— Me voy a suicidar
— ¿Cuándo?
— Mañana
— ¿Mañana?
— Sí, me viene perfecto. Al día siguiente tengo todo ocupado.
— ¿Y vas a madrugar?
— No lo sé.
— Tiene que ser imposible madrugar para suicidarse. A mí se me pegarían las sábanas.
— Todavía no lo tengo claro.
— ¿Y por la noche?
— No, tampoco quiero acostarme muy tarde. Ya te he dicho que al día siguiente tengo cosas que hacer.
— ¿Quizás a media tarde?
— Parece mentira que no me conozcas. Sabes que por la tarde siempre me echo la siesta.
— ¿Entonces cuándo?
— Pues no lo sé. No me agobies. Ya iré viendo. Quiero vivir mi vida.
— Pero digo yo que estas cosas se deciden antes de suicidarse. Ya sabes. Como el testamento.
— Me levantaré tranquilo, desayunaré, daré una vuelta y me dejaré caer por la estación de tren.
— La que vas a liar... Mira que son ganas de llamar la atención.
— Ya me conoces.
— ¿Entonces, qué? ¿Mañana al mediodía?
— Puede ser una buena hora, sí.
— Puedo ir a buscarte después si quieres.
— No, déjalo. Ya cogeré un taxi.
— Para cualquier cosa, ya sabes, llámame. Suicidarse puede ser peligroso.
— No si se hace bien.
— Claro, pero para eso hay que ser un maestro.
— No es la primera vez que me suicido.
— Me acuerdo de la última vez.
— Bueno, aquello no fue para tanto. Esta vez pretendo montar una buena.
— Allá tú. Ya sabes que nunca te he apoyado en estas cosas.
— Lo sé. Pero no me importa.
— En fin, cuando eso llámame y me cuentas qué tal.
— Vale. Qué ganas tengo.
— ¿Se lo has contado a tu mujer?
— No, quiero que sea una sorpresa. Ya lo verá en las noticias.
Imagen: Axel