocido como testigo mudo; solemnizando la crucifixión de san Pedro, el cual se hallaba posado sobre un granítico cuadrado de color gris. En su cúspide, erguido de manera imponente apuntando hacia el infinito, se encontraba el símbolo máximo de la cristiandad: una cruz metálica que descansaba sobre una estrella de doce puntas, cuya base era un adorno semejante a copas invertidas y soportada por una estructura metálica adherida al pétreo monumento. En ambos lados a treinta metros de distancia, podían observarse dos fuentes de piedra de forma circular que contaban con tres niveles de altura y destacaban por la belleza de su diseño. Desde sus cúspides fluía constantemente el líquido cristalino derramándose hacia la parte inferior realzando fastuosamente su esplendor. Ambas centraban la atención de los visitantes, principalmente de los creyentes quienes las fotografiaban deseando poder guardar un recuerdo de su presencia en ese sitio tan especial, que los envolvía en un aura de religiosidad y emoción, por encontrarse en el epicentro de la cristiandad debido a lo que representaba para ellos. El venerado lugar estaba rodeado de columnatas constituidas por casi trescientas columnas dóricas de trece metros de altura. Sobre éstas circundando la plaza, se situaban las estatuas de ciento cuarenta santos, realizadas en los siglos XVII y XVIII. En la parte frontal con seis metros de alto se elevaban imponentes las níveas efigies de: Cristo, Juan Bautista y los once apóstoles, silentes testigos de excepción de toda la historia que guardaba ese lugar y de la devoción de sus peregrinos. Durante generaciones miles de éstos acudían allí con el fin de profesar su fervor a unos hombres ungidos por Dios como sus representantes en la tierra, que imponían normas y designios según su iluminada percepción y su comunicación con el Altísimo. Inmediatamente después, estaba la maravillosa basílica de San Pedro con su famoso «Domo» creado por el inmortal Miguel Ángel.
   Exactamente al extremo opuesto como un cajón abierto desde donde desembocaban los vehículos se hallaba la Vía della Conciliazione, con medio kilómetro de longitud. Única ruta de acceso vehicular al magno y venerado lugar ubicado en El Vaticano: pequeño enclave rodeado por un muro de más de tres kilómetros de longitud y ocho metros de altura, que servía como frontera entre Italia y la Santa Sede…
   Vista desde el aire, la imponente obra del genial artista italiano Gian Lorenzo Bernini: La Plaza de San Pedro con trescientos veinte metros de longitud y doscientos cuarenta de ancho, mostraba dos especies de ganchos a los lados en forma elíptica. Algunas personas decían que la configuración de la basílica unida a la plaza evocaba a un cuerpo humano: la cúpula era la cabeza, la basílica el cuerpo y los arcos de la plaza: “los brazos abiertos de la Santa Madre Iglesia que recibía amorosa a todos sus hijos”.
   En el interior de una de las edificaciones se encontraba un amplio aposento con   el techo cubierto de frescos rememorando el Vía Crucis*. Las catorce estaciones desde que Jesús fue condenado a muerte, luego en su trayecto hacia el cadalso y finalizando en la sepultura. Aquellos históricos y trascendentales momentos estaban plasmados en un gran mosaico de exquisita calidad, constituyendo una regia obra de arte. El piso elegantemente diseñado era de mármol en forma de rombos de color marrón y beige; y relucía como un espejo, reflejando todo lo que se encontraba sobre éste. Las paredes de color marfil se hallaban engalanadas con retratos de los rostros de diversos papas y entre todas ellas, resaltaba un formidable e imponente crucifijo de ébano de tres metros de altura en la parte central. En el espacioso recinto se podía percibir una atmósfera de solemnidad y misterio. Parecía que los más de los dos mil años de historia de la Iglesia Católica se encontraran emanando de aquellas pinturas, flotando entre sus paredes y escurriéndose a través de las ventanas y resquicios de las puertas tratando de alcanzar al resto de los mortales con esa sensación mística, tan especial y poderosa.
   En aquella cámara, ajenos a lo que sucedía en el mundo exterior estaban dos personas: un sacerdote vestido de sotana negra con botones y fajín morado. Tenía en su cuello el inconfundible cleriman blanco con una cadena dorada que terminaba en cruz, quien permanecía en silencio sentado alrededor de una gran mesa rectangular tallada en madera de color marrón oscuro. Contaba con cincuenta y cinco años de edad; de mediana estatura, calvo, de tez blanca, nariz aquilina y lentes dorados. Era el monseñor Giovanni Bono, secretario personal del papa quien llevaba con éste más de quince años. Sobresalían en él sus ojos castaños que poseían una mirada profunda. Algunos de los que lo conocían decían que: daba la impresión de poder traspasar la mente de una persona. Había sido nombrado asistente personal del actual papa desde que Su Santidad fue ordenado cardenal. Doctor en derecho canónico, se comentaba que: era el poder detrás del trono. Los cardenales lo veían con envidia a la vez que respeto ya que era una influencia indiscutible en las decisiones del santo padre.
* El Vía Crucis o “Camino de la Cruz”: Hasta 1991 estaban consideradas catorce estaciones que vivió Jesús desde el instante en que fue capturado hasta su muerte y sepultura. En ese año Juan Pablo II promueve una reforma mediante la cual se le agrega otra etapa que contempla la resurrección de Cristo aparte de algunas modificaciones en el desarrollo de los acontecimientos que tradicionalmente se venían observando, quedando de esta forma en quince estaciones…
   A la izquierda del religioso estaba un hombre de unos sesenta años: alto, delgado y de ojos verdes que sobresalían en su rostro trigueño; cabello corto y canoso. Vestía un traje y corbata de color azul oscuro, camisa celeste y una diminuta cruz dorada en la solapa izquierda, quien observaba con atención las imágenes en su ordenador personal tipo Tablet. Éste finalizó de revisar su dispositivo electrónico y dirigió la vista hacia el religioso.      El prelado se retiró los anteojos y sin darles importancia, empezó a limpiar los cristales con una pequeña tela azul. Como si tratara de darse tiempo de pensar en lo que quería decir. Luego volvió a colocarse las gafas y se dirigió a su interlocutor:
   —Es necesario que podamos tener la certeza de lo que aconteció en ese pueblo de los Estados Unidos a nuestro querido hermano Piero Rivetti y a los otros sacerdotes, que lamentablemente fallecieron y se encuentran en el regazo de nuestro amado Señor. Tengo la orden de Su Santidad de autorizar que le sean proporcionados todos los recursos necesarios para aclarar este asunto; y demostrar si estos luctuosos hechos fueron producto de actos irracionales cometidos por el hombre, o de alguna manera, estuvieron influenciados por la presencia nefasta del mal encarnado en el infame y abyecto Satanás.
   —Su Santidad— continúo hablando el sacerdote— al igual que el resto de los cardenales, no tienen duda que en este terrible caso está claramente de manifiesto la infausta y maligna actuación de las fuerzas contrarias a la fe en Cristo. Estamos convencidos de ello. Más es necesario tener una prueba fehaciente con la finalidad de disipar dudas, y poseer un caso de referencia real y evidente de la presencia del demonio entre los hombres. Pero aún es más importante; demostrar a quienes dudan o carecen de fe que están equivocados, y hacerles entender sobre la fundamental misión de nuestra Iglesia para salvaguardar las almas de los fieles.
   Su interlocutor era Roberto Missarelli. Hombre católico, abogado, egresado de la Universidad de Roma, especialista en derecho penal y experto en seguridad; además de poseer una amplia experiencia en materia de investigación criminal. Natural de Milán, Italia, hablaba además del italiano: inglés, francés y latín.  Culminó sus estudios con honores en la Scuola di la Polizia di Stato, tuvo la oportunidad de especializarse en Scotland Yard y en el FBI. Después de una carrera exitosa de veinte años en la policía criminal italiana y diez años como director del Servicio Vaticano de la Policía Italiana, se había retirado y ejercía la práctica del derecho. Además se desempeñaba como asesor de la ciudad de la cristiandad en asuntos policiales y todo lo relacionado con seguridad; lo cual implicaba lo concerniente a investigación criminal, protección e inteligencia. Gozaba de un gran prestigio y el respeto de Su Santidad y gran parte del cuerpo cardenalicio —aunque no la simpatía de todos—. Fue designado por el anterior papa en el caso de los abusos sexuales cometidos por sacerdotes católicos ocurridos en Irlanda durante varias décadas, con la finalidad de investigar a los religiosos que estuvieran implicados y hallar a los responsables; pero de una manera en la que “no perjudicara a la Santa Madre Iglesia”. Sus empleadores esperaban que el doctor Missarelli, producto de su fe en la Iglesia Católica, actuara de una manera “adecuada” con la finalidad de evitar escándalos que lesionaran de alguna manera la menguada imagen del clero. Pero craso error. El entonces director era en verdad un fiel devoto y cristiano practicante pero además, un experto y excelente policía quien cumplía su trabajo de manera brillante y objetiva; siempre había obrado con honestidad y profesionalismo. Luego de una investigación conjunta con la policía irlandesa, presentó un informe tan demoledor que al santo padre no le quedó más remedio que solicitar la renuncia de algunos obispos y otros sacerdotes, que obraron de una manera “impropia e inconveniente, no acorde con la labor sacerdotal”. Pero la verdad era que en la mayoría de los casos, se había cambiado de ubicación al clérigo implicado, enviándolo a que continuase con su “misión pastoral” a otras latitudes con la finalidad de aplacar “las molestias de las presuntas víctimas de dichas conductas desafortunadas”. Únicamente en los casos donde la opinión pública  ejerció mayor presión, el sucesor de san Pedro se vio forzado a retirar al infractor. El asesor y el arzobispo se habían visto en varias ocasiones; en algunas ceremonias y otras actividades, pero nunca tuvieron ocasión de conversar. El abogado observaba al sacerdote en silencio. Miraba esos ojos castaños que lo escudriñaban con suspicacia. Sin duda se hallaba ante una persona muy sagaz que además, contaba con el máximo respaldo lo cual lo hacía peligroso para quienes osaran contradecirlo. Conseguir una cita con el monseñor Bono era casi tan difícil como obtenerla con el papa, y ahora se hallaba frente a él. Sabía que por la gravedad de la situación, había sido elegido por el mismísimo vicario de Cristo para lidiar con este asunto. 
   —Doctor Missarelli—continuó el prelado—Como usted sabe esto se debe guardar en el más absoluto secreto y toda la información así como los resultados que obtenga, me los deberá entregar directamente. Nadie absolutamente, debe conocer el producto de su investigación. Estoy completamente seguro que contamos con vuestra discreción.
   —De eso no tenga duda monseñor—contestó Roberto—Todo lo que averigüe lo guardaré en la más absoluta reserva. Tiene mi palabra.
   —Muchas gracias doctor Missarelli, no esperaba menos de usted. Bueno, iba a mostrarme la información que ha obtenido…
   —Así es monseñor—respondió Roberto—. Tengo la grabación que se tomó del lugar donde acaeció la muerte del padre Rivetti. Pero permítame advertirle que las imágenes son bastante elocuentes y desagradables. 
   —Descuide doctor. Muéstreme todo lo que ha recabado y así podré informar a Su Santidad en detalle.
   El asesor accionó su Tablet y simultáneamente se encendió una gran pantalla al fondo del salón empezando a reproducirse el video. Ambos permanecieron en silencio mientras observaban las imágenes.
   —Doce de noviembre de 2011. Lago Feliz, Florida, Estados Unidos de América. Iglesia de Lago Feliz 07.00 horas — dijo una voz invisible masculina en italiano proveniente de la grabación.       En la escena se apreciaba a un vehículo Ford modelo Taurus, color verde oscuro del año 2010 registrado a nombre de: Josh Miller, párroco de dicha iglesia. Estaba estacionado cerca de la entrada principal del templo, con la portezuela del lado del conductor abierta. El video continuaba acercándose hacia una puerta lateral blanca de madera que conducía a la oficina eclesiástica. En la entrada se hallaban dos personas cubiertas de pies a cabeza con trajes protectores plásticos de color amarillo, guantes quirúrgicos y máscaras de seguridad transparentes que escudaban por completo sus rostros; en la parte inferior remataban con un filtro de aire que los salvaguardaba de cualquier emanación peligrosa. En el instante que franquearon la entrada, fueron recibidos por un enjambre de moscas emitiendo un ruido infernal que por un instante oscureció el lente de la cámara, como si se tratase de una nube negra, espectral y aterradora. Era la bienvenida al horror, a la locura y la muerte. Uno de los hombres sacudió sus manos tratando de espantar al ejército de insectos y luego encendió el interruptor de la luz. El sacerdote quedó asombrado y estremecido por el dantesco espectáculo de las pavorosas imágenes que cobraban vida ante sus ojos…
   La oficina estaba completamente destrozada con los cuadros de las paredes sobre el piso de mármol, destruidos y salpicados por una sustancia de color rojo que al parecer era sangre. El escritorio se encontraba de cabeza y el monitor de la computadora se apreciaba destruido sobre el suelo, al igual que la impresora multifuncional y las hojas blancas esparcidas por todo el lugar, rociadas con ese siniestro líquido rúbeo. En uno de los rincones de la estancia descubrieron un pedazo de tela de color negro que uno de los investigadores tomó con unas pinzas. Lo realmente horrendo era que estaba adherido a un resto humano con sangre seca, colmado de larvas y otra fauna cadavérica. El sillón lacerado en el espaldar, presentaba varias rasgaduras como si unas manos hubieran tratado de aferrarse a éste, desgarrando el cuero y destrozándolo. Alguien que no supiera que se trataba de un ambiente de la iglesia, hubiera imaginado que se hallaba en una carnicería, un matadero.  Una de las personas con el traje plástico se acercó al sillón y con una herramienta comenzó a hurgar entre las rasgaduras del mueble. La cámara tomó un acercamiento del hallazgo, mientras la otra persona extraía el objeto del asiento y lo mostraba al lente. El arzobispo Bono no pudo resistir el estremecimiento que sintió al comprobar que era una uña humana la cual; producto de la fuerza con que quiso sostenerse, se había desprendido del dedo que la soportaba. La toma hizo otra aproximación aún mayor de las rasgaduras en el espaldar y con espanto se podía ver que algunas de las uñas aún se hallaban incrustadas y conservaban pedazos de dedos; de carne verde oscura infestada de parásitos debido al avanzado estado de putrefacción.
   El espejo de cuerpo entero del despacho estaba manchado de ese fluido carmesí, cual si hubiera sido esparcido por un atomizador; las gotas y demás salpicaduras de esa sustancia oscura se hallaban invadidas de enormes cucarachas marrones y hormigas, en tanto que las moscas volaban a su alrededor. Empezaban en el piso y continuaban subiendo por la pared en forma de chorro llegando hasta el techo que se situaba a unos tres metros de altura. A sus pies, restos de excremento seco mezclados con la sangre reposaban formando un charco asqueroso y aterrador, en tanto que los insectos plagaban el lugar con ese zumbido diabólico luchando por obtener algo del espeluznante y nauseabundo alimento. Era una especie de nube oscura hambrienta de podredumbre que colmaba a los espectadores aún más de repugnancia y consternación.  Al mirar el piso con mayor detalle, se podía observar un crucifijo chamuscado de madera, partido por la mitad.  Cerca de éste, yacía la mancha de una masa amarillenta y rojiza, lo cual hacía suponer que eran rastros de regurgitación y por varios recodos se visualizaban retazos de esa tela de color negro adherida a restos humanos.
   Una gran huella roja de arrastramiento desde la oficina hacia la nave principal de la iglesia, indicaba que un cuerpo fue halado a dicho recinto. Roberto presionó el botón de pausa de la filmación.
   — ¿Se siente bien monseñor? ¿Desea continuar?— Preguntó al sacerdote que se había tornado blanco como la nieve. — ¿Quisiera un vaso con agua?—.
   —No, no…—respondió el obispo afectado por las imágenes que veía mientras extraía un pañuelo del bolsillo de su pantalón y lo pasaba sobre su frente perlada de sudor—prosiga por favor…
   El video continuó reproduciéndose y mostraba la imagen siguiendo las huellas de esos surcos rojos por el pequeño pasillo que conducía a la entrada de la nave central de la Iglesia. El monseñor Giovanni Bono, no estaba preparado para ver aquello. Sentía que un manto congelado se había posesionado sobre su nuca cubriendo su espalda y hombros causándole un leve temblor, mientras el resto de su cuerpo era invadido por el espanto y una sensación de vértigo sacudió su cabeza. Sobrecogido, a duras penas lograba contener las arcadas…
   Las escalofriantes vistas mostraban que alguien muy trastornado, una mente cruel y macabra había decorado las bancas de la iglesia con diversos restos humanos. En primera fila sobre los asientos, estaban diseminadas unas vísceras así como otras partes orgánicas. El piso se hallaba manchado de aquel siniestro líquido por diferentes lugares mostrando cómo dicha humanidad fue deslizada dejando a su paso restos de piel, músculos y algunos huesos. La cámara giro ciento ochenta grados enfocando el altar. Las efigies de Cristo en la cruz así como la Virgen y María Magdalena yacían destrozadas en el suelo, cubiertas de sangre, sabandijas y otras partes humanas. A unos metros de las estatuas destruidas, se podía reconocer una mano arrancada con brutalidad del resto de la extremidad que la sostenía así como algunos dedos, dos costillas unidas por parte del esternón, e inclusive un muslo desgarrado. Al ascender un poco la cámara enfocó un extraño objeto que ocupaba el lugar donde estuvo la cruz; se hallaba teñido de colores vino tinto y marrón, aparentando ser sangre seca y en principio no se diferenciaba bien de qué se trataba. Uno de los criminalistas encendió una linterna dirigiéndola hacia el hallazgo mientras la filmadora hacía un acercamiento. En ese instante se pudo apreciar con nitidez el objeto en cuestión. En uno de los clavos que antes soportara la efigie del crucificado, fue encajado cual alucinante trofeo, un resto humano. Era la cabeza del padre Piero Rivetti, invadida por los bichos, que aún permanecía ligada al cuello de donde sobresalía parte de la tráquea, arterias y jirones de músculos. Una mano enguantada apareció en la imagen comenzando a espantarlas y permitiendo observar en detalle el horror de aquella visión de pesadilla, que daba un toque brutalmente feroz al tétrico espectáculo que tenían frente a sí.       La colonia de alimañas había iniciado su trabajo dándose un festín con la cabeza del sacerdote carcomiéndola en varias partes.  Algunas áreas presentaban un espeluznante color verde oscuro y púrpura que mostraba el proceso natural del deterioro corporal que viene luego de la muerte.  La boca entreabierta enseñaba los labios inflamados y consumidos por la fauna cadavérica. De esa cavidad brotaban como un vómito tétrico algunas cucarachas y hormigas que uno de los investigadores se apresuró a retirarlas. Al sacerdote le habían arrancado la lengua así como parte de la piel de los pómulos, la frente y el mentón. Una porción de los bigotes y la barba se encontraban mezclados con los restos de la piel chamuscada y derretida, como si fuera una bolsa de plástico. Parecía que le hubiesen arrojado algún tipo de agente corrosivo convirtiendo su rostro en una máscara abominable y de pesadilla. Le faltaba la nariz y en su lugar, estaba un hueco triangular surcado verticalmente por el tabique. La oreja izquierda había desaparecido y la derecha rasgada, presentaba una herida similar a una mordida. No obstante, para sorpresa de los investigadores, los ojos del exorcista se encontraban enteros. De forma inusitada no fueron vulnerados por su verdugo ni los insectos. Daba la impresión que el ejecutor hubiese querido que su víctima observase todas las atrocidades a las que estaba siendo sometido. Los ojos apagados y exangües en el destruido rostro, sin párpados ni piel alrededor, hacían que la cabeza luciera mucho más aterradora e intimidante. La cara de Rivetti se hallaba orientada hacia adelante, con dirección a la entrada del templo como si pudiera atravesarla con la mirada y llegar al horizonte. Tratando de buscar algo o alguien que llegara en su ayuda; en una mueca de pavor y angustia suplicando por el auxilio y la misericordia que no pudo alcanzar…
   Sin previo aviso se oyó un ruido y al voltear Roberto se percató que el obispo había caído de su silla. Enseguida detuvo la película y se levantó a socorrer al sacerdote quien yacía tendido sobre el piso desmayado, debido a la impresión de esas imágenes infernales que tuvo que presenciar.
   —Monseñor, monseñor—dijo el experto—agachándose al lado del prelado quien estaba pálido y sin reaccionar.
   El asesor procedió a desabotonarle el cuello de la sotana, aflojándole el cleriman para ayudarlo a que respirase mejor. El eclesiástico se encontraba sudando y había abierto los ojos. Respiraba por la boca mientras temblaba.   — ¡Monseñor Bono! —Empezó a sacudirlo del brazo tratando de hacerlo reaccionar— ¿Cómo se siente? ¿Quiere que llame al médico para que lo revise?—preguntó el asesor preocupado por el estado del religioso. — ¿Desea un poco de agua?— le dijo mientras lo ayudaba a reincorporarse.   —No. No llame a nadie, por favor…—respondió el clérigo—le agradecería que me diera un poco de agua. Me encuentro mareado.   Roberto sirvió un vaso con agua de la jarra de vidrio que se hallaba sobre la mesa, acercándoselo al obispo quien lo bebió de un solo trago.   — ¿Se encuentra mejor monseñor? ¿Desea que continuemos luego?   —Estoy bien doctor Roberto. —Respondió el prelado reponiéndose— Estoy bien. Muchas gracias por ayudarme. Es necesario que continuemos con la reunión ya que debo informar a Su Santidad. Esas son sus instrucciones, pero por favor…, se lo ruego.  Ya no deseo ver más esa grabación. Solo quisiera que concluya con la información que tiene hasta el momento.    —Pues bien monseñor, me alegro que se encuentre mejor. Si usted insiste, voy a proseguir. Luego del hallazgo del cadáver del padre Piero Rivetti, se procedió a su levantamiento y traslado al departamento de patología forense efectuándose la necropsia de rigor para determinar la causa de muerte. Se estableció que la razón del deceso fue por desprendimiento de la cabeza desde la base del cuello, es decir: decapitación. El cuerpo presentó además…   —Pero—lo interrumpió el sacerdote— ¿Dice usted que falleció decapitado? ¿Y qué pasó con el estado del cuerpo? ¿Con las imágenes que vimos de sus partes diseminadas por todo el lugar? ¿Le cortaron la cabeza luego de torturarlo? ¿No falleció durante todo ese suplicio? No entiendo a qué se refiere cuando dice que la causa de la muerte fue la decapitación, eso es imposible. Usted vio la condición en que fue hallado el cadáver de Rivetti. La cantidad de sangre que había en la oficina… ¿Cómo pudo ser que después de soportar toda esa… ordalía sádica y diabólica haya continuado con vida? ¿Es eso posible?   —Lamentablemente monseñor—respondió el abogado—el padre Rivetti recibió todas esas heridas, mutilaciones y demás vejámenes estando con vida, según el estudio forense. De hecho se comprobó que presentó desgarre anal lo que indica la existencia de violación: le introdujeron un objeto que destrozó su esfínter perforando el recto, intestino delgado y colón, llegando hasta el estómago y al final de todo el tormento, su cabeza fue arrancada de raíz. Es como si una fuerza muy poderosa lo hubiera sujetado desde el cráneo y halado; logrando el desprendimiento de la nuca y la columna vertebral…además, entre los dientes y garganta se hallaron residuos de sus órganos sexuales…   — ¿Qué…qué… está diciendo doctor?—balbuceó conmocionado el prelado— ¿residuos de sus órganos sexuales…? ¿A qué se refiere…? ¿Acaso le cortaron sus órganos y los introdujeron en su boca…? ¿En la garganta?; ¡Pero, qué locura es esta!…   —El resultado médico legal arrojó que al padre Rivetti, le arrancaron el pene y los testículos forzándolo a comerlos. De hecho, se encontraron partes de esos órganos dentro de su estómago y en los restos hallados sobre el piso de la escena del crimen. En verdad lo lamento sobremanera.    — ¡Dios santísimo! ¿Quién pudo haber hecho algo tan aterrador? ¿Cómo alguien o algo se regocijarían al ejecutar tamaña monstruosidad? Tanta locura, tal sadismo. No puede ser…eso es imposible… —repetía el religioso— ¿Quién pudo ser capaz de tanta crueldad? ¿Por qué hacer sufrir de esa forma a un ser humano?...   —Esto tiene que ser obra del mal, de un ser de pesadilla; enemigo de la cristiandad, enemigo del hombre; de la raza humana quien   cebó su pernicioso instinto con el pobre padre Rivetti. No hay otra explicación posible. —Continuó hablando Bono—Esta muerte, este tipo de asesinato… ¿Quién puede haber odiado tanto a Piero? Él viajó por el mundo llevando la palabra del Señor y su mensaje de esperanza y salvación. Rescató a muchas almas y expulsó al demonio en diversos lugares. No es posible que haya muerto de esa manera tan…escandalosa.   Ambos callaron, meditando por unos segundos hasta que el sacerdote tomó de nuevo la palabra.   —Doctor Roberto: Por favor dígame con sinceridad qué opina. ¿Alguna vez había visto algo similar?   —Monseñor: —respondió el experto— no puedo adelantar juicio de ningún tipo ya que el resumen de la investigación lo recibí ayer por la mañana, y no he tenido el tiempo suficiente para leer por toda la información debido a la premura de mi convocatoria. Sin embargo le puedo decir que nunca vi algo tan terrible. La saña con que fue asesinado el padre Rivetti hace pensar sobre un odio muy profundo ya sea hacia su persona o hacia la figura que él representaba. En el informe post mortem se contabilizaron más de cien partes del cadáver y algunas no han podido ser halladas, lo que no permitió reconstruir totalmente el cuerpo. De igual manera se encontraron desgarres y marcas de diverso tipo que hacen suponer que se utilizaron diferentes armas que le provocaron heridas punzantes, cortantes, penetrantes además de múltiples contusiones. Hay muchas cosas en este homicidio que me parecen muy extrañas. Hasta donde he podido apreciar, es sumamente difícil que una sola persona —miró en los documentos que tenía en su poder y continuó hablando— Will Perrys, haya tenido la fortaleza para realizar un acto de esta naturaleza. Es muy poco probable aunque nada se puede descartar.  Se debe tener en cuenta el carácter por demás sádico del perpetrador de este brutal homicidio quien arrancó los párpados a su víctima para impedir que cerrara los ojos. Quería que fuera testigo de toda la tortura a la que estaba siendo sometido. De igual manera, hasta el momento no he visto en el informe policial si se halló algún resto de ADN o evidencia física que ayudara a identificar al criminal. Este caso es muy extraño… — Se detuvo por un momento y luego prosiguió— Eso me lleva a la pregunta. ¿Por qué la Iglesia ha esperado tres años para llevar a cabo una investigación sobre estos casos?
   El sacerdote comenzó a arreglarse el cuello y una vez más, pasó el pañuelo por el rostro secando el sudor. Pensaba en lo que iba a decir al asesor.
   —Doctor Missarelli: Como usted debe saber hay mucho interés en desacreditar la sagrada misión de nuestra Iglesia. Hay grupos, sectas, amén de otros individuos que desean nuestro desprestigio con la finalidad de hacer que reine la oscuridad y la zozobra entre los hombres por medio de nuevas religiones y otras creencias. Aparte está el ateísmo que mantiene un obstinado y constante empeño en desconocer nuestra capacidad de alcanzar a la humanidad y hacerles llegar el mensaje de Cristo. Desgraciadamente estas fuerzas al parecer se han unido a la cruzada del mal encarnada por el anticristo para desprestigiarnos y presentarnos de una forma negativa en la sociedad. “El maligno” desea hacernos desaparecer para tener el campo libre de acción y corromper a los hombres, en claro desafío a nuestro padre celestial. Nuestra misión es la de conducir a las personas hacia la luz de nuestro Señor para lograr la salvación de sus almas.       —Es verdad monseñor—intervino Roberto— Todo lo que me está diciendo es cierto, en parte. Recuerde que no siempre algunos miembros de la iglesia se han comportado como es esperado, y han dado pie a que se produzcan todas estas circunstancias adversas que usted menciona. Penosamente este tipo de situaciones ocurre con más frecuencia de lo que debería ser. Es decir: no deberían existir conductas de esta clase que atenten contra la buena fe de las personas. El trabajo del sacerdocio es un apostolado y por lo visto, algunos de sus integrantes se han olvidado de ello. Por ese motivo monseñor, no sería extraño que algún afectado por el trastornado comportamiento de un sacerdote, haya querido buscar venganza en el padre Rivetti. Es lo de siempre: “justos pagan por pecadores”… por desgracia.      El prelado tuvo que hacer un gran esfuerzo para mantener la compostura y sentía que le hervía la sangre al escuchar las palabras del asesor: « ¿Trastornado comportamiento? ¿Qué se habrá creído este sujeto? —Pensó— que atrevimiento en venir a hablarme en esos términos sobre nuestra misión, acerca de los miembros de mi Iglesia. Si no fuera por la orden de Su Santidad, no estaríamos teniendo esta charla. En verdad que este señor no es como cualquier otra persona, ni se amilana ante nada…»  Respiró profundo y respondió:
   —Es cierto doctor Roberto, es innegable la conducta equivocada y no acorde a nuestra fe que ha sido llevada a cabo por muy pocos miembros de nuestra iglesia. Sé que usted tiene de primera mano la información concerniente a dicho comportamiento—el sacerdote lo miró con dureza—. Pero nuestra misión va mucho más allá de unos cuantos tropiezos, que de ninguna manera mancillan nuestra labor. El verdadero cristiano sabe que puede confiar en su Iglesia y que siempre estará con él para confortarlo y darle el apoyo que requiere ante cualquier tribulación. La fe mi querido doctor, la fe en Cristo y en su Iglesia es lo que las personas deben tener siempre presente. Esos “pequeños incidentes” no reflejan en realidad el espíritu sacerdotal.
   Roberto sintió que algo se trababa en su garganta y un sabor amargo en la boca al percatarse del cinismo expresado en las palabras del religioso que le cayeron como un golpe directo en el plexo solar: « ¿conducta equivocada?, —pensó— ¿no acorde con la función sacerdotal?» Parecía que el arzobispo estuviera hablando de unos muchachos malcriados que cometieron una chiquillada; rompieron un vidrio jugando al fútbol o no hicieron la tarea antes de ir al colegio. En lugar de llamar a las cosas por su nombre. En su mente se agolparon los recuerdos de la gran cantidad de aberraciones de índole sexual cometidas por esos depravados. Aquellos pervertidos que se escudaban en el nombre Cristo para poder realizar a sus anchas abominables actos en perjuicio de los niños que, al igual que sus familias, inocentemente confiaron en ellos basándose en el amor a Dios. Las investigaciones que llevó a cabo en Irlanda lo  marcaron de un modo imborrable haciendo que se percatara de la realidad de la religión que abrazaba, la cual estaba regida de una manera con la cual no comulgaba pero respetaba. Tenía la esperanza en que algún día cambiaría todo ello y que la Iglesia tomaría el verdadero rumbo que el Señor había trazado; pero ese no era el momento, ni el lugar para discutir sobre lo que ocurría en la congregación. Fue llamado para una investigación, por eso se encontraba ahí e iba a dedicarse de lleno a resolver este caso. En ese momento era lo único importante.
   —Disculpe monseñor. No deseo ser descortés, pero no ha contestado mi pregunta. ¿Por qué han esperado tanto tiempo para llevar a cabo esta investigación?
   El sacerdote no estaba habituado a ser interrumpido ni interpelado de forma alguna. Tanto tiempo en el poder lo acostumbró a ser temido y respetado. Nadie se atrevía a enfrentarlo debido a su gran cercanía con el Papa y a la influencia que ejercía en él. Sin embargo, estaba al tanto que la persona que tenía frente a él no cedía ante presiones de ningún tipo. Sabía que Roberto Missarelli inclusive había renunciado al no querer “llevar a cabo las recomendaciones papales” sobre el derrotero que debían llevar ciertas investigaciones que implicaran a tal o cual obispo. Pero en vista a su capacidad profesional a regañadientes le solicitaron que reconsiderase su renuncia y retomase sus funciones. Sin embargo el experto, no aceptó volver a estar bajo las órdenes de la Curia Romana y solo accedió a desempeñarse como consultor externo. Lo cual le daba la independencia que requería para llevar a cabo su trabajo con imparcialidad y sin ningún tipo de presiones.
   —Era necesario—respondió el arzobispo un tanto molesto— Que se permitiera transcurrir algo de tiempo para hacer que el asunto se diluyera en la mente de las personas del lugar donde ocurrieron esos trágicos eventos. Ese pueblo: Lago Feliz, es una próspera comunidad en la cual era y es necesario preservar la tranquilidad de sus habitantes. Es bueno tener en consideración que el tiempo es el mejor bálsamo del espíritu y sana todos los males.  Ahora usted tiene en sus manos las investigaciones que se realizaron en ese momento. Comprenderá doctor Roberto, que fueron circunstancias muy dolorosas, tristes y violentas para las personas de ese poblado. Es necesario tener en cuenta que el padre Rivetti era nuestro más renombrado exorcista, poseedor de una carrera intachable. Las circunstancias tan especiales de su muerte, habrían levantado muchas interrogantes lo cual no hubiera sido bueno para nadie.  De igual manera Su Santidad, en honor al inconmensurable trabajo del padre Rivetti a lo largo de todo el tiempo que dedicó a rescatar almas de las garras del mal, ha decidido empezar con su proceso de beatificación. Para esto es imperioso realizar una labor investigativa que reafirme la extraordinaria devoción, honestidad, entrega, constancia y sacrificio con la que el padre Piero Rivetti realizó nuestra batalla contra el demonio, durante tantos años de devoción a nuestra Madre Iglesia.
   —A propósito—continúo el sacerdote—Creo que le va a ser de mucha ayuda el contacto que tenemos en Estados Unidos y estuvo a cargo de las investigaciones sobre las muertes en Lago Feliz. Es posible que usted lo conozca doctor Missarelli. Se trata del señor Burt Nielsen, es el comisionado de policía. Quizás sería bueno que hablara con él.
   —Sí, lo conozco. —respondió Roberto—Gracias por su recomendación.
   El sacerdote abrió un pequeño estuche de cuero marrón que se hallaba sobre la mesa y extrajo un dispositivo electrónico de color blanco tipo pen drive con una cruz dorada y se lo entregó al asesor diciéndole:
   —Doctor Roberto, aquí tiene algunos detalles adicionales sobre este asunto que podrían serle de utilidad. Puede contactarme a cualquier hora del día o de la noche. Allí encontrará mi número de teléfono móvil privado y el de mi despacho. Si necesita cualquier cosa, no dude en hacérmelo saber. Espero tener noticias suyas lo más pronto posible.
   Luego de esto el secretario papal se puso de pie, ante lo cual el experto hizo lo propio y estrecharon las manos mientras el clérigo dijo:
   —Que Dios lo ayude doctor Missarelli, lo proteja, acompañe y permita aclarar todo este triste asunto. Su Santidad, y mi persona oraremos para que pueda cumplir con éxito esta misión.
   —Muchas gracias monseñor—respondió el asesor—lo mantendré al tanto de todo lo que acontezca.
   El religioso se retiró mientras el experto volvió a tomar asiento permaneciendo por unos instantes en el salón. Empezó a observar en su ordenador portátil la imagen congelada del video que mostraba el rostro masacrado del exorcista. En esos ojos inertes y opacos trataba de encontrar algún indicio, alguna señal que le ayudará a comprender lo que había transcurrido en ese lugar.
   — ¿Qué fue lo que en verdad le sucedió padre Rivetti?— preguntó— ¿Quién le hizo tanto daño?
   Apagó el dispositivo electrónico guardándolo en su maletín junto con el pen drive blanco y se levantó del asiento disponiéndose a retirarse del salón de reuniones. Aproximándose a la solemne cruz flexionó la pierna derecha arrodillándose y persignándose ante la estatua del moribundo, cerrando los ojos y musitando una plegaria: «Dios mío; ayúdame en esta tarea que me han encomendado. Cúbreme con tu amor y protégeme de toda la maldad que nos rodea. Te lo suplico Señor, amén». «Padre nuestro, que estás en…»
   Así continuó postrado, tratando de hallar algo de serenidad por medio de la oración. Una vez que concluyó su rezo, respiró en profundidad irguiéndose, e instintivamente alzó la vista para observar el techo. Las imágenes de Cristo en medio de la muchedumbre siendo flagelado y luego llevado hacia el calvario lo conmovieron en grado extremo colmándolo de tristeza. Era sorprendente el realismo con el que pintaron esas figuras. El dolor y la angustia del torturado así como la crueldad y sadismo de su verdugo eran impresionantes. El artista que hizo las pinturas había logrado transmitir todo ese cuadro de sufrimiento de una manera tan real que parecía sobrenatural. Era tal el grado de perfección de las imágenes que el experto no pudo evitar sentir un escalofrío al contemplarlas. Se sentía estremecido al ver el rostro de Jesús camino al Gólgota llevando desfalleciente el madero sobre sus hombros; con la cabeza coronada por espinas, semidesnudo y el cuerpo tinto en sangre, cubierto de heridas y mugre. Su rostro ojeroso, exhausto, dolorido y cadavérico lo miraba desde arriba proyectando una lastimera súplica por ayuda, mientras el soldado romano sosteniendo el látigo flagelaba su cuerpo con un gesto de enfermiza satisfacción. El fresco transmitía por completo el cuadro desolador del horrible suplicio y agonía del nazareno. Desconocía de qué artista se trataba—no se había establecido si se trataba de Miguel Ángel o Rafael Sanzio— o en qué época fueron realizadas las pinturas; pero sin duda eran magníficas y parecía que de un momento a otro cobrarían vida siendo capaces de descender al piso, trayendo consigo todo el horror de ese episodio tan vergonzoso y triste de la historia de la humanidad. Cerró los ojos  una vez más y trató de escuchar en medio de la soledad de ese lugar lo que el mural de dolor y lamento intentaba comunicar. Imaginaba cómo debió haber sido ese momento tan ignominioso y macabro que vivió Cristo. La traición, la tortura, la humillación, el desprecio y el esfuerzo sobrehumano de llevar su cruz a cuestas hasta la cumbre de su cadalso.  « Nadie pudo haber tenido esa entereza y valor para soportar lo que Él sufrió» —pensó—. Prosiguió con los ojos cerrados tratando de oír, intentando percibir a través del tiempo los gritos de la multitud: los insultos y las burlas de los que rodeaban a Jesús en el camino hacia su tenebroso final. Luego de ello abrió los ojos y dirigió su mirada hacia el techo por segunda ocasión. Pero la otrora obra de arte se transformó en una pesadilla dantesca y diabólica en la forma de imágenes escapadas de un escalofriante sueño. Se le hacía difícil mantener la mirada en esa escena de desolación, violencia y crueldad.  Bajó la vista dirigiéndola a las paredes detallando los retratos de los papas que las adornaban. Sin percatarse, empezó a sentir un estremecimiento y un leve vértigo, causando que el recinto oscureciera. Todas las efigies empezaron con lentitud a moverse y el crucificado que hacía unos segundos se hallaba con la cabeza recostada hacia abajo la enderezó lentamente, mirándolo de una forma escalofriante y mostrando una sonrisa macabra, mientras que el resto de los retratos lo observaban abriendo sus bocas deformes creando unas espeluznantes muecas de agonía. Sentía como la sangre se congelaba en sus venas mientras el salón comenzaba a girar al tiempo que el piso se movía a sus pies intentado hacerlo caer. Pero eso solo duro un momento; una vez más cerró los ojos y sacudió la cabeza tratando de reaccionar. Luego de esto todo volvió a la normalidad. Con cierto temor volvió la vista hacia el techo percatándose que las pinturas continuaban inmóviles así como todo lo que se hallaba a su alrededor.  Sin dudarlo, Roberto se encontraba afectado por el video y la información sobre la muerte del sacerdote.
   La forma en que fue brutalmente martirizado y ultimado no la había podido aún asimilar del todo. La noche sin dormir y haber tenido que leer ese informe tan terrible y lóbrego lo  cansaron física y anímicamente. Un poco sobrecogido se dirigió hacia la puerta de salida sin mirar atrás. Quería irse de ese lugar en el que podía percibir que algo estaba tras él acechándolo. Sentía que tenía los ojos de miles de demonios y fantasmas observándolo desde atrás, amenazando y aguardando a punto de abalanzarse sobre éste. Era la intuición de que algo terrible e inexorable iba a suceder. Y no se equivocaba…  
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