Con este amargor tan extraño que dejan los besos no dados, viví hasta cumplir los veintiocho. Una extraña maldición impedía que mis labios se juntaran con los de otra persona. Justo en el instante previo al ansiado roce ocurría la catástrofe: un ataque de hipo, una espina imposible clavada en la garganta, una risa violenta como un golpe de tos... Por eso no me importa que tus caricias me den calambre, mientras me quede el dulce sabor de tu lengua.
NiñoCactus