El siguiente proyecto fue el más votado por la comunidad de Adictos a la Escritura para este mes. Se denomina YO y consiste en escribir un texto en primera persona y se debe intercambiar sexo con el protagonista, es decir: si uno es hombre el protagonista debe ser una mujer y viceversa. De modo que aquí va mi relato escrito en primera persona bajo la piel de un hombre muy especial.
Lazos Peligrosos «Que no está muerto lo que yace eternamente, y con los eones extraños incluso la muerte puede morir». Necronomicón H. P. Lovecraft
Era una casa muy antigua. Sus pisos de madera eran tan viejos que crujían ante mis pasos vacilantes. El crac crac de la madera y el aroma que impregnaba el aire, mezcla de cera para muebles y clavo de olor añejo, que no por ello se volvía desagradable, me hacían sentir como en casa.
Me encontraba en lo que parecía ser un estudio, pero su morador no se encontraba allí.
A través de los pesados cortinados de encaje que cubrían el ventanal se filtraban los rayos del sol de medio día, que cruzaban la estancia y permitían ver partículas de polvo flotando entre la luz.
Todo estaba limpio. El tapizado color chocolate de la otomana resistió imbatible el paso del tiempo, al igual que el empapelado con motivo de hojas verdes que cubrían las paredes. Sobre el escritorio, que parecía en perfecto orden, se apreciaban algunos elementos con claras muestras de haber sido utilizados recientemente; como la máquina de escribir, una antigua Olivetti, que aún tenía una hoja incrustada, con varios renglones ya tipeados; un sello que se veía mojado, sobre una almohadilla empapada en tinta azul; y dos o tres plumas esparcidas como al descuido, junto a un par de tinteros cerrados y varias carpetas.
Una gran biblioteca ocupaba toda la pared tras el escritorio. Los lomos rojos y dorados exhibían títulos y autores de todas las épocas y lugares; muchos que no conocía como Mario Benedetti, García Márquez, John Green, Machado de Asís, Isaac Asimov, George Orwell, Haruki Murakami, Ferdinard De Saussure, Noam Chomsky; y otros que provocaron que me emocionara al punto de las lágrimas, como Robert Bloch, Clark Ashton Smith, Robert E. Howard, August Derleth, Donald Wandrei o Edgar A. Poe.
Qué bien me sentía allí, me sentía como en casa...mi casa. Allí donde pasé los mejores momentos de mi vida.
Acaricié la madera lustrosa del escritorio y vi mis dedos largos y blancos, manos de hombre, bien cuidadas. Me resultó extraño, miré mis manos sorprendido, en el dedo anular de la izquierda llevaba un alianza gruesa, de oro; mis ojos se detuvieron en mis zapatos de cuero marrón, se veían de calidad, posiblemente fueran caros; continué, observando y tocando el traje azul que llevaba puesto, hecho a medida, buena tela, excelente calidad. Toqué mi rostro, al que aun no había visto, al tiempo que buscaba por allí alguna fotografía mía. De pronto reparé en una plaqueta de bronce que descansaba junto a las carpetas; «William Greene Lovecraft», se podía leer sobre la brillante superficie. Entrecerré los ojos, los recuerdos comenzaron a arremolinarse en mi cabeza, había muchos, pero ninguno correspondía a esas últimas horas.
¿Qué está sucediendo? ¿Quién es ese William? Con Sonia no llegamos a tener hijos, al menos que yo estuviera enterado, es imposible que tengamos descendientes ahora.
Abatido, me senté en el sillón de cuero, tras el escritorio. Los recuerdos eran confusos, siempre pensé que lo que sucedió aquella noche en casa de Sonia, cuando celebramos el divorcio con una botella de vino, había sido sólo un sueño; nuestra última noche juntos...
En medio del desconcierto mis ojos se toparon con una fotografía en blanco y negro en la que posabamos juntos, en el inicio de nuestra relación. Cuando iba a respirar aliviado, la fotografía a colores que se hallaba junto a esta, en marco dorado, me descolocó; un joven muy parecido a mí, con una gran sonrisa en el rostro, posaba con dos chicas, y una pareja mayor. Mi curiosidad me llevó a estirar el brazo para tomarla pero con el movimiento arrastré las carpetas que cayeron al piso, dejando al descubierto un libro voluminoso de color marrón, de tapas duras, desgastadas, con una especie de cintillo de cuero que envolvía al libro y se prendía a una hebilla de bronce opaco, para mantener sus peligrosos secretos a salvo de ojos curiosos.
Un libro que conocía muy bien y que me aterraba. Me retiré hacía atrás con rapidez, como si me quemara, mi respiración se aceleró y la angustia se apoderó de mí. Ya no me sentía a salvo allí, algo había sucedido y no entendía qué era.
Salí apresurado de esa estancia, en busca de alguien que me diera una explicación. El resto de la casa destilaba el mismo aire antiguo, pulcro, acogedor. Sin embargo, yo ya no me sentía bien en ese lugar. Comencé a abrir puertas, para ver si me topaba con algún ser vivo, pero no hallé a nadie. En mi desesperación abrí una puerta que me llevó al toillette. Iba a irme desilusionado, pero recordé que quería ver mi imagen y me acerqué al espejo.
Cuál no sería mi estupor cuando me vi frente a alguien que acababa de conocer en una fotografía a color. Miré el entorno, me sentí pequeño ante el lujo que ostentaba ese toillette, una modernidad que no había en mi tiempo, que yo no tuve en mi vida, ni antes ni después de morir mis tías. Corrí hacía la pequeña ventana y miré al exterior. Mi horror aumentó al ver esos vehículo estacionados a lo largo de la cuadra, modelos de automóviles que nunca antes había visto, ni siquiera en mis sueños más siniestros.
En ese momento todo el entendimiento del mundo llegó a mí,
¡No puede ser! Este estúpido, quien quera que sea, ha estado jugando con El Necronomicón y me ha traído a la vida en su cuerpo...
Salí de la sala de aseo tambaleándome, a punto de caer en la vorágine de mi desesperación, cuando oí que la puerta de calle se abría. Intenté escapar, volver a la habitación en la que había despertado, creyendo recuperar mi vida, pero una mujer joven me vio y caminó hacia mí entre risas.
─¡William! ─exclamó feliz, y me tomó del brazo─. ¿Pudiste dormir esa siesta que tanto necesitabas? ¿ O sólo me mentiste para no ir de compras conmigo? ─preguntó, al tiempo que se ponía de puntillas y me daba un beso fugaz en los labios.
─Lo siento, yo...─logré articular, sorprendido del tono varonil que ahora tenía mi voz.
─Tú y esa manía de rendirle tributo a ese pariente medio loco que vivió siglos atrás ─dijo, y se encaminó hacia uno de las habitaciones mientras se quitaba los zapatos de taco─. Espero que hayas adelantado esa lectura que era tan importante, no olvides que esta noche cenamos en lo de mi hermana.
La mujer no dejaba de hablar, ni de quitarse la ropa ante mí, que no sabía para dónde mirar. Sin embargo a ella parecía no importarle; cuando quedó desnuda se acercó a mí, arrastrándome hacía el baño, quitándome la ropa y besándome, sin darme la posibilidad de explicarme.
Vamos, abuelito Howard, déjate de niñerías. Al menos tienes la oportunidad de conocer a una verdadera mujer...Deberías agradecérmelo...
Escuchar esa voz en mi cabeza me horrorizó, pero no tanto como los gusanos que aparecían y desaparecían reptando por la bella espalda de la mujer...