“¿Qué tal estás?” Es una pregunta que nos hacen a todas horas. De esas preguntas retóricas que manda la cortesía. Si lo piensas bien es algo que justo a quien verdaderamente le importase no necesitaría preguntar; lo sabría antes de encontrase contigo, ya lo vendría sabiendo. ¿A qué viene tanto interés de repente…?La pregunta es la ya apuntada pero la respuesta es siempre la misma también. “Bien, ¿y tú?”Como te saltes el guión la liamos. Imagínate: “…fatal, incómodo, inquieto, enfadado, ansioso, perdido, arruinado, histérico, enfermo…” Luego tendrías que explicarlo y la gente no tiene tiempo.Yo os propongo esto que yo digo a menudo y resulta enriquecedor:— “¿Cómo estás?”— “Bien, no puedo quejarme”, y corriges. Sí, claro que puedo quejarme, pero no lo voy a hacer. No voy a amargarte este momento, ni amargármelo yo, —salvo que la queja fuese dirigida precisamente a tu interlocutor… pero ese dificilmente te va preguntar cómo estás, te lo aseguro—. O también: “podría quejarme pero no dejes que lo haga”, éste es un reto precioso para tu interlocutor, ¿no os parece?Tendemos a quejarnos con demasiada frecuencia y probablemente donde menos falta hace y menos efecto surtiría.Prueba la fórmula y luego me cuentas.Es urgente descontaminar emocionalmente el ambiente.