I
Llevaba ya tres lutos del día cabalgando con sus soles, tres soles que empeñábanse en hacerse herida desde las entrañas del día. Mortlak llevaba el cuerpo de Lilith entre el cuello del caballo y él, llevaba lo que quedaba de su amada, porque el primer amor es un cadáver que nadie sabe dónde enterrar. La nieve danzaba al compás de las cenizas que llegaban de los reinos que caían ante los constantes ataques de las brujas y los cuervos habían sucumbido a la impaciencia para lanzarse desde la retaguardia y picotear rápidamente el cuerpo de Lilith mientras Mortlak maldecíalos con ira blandiendo una espada de fuego que había matado a cientos de brujas, pero que ahora no lograba acertar a abatir un par de córvidos que burlábanse de la vida, de la muerte y del destino del hombre, de su amor, y graznaban con risas macabras con sus picos teñidos de amanecer coagulado. Ese amor había acabado con su heroicidad, ese hechizo habíale mancillado la fama al haber abandonado la batalla de Glockham para salvar a una mujer. Ni siquiera era una mujer, era una bruja, una furcia forjada en las fraguas del Malfernum, ¿pero qué sabe el corazón de furcias y brujas? ¿Qué sabe el amor del bien y del mal si créese por encima de todo?
Tal vez, Mortlak ya no fuera ese héroe temido y respetado sobre el que circulaban oscuras leyendas y continuos fornicios. Ahora era un amante con un corazón al que ya no notaba latir fuertemente al atravesar el pecho de una bruja o de un hombre en alguna pelea de taberna, ahora su corazón era débil y temblaba. A veces, el corazón más débil sufre demasiado y desea destruir el mundo comenzando por sí mismo. Y, en efecto, Mortlak no iba a salvar al mundo ni a su corazón cuando decidió dirigirse al Malfernum para arrebatarle el alma de Lilith a los Doce Demonios que habíansela arrancado de sí.
II
Al llegar a las puertas del Malfernum, el caballo desfalleció de cansancio muriendo mientras echaba espuma por la boca. El cuerpo de Lilith había quedado debajo y Mortlak hubo de tirar fuertemente de los pies y arrastrar el cadáver por el suelo. El pelo de lava abriose en abanico sobre la nieve y la mirada negra de Lilith parecía contener la noche más oscura de todos los tiempos, sus labios lilas guardaban el más negro bostezo del vacío y la nieve parecía más gris que blanca en comparación con su piel. Los cuervos volaron entre escandalosos graznidos ante tal espanto, pero Mortlak viola tan bella como una rosa roja que sobrevive entre la nieve suspirando esquirlas de hielo por sus pétalos. Cogiola en brazos, su cuerpo rígido ya ni arqueábase entre los músculos de Mortlak.
Ante él, las puertas del Malfernum alzábanse levantándose varios metros sobre su cabeza. Dos grandes columnas salomónicas talladas con formas de escamas de ofidio escoltaban ambos lados de las puertas haciendo de imponentes jambas. A lo alto, en los capiteles, sobresalían las cabezas de las dos grandes serpientes que trenzábanse sobre el dintel mirando amenazadoramente hacia el umbral, apuntando con las bocas abiertas a quien osase llegar hasta allí y enseñando sus grandes colmillos a Mortlak. Dos calaveras esculpidas en cada puerta sonreían con gusanos en las cuencas mientras sostenían entre los dientes dos pesadas aldabas con forma de pezuña de macho cabrío. Todo ello, tallado en la más negra y opaca piedra que Mortlak había visto en la vida. Agarró una de las aldabas y llamó con fuerza un par de veces. Entonces, las serpientes tomaron vida y sisearon lanzándose hacia Mortlak mientras desenvainaba su espada en llamas y sostenía con un brazo a Lilith.
—Mortal, ¿a qué venís si no para oscurecer vuestra alma? –Silbaron las serpientes—.
Mortlak nunca había sido de muchas palabras. “Otra cerveza”, “Os empalaré con la columna del esqueleto de vuestra madre” y “Vuestro vástago no es mi hijo, maldita furcia” era lo que más solía escupir por la boca. Con dos mandobles, las serpientes habíanse vuelto a petrificar en su posición inicial y las puertas abríanse desgañitándose en un sonorísimo largo chirrido roto del timbre de un eructo, grave, molesto…
Penetró cargando en brazos con su amor muerto en los largos pasillos cavernosos que extendíanse en forma de laberinto a lo largo del soterrado Malfernum. Las pequeñas antorchas dispuestas a lo largo de los muros iluminaban tímidamente, pero, tal vez por ser tan débiles como el miedo, lograban agrandar las sombras de Mortlak y Lilith. En ocasiones, podíase ver en alguna pared cómo la sombra de Lilith cobraba vida extendiendo sus afiladas uñas.
Ni sábese cuántos días ni noches estuvo vagando Mortlak por aquel laberinto. Muchas veces volvió a parar de nuevo ante las puertas de la entrada y tanto su desesperación como cansancio crecían dentro de él, como el hambre y la sed, hasta que por fin llegó a una gran sala que abríase abruptamente, iluminada por grandes antorchas. Un inmenso altar esculpido con figuras de calaveras de brujas, diablos y otros seres malignos surgía de una gran brecha llena de lava y tras él, los Doce Demonios jugaban con las almas en sus dedos entre risas y cuchicheos del sonido de ocho cuchillos afilándose. Riéronse al ver al hombre enamorado cargando con su bruja, adivináronle las intenciones y sus sombras desprendiéronse de ellos para dar vueltas entre carcajadas en torno a Mortlak, hurgando con sus uñas en el cuerpo de Lilith para arrebatarle el alma, pero había sido muy bien rebañada la noche en la que fueron a por ella.
—¡Vos entregaré mi alma cuando muera si le devolvéis la suya!
Aún riéronse más y Mortlak, enfurecido, lanzó espadazos contra las sombras burlescas que ni sentían ni padecían.
—¡Oscureced vuestra alma, mortal, y Nos tomarémosla! Pero nunca nos desprenderemos de una. Son nuestras… ¡Todas las almas oscuras son nuestras! ¡Es el precio por el poder!
Gritos de brujas salían de la brecha, sus manos con afiladas uñas asomaban entre llamas.
—¡Fuera, mortal!
Y Mortlak despertose en una oscura cueva desde la que podía ver un extraño templo.
III
Miraba el cadáver de su amada entre amor y tristeza, los síntomas de descomposición, el pestilente olor que emanaba, los gusanos empezábanle a salir de la boca y él aún veíala bella. Antes de tomarla en brazos y llevarla a ese extraño templo dedicado sabe Dios a qué divinidad o malignidad y pactar con ella, una negra silueta presentose en la entrada de la cueva extendiendo su sombra hasta los ojos de Mortlak. A cada paso, la silueta empezaba a ser más nítida y podíase intuir una mujer que caminaba contoneando sus caderas en las que el tiempo columpiábase con su andar. Poco a poco, Mortlak pudo ver que estaba desnuda, que ninguna prenda colgaba de ella. La luz empezábale a acariciar tímidamente el cuerpo de la extraña mujer y resultó que, al final, era la más conocida de todas: la Muerte.
Tan bella y seductora que Mortlak, por un momento, olvidó a Lilith. Tenía el pelo de negra nube de tormenta deshaciéndose al caer por sus hombros y espalda; los ojos color verde veneno de víbora evaporándose sobre la hojarasca otoñal; la piel nívea captaba la luz y extendíala por toda su carne; los labios eran de un rosado seco, de un rubí apagado, de una fresa marchita; los pechos fueron descritos en la mente de Mortlak como “Ahogaríame en esas tetas si dieran cerveza en vez de leche”.
Detúvose la Muerte ante Mortlak, que ahora volvía su mirada a Lilith. Tánatos habló:
—No vengo a por vos, Mortlak.
—Tampoco creo que vengáis a por ella.
—Deseo vuestra alma por encima de todo. Habéisme burlado tantas veces, habéisme engañado tantos años… En cada batalla, en cada mandoble de espada, en cada paso de vuestra turbia vida, que vos ansiaba… Vuestra hora está lejos, pero deseovos… Deseo vuestra alma, bañarme en vuestra sangre y que la hoja de mi guadaña bese vuestro cuello…
—Normalmente, las mujeres quieren mi verga, no mi cuello. Extraña forma de desearme, puta.
La Muerte sonrió, apenas torció los labios, pero sonreía con la mirada, con su cuerpo. Acercose a Mortlak y besolo, él apartose volviendo la mirada a Lilith.
—Id al templo, es mío. Podréis compartir vuestra alma con ella si tanto la amáis, pero vuestra vida acortarase.
Nadie había sobrevivido a un beso de la Muerte, tampoco nadie habíale visto cambiar su dulce cara transmitiendo paz por un gesto de celos y rechazo.
—Id pronto y llevad a… esa ramera –dijo desvaneciéndose.
Mortlak levantó a Lilith, costole más que otras veces cargar con ella a causa de la tremenda erección que habíale producido Tánatos. Llegose al templo, tan blanco como la nieve, cuya entrada eran dos columnas góticas con capiteles florales que deshojábanse simbolizando el pasar del tiempo, la fugacidad de la vida, la agonía. No había puerta y, al entrar, un altar con forma de ataúd blanco esperaba en medio de la sala redonda. La Muerte aguardábale tras él, bella, sonriente, seductora…
—Tumbadla en el ataúd –díjole ella.
Y Mortlak hízolo con sumo cuidado. El pelo de lava arrebujose en la cabecera, sus ojos miraban al cielo, la boca entreabierta negra con gusanos saliendo de su boca parecía mostrar la esperanza de un milagro mientras sus ojos abismales sumergíanla en las profundidades de la fatalidad.
—Ahora besadla. Ha de ser un beso de amor puro, un beso con alma que permítale volver a la vida. Viviréis los dos con vuestra alma partida a la mitad. Nunca podréis alejaros más de unos pasos porque las dos partes del alma débense mantener unidas. Si no lo hacéis, uno de los dos morirá, una de las partes abandonará vuestro cuerpo o el suyo para buscar su otra mitad. La parte del alma que le deis se oscurecerá mientras la vuestra permanece pura. Si aceptáis, podéis besarla.
Mortlak acercose a ella y besola. La Muerte desapareció y Lilith comenzó a mover sus labios mientras su cuerpo volvía a recuperar la salud y la beldad. Mortlak escupió un par de gusanos para ver que su amada era como la primera vez que habíala visto. Después yacieron sobre el ataúd e hicieron noche en el templo.
EPÍLOGO
Lilith despertose entre los brazos de Mortlak y cortó su garganta sin pensarlo, arrebatándole la mitad del alma que hacíale falta para poder ser libre, porque Mortlak eligió el amor y ella, la libertad. Él podría haber muerto sentado en el trono de un gran castillo con los pies en alfombras hechas con piel de brujas, pero prefirió hacerlo de la manera en la que habíala hecho: en los brazos de una de ellas. Enamorado, dócil, ciego, hechizado, ignorante… Idiotamente feliz, reposa su cuerpo en un olvidado templo que nadie conoce, sin tumba en la que puédasele venerar, sin alma que pueda ir al Cielo o al Infierno porque ahora pertenécele a Lilith.
Diolo todo, entregose completamente a Lilith y la Muerte vínolo a buscar. Yace en sus brazos, enterrando su cabeza entre sus pechos en el vacío de la inexistencia que reina en la nada.
Ahora Lilith únese a sus hermanas en los aquelarres de las sangrientas batallas que extiéndense por las Cuatro Tierras de Turdem, empapando los reinos de sangre, mofándose ya no de haber matado al Mortlak el Brujicida, sino de haberlo hecho suyo, de haberlo debilitado y zarandeado a su voluntad como una muñeca de trapo, hechizando a más hombres, yaciendo con ellos antes de sesgarles la garganta.
Tal vez ella sea la heroína, la triunfadora de esta historia, la sabia que nunca dejose esclavizar por el amor, la que ha hecho las más grandes hazañas épicas, la que es nombrada con pavor de los hombres, la que es maldecida por los dioses, venerada por los demonios, respetada por todos. Tal vez, en el corazón donde nunca habitó el amor, sólo asiéntase el odio. Pero los buenos, los inocentes, los idealistas, nunca nacieron para ser héroes, sólo víctimas. Pura maldad parida por el amor, eso es Lilith.
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