Revista Diario
Están todos "los grandes". Hasta El Niño Miguel. Pregunté expresamente por él al que ha sido, durante años, presidente de la Peña Flamenca Los Cernícalos, Antonio Benítez Manosalvas, Antoñín. Con el testigo pasado a su yerno, me contó que El Niño vino a Jerez a recoger un premio que le dieron y guardan un recuerdo de aquel día en la pared del bar. Se ve al guitarrista onubense y al propio Antoñín bastante más jóvenes, sin una cana en el pelo, en unas fotos en blanco y negro.
Era una época en que ambas peñas tuvieron un diálogo permanente. Jerez mandaba al Torta y a Capullo y Huelva les devolvía a los suyos. Cuenta Antoñín, memoria viva del flamenco en Jerez, que él mismo fue un día a Huelva y dijo delante de su homólogo choquero que "un fandango lo cantaba cualquiera".
-Y me subí al escenario de la Peña Flamenca de Huelva y canté dos o tres de Paco Toronjo.- ¿Y qué pasó?-Le pregunté.-Pues mira, aquí estoy. Salí vivo de aquello.
Le confesé a aquel hombre bajito y entrado en años, con el que es imposible enfadarse, que yo siento un enorme respeto por el fandango.
-Escucho muchos pero nunca jamás, en toda mi vida, me he atrevido a cantar un fandango. Me parece lo más complicado del mundo.- ¿Difíciles los fandangos?-Me replicó- Difícil la bulería.
Y así terminó una conversación que me dejó con una sonrisa en los labios. Antoñín se fue y yo me quedé mirando los cuadros de las paredes, donde estaban todos "los grandes", con lugar especial para Lola, La Paquera y un poema de Pemán.
Acababa de bajarse del escenario una cantaora del campo de Gibraltar. Uno de los "cernícalos" más viejos había rematado, con una pataíta, su fin de fiesta por bulerías, que todavía retumbaba en el ambiente. Yo pensaba en la de vasos de vino que podría beberme en una noche como ésta si olvidara, por unas horas, el compromiso de amamantar a mi hija de cuatro meses, que miraba, callada y curiosa, los cuadros de las paredes.Esta mañana, en un paseo por Jerez, hemos entrado en la Iglesia de Santo Domingo justo en el final de la homilía. Un cura, con acento del norte, exhortaba a sus feligreses a ser "propagadores de la alegría". Me gustó el término. Y siguió el sacerdote: "Pero de la alegría de Cristo, no de la alegría de la fiesta y la bulería". Y yo, con los ecos y los sabores de Jerez tan recientes, me he preguntado: "¿Y por qué no?". No se me ocurre mejor manera de propagar la alegría.