Revista Diario

Pura vida

Publicado el 27 abril 2016 por Kaktus

Una de las cosas bonitas del África es el tópico de que la vida florece por doquier. África es vida y Etiopía más. Una pena que esa vida se empeñe en florecer dentro de los muros de mi casa. A lo largo de la semana pasada, hemos establecido contacto indoors con: lagartijas (son legión); cucarachas over sized; los consabidos mosquitos; un ratón, mantis religiosas; una invasión de grillos que tal como vino, después de unos tres días, se fue; y, el sábado por la tarde, una mangosta gigante con la que nuestro perro hubo de luchar a brazo partido para explicarle que ella NO cabía en casa.

Siguiendo la lógica de las películas comerciales apocalípticas, alguna de estas especies debería comerse a las demás y, al menos, librarnos de un par de problemas. Pues no. No está pasando. Todas conviven pacíficamente en nuestro hogar. Conmigo y con mi Nena de tres años. Y es verdad que la casa es muy grande, pero, como hay tanta variedad, normalmente también están los que más tirri te dan, que en mi caso son los ratones, y así me pasé cuatro días metiéndome el orinal de la Nena en el cuarto por la noche porque me daba miedo salir al baño y encontrarme el ratón. Al final, como la educación adquirida es siempre un peso, la verdad es que no conseguí hacer pipí en el orinal, por lo que me pasé cuatro noches soñando que me meaba y rezando para que una infección de orina no viniese a añadirse a mis muchos problemas vitales.

La mangosta, sobre la que he pasado de refilón, merecería capítulo aparte. Baste decir que, cuando el perro empezó a ladrar en dirección a su caseta, yo pensé que era una serpiente. Mi primer impulso fue cerrar la puerta y echarme la siesta, pero luego pensé que mi Nena juega en ese jardín y no puede haber serpientes campando a sus anchas. Finjiendo un valor que no poseo, cojí la escoba y salí a ver qué serpiente había encontrado el perro. Imagínense mi cara cuando sale de la caseta del perro un roedor aproximadamente el doble de grande que un gato adulto. Me dí cuenta  de que en vez de la escoba necesitaba un fusil. Al final, después de diez minutos de encarnizada lucha con el perro, conseguimos llevarlo hacia la verja y echarlo fuera. San Google nos ha informado de que era una mangosta. Gigante, siempre según Google.

Más allá de nuestra verja, también la vida animal campa a sus anchas. El día de los Difuntos, en la mejor tradición cristiana, nuestra exigua parroquia marchó en procesión al cementerio. Y allí íbamos todos con nuestros velos, cruz al frente y en alto, y rezando el Rosario. La Nena sólo sabe decir “Santamaría” y “Amén”, pero le queda bastante propio. En estas estábamos cuando, en un lateral de la calle, una de las puertas de lámina se abrió y salieron dos bueyes enloquecidos que cargaron con lo primero que pillaron que era nuestra escuálida procesión.

La procesión se transformó en un caos donde cada cual corría por su vida. Yo con la Nena en brazos me dispuse a luchar por nuestra supervivencia. Lista que soy, me arrimé al otro lateral de la calle, pensando en meterme en la primera puerta que pillara. Los bueyes se giraron y uno de ellos empezó a correr hacia nosotras. Y entonces me dí cuenta de que no había puerta, sólo muro. Juro que ví mi vida pasar ante mis ojos. Estoy muy satisfecha de mi vida, pero morir en una calle polvorienta y apestosa embestida por un buey me pareció súper triste. Como detrás de los bueyes habían corrido los pastores a controlarlos, uno de ellos consiguió desviar al buey y pasó el peligro. Considerando que las primeras filas de la procesión seguían cantando el Rosario ajenas al caos de la retaguardia, parecíamos una serie española costumbrista de presupuesto muy, muy bajo. Sólo nos faltaban una taberna y una pata de jamón.

El verano pasado en España fuimos a uno de los populares encierros infantiles: son toros de cartón piedra en carretillas empujados por animadores. A la Nena no le hizo demasiada gracia, y se mantuvo a distancia prudencial. Hubo quien me dijo que, claro, con la diferencia cultural, la Nena no sabe lo que es San Fermín. “No”, respondí”, “es que para nosotras, morir aplastadas por una vaca es una posibilidad real”. Ya antes del incidente “procesión”, la Nena había aprendido que vacas, coches, burrros, camiones y caballos entran en la categoría de cosas que pueden atropellarte.

La niñera tiene otras categorías: animales malos y animales que dan igual. Y, si bien colaboró en el exterminio del ratón, de las lagartijas y los grillos pasa tres pueblos porque “no muerden”.

A mí los nervios me están mordiendo entre todos. Mucho me temo que la especie que se extinguirá antes será la nuestra.


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