Revista Literatura

Proteger la libertad.

Publicado el 17 enero 2015 por Marga @MdCala

“¿Dónde empieza y dónde acaba la libertad de expresión, dónde empieza y acaba la ofensa?”. Ahora voy a responder a esta pregunta que para mí desde hacía mucho tiempo tenía una respuesta, pensaba, obvia y comprendida por todos.

La libertad de expresión no acaba: la libertad de expresión significa que puedes tener derecho incluso a ofender. La ofensa es algo, además, subjetivo, porque no depende del que emite el enunciado sino del que lo recibe. Hay gente que se ofende por un piropo. Hay terroristas que se ofenden por un dibujo y toman las armas. Ricky Gervais definió muy bien su concepción sobre el humor: “Ofenderte es tu responsabilidad. Ofenderte no te da la razón”.

La libertad de expresión no tiene fin porque reconoce incluso el derecho a ser un gilipollas, incluso a que Charlie Hebdo o quien sea pueda decir la más soberana estupidez. Alguien puede insultar a mi madre en un bar. Yo puedo ofenderme, pero eso no me legitima a matarle, está claro. En todo caso, acudiré a los tribunales o, más lógicamente, pensaré que el tipo es un imbécil y que no voy a perder mi tiempo. Así funcionan nuestras democracias o el Estado de Derecho que nos separa de otras ciertas barbaries. En este pequeño matiz, que parece que mucha gente aún no ha entendido, se basa y se cimenta la libertad.

Si eliminamos el derecho de la gente a expresarse (incluso a expresarse mal, de manera infantil, ofensiva o histérica), estamos quitándole precisamente eso, el derecho a expresarse. Todas las dictaduras, fascistas o del pensamiento, comenzaron con la autocensura, el miedo y la represión a expresarse. (Julián Sancha).

Parto de las -para mí- acertadas palabras de Julián, para dar mi humilde opinión sobre este tema de libertades del que hoy todo el mundo tiene algo que decir, incluido el Papa. Y digo incluido porque para mí este señor no significa lo que para muchos, y sus declaraciones me resultan de la misma importancia que las de mi vecino de enfrente, por ejemplo, pero no más. Da la casualidad de que Jorge Mario Bergoglio, llevado por su “espontaneidad”, ha dado explicación normalizada a la violencia frente a la expresión verbal o escrita, si esta es -a su juicio- irrespetuosa. Mucha gente había olvidado que ostentaba el cargo que ostentaba, y pretendía ver algo “nuevo”, “distinto” o “amistoso” en una figura que no puede sino ampararse en una época y mentalidades pretéritas para subsistir. Particularmente, ya le había leído algunas opiniones sobre el papel de la mujer en la tierra, y de ahí que nunca haya despertado su proverbial simpatía en mí.

Hace tres o cuatro años, yo también puse coto a la libertad de expresión de esta página, cuando dos personas me amenazaron con demandar a este blog (y a mí) porque mi opinión no concordaba con las suyas. Solo por eso. Y por el bien general, eliminé esa entrada y los bochornosos comentarios dedicados, aun cuando yo me mantuve al margen todo el tiempo. Siempre me arrepentiré de ello. Nunca hay que dejarse manipular por quienes consideran que su libertad de dicción, acción y -en algunos casos- ejecución, está por encima de la de otro.

He vivido situaciones realmente cómicas y desproporcionadas a través de mis cuentos, reflexiones, novelas, comentarios… ¡incluso a través de mis citas célebres y canciones! pues cuando alguien es tan egotista que “se ve” en cada milímetro del planeta virtual (o físico), se siente protagonista y aludido en primer término, y ofendido y violento -según sean las letras-, en segundo. A partir de ahí comenzará el insulto, la coacción y la amenaza. También la persecución y -lógico- la enemistad. En algunos casos límite, la venganza. Opina como yo, calla, o muere. Que es exactamente lo que ha pasado con la revista francesa.

No me gusta ese tipo de humor cruel y caricaturesco. No me gusta ese estilo de periodismo. No me gusta la burla expresa hacia otras ideas o creencias (por ridículas que me parezcan). Pero es una simple cuestión de gustos, y no consumiendo nada de eso, habré dejado clara mi postura. Nadie puede ofender si no se le permite, y si algo no se demanda, termina por no ofertarse. Es sencillo. Nos llevamos las manos a la cabeza ante ciertas declaraciones y actitudes (Gran Hermano Vip es un reciente ejemplo), pero ahí estamos (no es mi caso) al pie del cañón. Literalmente y con la cerilla encendida en la mano, esperando la próxima barbaridad dialéctica del descerebrado de turno. Falsedad cómplice en grado sumo. Pero incluso ese triste programa, si se requiere por el público, se debe emitir. Como cualquier otro concurso, película, libro, evento, espectáculo, revista, cuadernillo, panfleto o carta. Hay que proteger la libertad siempre, incluso en desacuerdo.

Decía José Martí que “la libertad de expresión es el derecho que tienen las personas de actuar libremente, pensar y hablar sin hipocresía”. Y si tú, que lees esta entrada, opinas justo lo contrario que esta bloguera -que, piénsalo, no es nadie- estaré encantada de darte las gracias por expresarlo (sin anonimatos, por supuesto), en nombre de esa misma y maravillosa libertad. Esta nunca debe de sufrir límites, porque cuando eso se vuelve necesario es por su degeneración en libertinaje, y ya estaríamos hablando de un concepto muy distinto.


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