Hacía tanto tiempo que estaba enamorada de la realidad, que ya había dejado de desayunar mentiras. No notaba ya que con cada latido, esa máquina compleja que se escondía tras sus costillas, dolía. Porque llevaba un tiempo sintiendo que su pasatiempo favorito era vivir y la risa, y había abandonado la calidez que la ginebra traía a su cuerpo con cada trago que abrasaba su garganta. Todo gracias a un tiempo en el que las princesas no eran zorras de burdel, sino princesas de verdad. Las hadas no mentían, o eso le parecía a ella, cuando en los cuentos se relataban momentos en los que el estómago de la damisela estaba lleno de insectos parecidos a las mariposas (o quizá fueron hormigas) que gritaban su nombre. No se abandonaba a sí misma, porque no se sentía ya abandonada por los demás. ¿Entonces por qué en esa bañera con patas se sintió en un ataúd? La procesión se lleva por dentro, que es lo que dicen. Y es que sabía que cuando él, motivo de sus hormigueos, cuentista de historias de hadas, señor del buen amor, volviera del trabajo, todo daría un drástico giro. Para siempre. Porque ya estaba cansada de sufrir.
Hoy os regalo unas letras, bandido y bandida,
porque del examen de Economía prefiero no hablar.