¡Hola a todos!
El proyecto de la comunidad votado para este mes fue La Primera frase. Consiste en tomar como punto de partida la primer frase de un libro para escribir nuestra propia historia. En esta oportunidad copié la del epub que estoy leyendo, una obra de H.D. Lawrence: El amante de Lady Chatterley:
“La nuestra es esencialmente una época trágica, así que nos negamos a tomarla por lo trágico.”
Como muchos ya sabrán, yo no cultivo el género romántico y risueño precisamente. Lo mío es el terror, la ciencia ficción, y lo erótico; aunque es en los dos primeros géneros donde busco perfeccionarme.
Claro que me gustan los retos, por lo que intento escribir de todo, pero si me dan a elegir...
De modo que advierto que no solo me pasé bastante de la extensión, sino que, como sé que hay gente a la que no le gusta el género de terror, en este caso horror sobrenatural, no están obligados a continuar con su lectura.
Igual se agradece la visita. Otra vez será.
Curiosidad Perniciosa
Texto inspirado en La Séptima Narración: La Locura que vino del tiempo (El Necronomicon: La Traducción de Dee- Lin Carter)
Damasco, año 1996 d.C.
La nuestra es esencialmente una época trágica, así que nos negamos a tomarla por lo trágico. Para ello, embotamos nuestros sentidos con drogas que sólo nos consuelan por unos instantes, y nos hacen creer que son el milagro que nos librará de nuestra absurda soledad; o con el consumismo desmedido, que nos lleva a adquirir todas aquellas cosas materiales con que los medios se encargan de atiborrar nuestros ojos.
Yo hace tiempo dejé de buscar ese tipo de satisfacción, y siento una profunda pena por esos pobres incrédulos que pierden el tiempo en llenar sus espacios vacíos, sin saber que ahí afuera hay algo horrendo acechando a cada uno. Yo era como ellos, un negador de todo lo que no podía ver; un iluso que creía ser el centro de muchos centros que existen en el mundo. Pero un día descubrí que no era así.
Un día cambié. Fue el día en que una mala copia de aquél libro llegó hasta mí. Cuando, obnubilado por todas esa maravillas que leía y que pensaba que eran solo una exageración, busqué información sobre el autor de esa abominación. Todos los datos que hallé en internet me decían que se trataba de un personaje ficticio, nacido de la mente del verdadero autor del libro. Sin embargo, esa copia, traducida diez años atrás, corroboraba que el autor era Abdul Alhazred, quien continuaba viviendo en una ciudad de Siria.
Decidido a saber si todo era una broma, me comuniqué primero con la editorial que había impreso esa copia. Allí me dijeron que no sabían nada, que solo mantuvieron correspondencia a través de varias cartas, y que se habían limitado a copiar lo que el autor del libro les había solicitado en sus líneas. Nunca llegaron a tratar con él personalmente. Opté entonces por enviar una carta a la dirección que figuraba en la última hoja del libro, bajo el nombre del supuesto autor de invención; dicho dato estaba en letra muy pequeña, como para que pasara desapercibida al lector descuidado; pero no para mí.
Él demoró en responderme, pensé que nunca lo haría, que era solo una broma de mal gusto por culpa de la que había perdido el tiempo y la morbosa ilusión de encontrar algo nuevo. Incluso llegué a pensar que ya había muerto, o que la correspondencia se había perdido en el largo viaje hacía la tierra lejana donde el hombre vivía. Pero no fue así. Un día me llegó una corta misiva, en un sobre sucio por la manipulación en las distintas aduanas por las que pasó hasta llegar a mí. «Venga, sálveme. Cuidado, si sigue adentrándose en lo innombrable, no miré más allá de los espacios angulados.», esas eran sus únicas palabras. Ni una fecha, ni un saludo, ni una nota de despedida. Nada más, aparte de esas enigmáticas palabras.
Alhazred era un hechicero, un hombre que me inspiró miedo desde el primer momento, pero que con su misteriosa forma de proceder me atraía de forma irremediable a mi ruina.
En pocos días, movido por mi ambición de explorar en lo desconocido, de indagar sobre lo que no debía, organicé el viaje, provisto de todo lo necesario, sin olvidar la copia que causó todo lo que vendría después. Sin sospechar lo que se avecinaba, llegué a Damasco. Abdul Alhazred me esperaba con una expresión en el rostro que hizo que me arrepintiera de estar allí.
Día 1
Alhazred resultó ser un hombre menudo, de piel muy morena, curtido por el sol, y de barba abundante y gris. Vestía túnica y llevaba un turbante negro en la cabeza. Apenas me dirigió la palabra cuando me presenté, y de inmediato me hizo una seña para que lo siguiera. Por los bártulos y las provisiones que tenía preparadas dentro de la humilde morada, estaba listo para salir de viaje. No tuve tiempo de descansar, de inmediato nos pusimos en camino hacía algún lugar que solo ese hombre conocía.
Día 3
Llevamos tres días cruzando el desierto, cuando le pregunto a dónde me lleva gesticula con las manos y habla un idioma que no entiendo. Cada vez estoy más convencido de que fue una locura hacer este viaje. De no ser por el mapa que llevo encima, nunca hubiera adivinado que vamos camino al Valle de las Tumbas.
Día 4
Hoy pasamos por una ciudad antigua, enterrada en la arena. Alhazred quiso indagar y me convenció. Logramos encontrar un recoveco por el cual nos colamos y bajamos a unos pasillos subterráneos. El olor allí era pestilente y el aire frío me erizó la piel. El lugar estaba construido enteramente de piedra, la arquitectura revelaba aberturas altas y angostas, más altas que la altura de un hombre normal. Cuando nos introdujimos en una de las cámaras subterráneas, descubrí en el suelo una loza que por sus dimensiones parecía ser una especie de tapa; había una serie de signos y dibujos incomprensibles tallados en la piedra. Estaba estudiándola con curiosidad cuando al hechicero le entró una prisa inexplicable por salir de allí. Me agarró del brazo y me arrastró hacía afuera, hasta alejarnos lo suficiente de ese lugar. Cuando nos habíamos alejado lo suficiente, miré hacía atrás y vi esa misteriosa y extraña ciudad emerger de la arena. Alhazred miraba con temor, diría que con pánico. Sin saber por qué, me estremecí de los pies a la cabeza.
Día 5
Al fin llegamos. El Valle de las Tumbas es un santuario de tumbas, excavadas en la misma roca, las que fueron saqueadas hace tiempo. Nos instalamos en una desde la que se puede ver todo el Valle. Mientras yo contemplo el paisaje desolador, Alhazred se ocupa de dejar habitable la nueva morada. El silencio en ese Valle es aterrador, algo que nunca he experimentado. Por momentos, puedo ver que hay tramos donde la luz del sol parece opacarse, como si una nube se colocara delante del astro para impedir que emita su luz; y, sin embargo, cuando miro hacía el cielo, no hay una nube hasta donde llegan mis ojos. En realidad, si enfoco bien la vista, me parece ver una especie de humo negro en esas zonas que se ven más oscuras.
Cuando le comenté al hechicero, y lo vi mirar hacía el Valle, me pareció ver una sombra de terror asomar a sus ojos negros.
Continúo preguntándome qué hago yo aquí, por qué siento que estoy en una época muy anterior a la que pertenezco. Como si hubiera hecho un largo viaje en el tiempo.
Día 6
Está noche, haremos un ritual, Alhazred ha estado todo el día preparando una droga derivada del legendario Loto negro, de misteriosa procedencia. Debo reconocer que escuché muchas veces hablar de esta droga, pero nunca me había atrevido a experimentar con ella; además de que no es fácil conseguirla por ahí. Estoy ansioso, pero al mismo tiempo tengo miedo.
Todavía no tengo claro para qué será la ceremonia.
Día 8
Desperté esta mañana. Estuve un día entero durmiendo. Recuerdo que luego de entrar al círculo de protección que Alhazred dibujó, hice uso de la droga, mientras él me observaba moviendo los labios en una salmodia ininteligible. A partir del momento en que la droga hizo efecto en mí, todos los velos se corrieron. Pude ver el pasado de todas las cosas, las proezas, los personajes; llegué a un punto de mi viaje que ya no pude continuar. La oscuridad y el vacío eran la línea divisoria que no pude cruzar, y a través de la cual vi que miles de ojos fosforescentes me observaban. Presa del terror volví a mi cuerpo y caí vencido por el cansancio.
Supongo que ese viajé duro toda la noche.
Día 10
Horas de la mañana
No logro dormir, tengo terribles pesadillas. Alhazred insiste en que tenga cuidado con las líneas rectas. Me dice que si salgo del refugio, debo caminar en zigzag, como si estuviera evadiendo algo. Se comunica mediante palabras sueltas y señas, ni él entiende mi idioma ni yo el suyo. Tengo miedo, cada vez que el sueño me vence y cierro los ojos los veo; están detrás de mis párpados, al acecho. Estoy ojeroso, también he perdido el apetito. Creo que me estoy volviendo loco. El hechicero me mostró unos pergaminos viejos, me señaló una de las ilustraciones; me horroricé al ver los espectros que veo cuando cierro los ojos.
Lo único que logro entender es la palabra Tindalos, son espectros parecidos a perros; deduzco que querrá decir Perros de Tindalos.
Horas de la noche
¡Dios! Estoy condenado, ellos están detrás de mí. Los vi hoy cuando me acerqué a uno de los ángulos de una tumba vecina. Un humo negro comenzó a surgir de ese punto y, de repente, las fauces descarnadas de un perro pareció salir de la pared. Me aparté de inmediato y, al no poder alcanzarme, se sumergió de nuevo en la pared.... Ahora entiendo el por qué de las modificaciones que Alhzared hizo dentro del lugar donde moraríamos, el primer día que llegamos...
No quiero dormir, tengo miedo de que vengan mientras duermo, o que me atrapen en mis sueños; donde se cuelan con mucha facilidad... Quiero volver a casa...
Dios, ayúdame...
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Alhazred observa al extranjero correr enloquecido por el Valle de las Tumbas. Una risa gutural le sale del pecho cuando ve al iluso dirigirse en línea recta, al tiempo que varios focos de humo negro van tras él; y crecen, hasta convertirse en espectros de humo con forma de perros; cuyas fauces y garras le dan alcance y despedazan su cuerpo. Los Perros de Tindalos se disputan los jirones, antes de desaparecer con su botín.
Un brillo de maldad centellea en los ojos del hechicero, él siempre le advirtió. Suspira y comienza a recoger sus pertenencias para regresar. Aún está vivo, y es una gran señal. La entidad a la que le pidió más tiempo aceptó la ofrenda.
Un siglo más, sin saberlo, el pobre iluso extranjero le había regalado un siglo más. Aunque continuaría viviendo en las sombras, pero eso era lo de menos.
En agradecimiento, Alhazred envió sus últimas anotaciones a la misma dirección desde donde el iluso se atrevió a contactarlo.