Revista Diario

Proyecto Felicidad (II)

Publicado el 19 julio 2010 por Nmartincantero

La felicidad –y la tristeza– son tan contagiosas como un resfriado. Los insignes científicos de la Universidad de Harvard y del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT) han llegado a esta conclusión tras un estudio que parece confirmar las sospechas de los que tendemos a mimetizarnos con el ambiente. En su trabajo recién publicado, los investigadores utilizaron los mismos modelos matemáticos que suelen emplearse en el estudio de enfermedades altamente contagiosas, como la Gripe A, para establecer que el “contagio” de la felicidad y la tristeza funciona de manera similar al del resfriado.

Otras conclusiones: la gente se "recupera" más deprisa del descontento que del contento. Como media, una "infección" de felicidad dura unos 10 años (hay que aclarar que el estudio se centra en estados emocionales de larga duración, porque son un reflejo más fiable de la satisfacción con la vida que estados emocionales pasajeros, de los que ya se sabe que son contagiosos, como la risa). La tristeza es más contagiosa que la felicidad. Pero esta última es más probable que aparezca espontáneamente que la tristeza.

Al hilo de los comentarios en el post anterior, sobre los vínculos entre la felicidad y la música, el viernes tuve ocasión de asistir a un concierto de Kirtan de Krishna Das en Madrid. El Kirtan, una de las tradiciones musicales más antiguas del mundo, es el canto de mantras en forma de pregunta-respuesta acompañado de instrumentos como el armonio. Una manera alternativa, y para algunos bastante más sencilla, de meditar, de llevar a la mente a un lugar de reposo y tranquilidad.

El caso es que Krishna Das se refirió a su música como medicina, como una forma de "destapar" la felicidad. Porque lo que nos hace felices no se encuentra fuera, sino dentro de nosotros, y la música agrieta las a menudo gruesas paredes que impiden acceder a ese espacio.

Todo esto me hizo pensar en la fábula del pequeño pez:

—Usted perdone —le dijo un pez a otro—. Usted es más viejo y tiene más experiencia que yo, y probablemente pueda ayudarme. Dígame, ¿dónde puedo encontrar eso que llaman océano? He buscado por todas partes y no encuentro.
—El Océano —respondió el viejo pez— es donde estás ahora mismo.
—¿Esto? Pero si esto no es más que agua... Lo que yo busco es el océano —contestó el joven pez. Y se marchó decepcionado a buscar en otra parte.


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