–Me siento engañado. Mi voto no sirve para nada, todo es un paripé, puro teatro, pura farsa. Tengo la sensación de que votando se me utiliza para que siga la función, que compro una entrada para aplaudir el trabajo de unos malos actores que se descojonan de mí entre bambalinas y hasta en el mismísimo escenario.
–Es difícil saber para que sirve nuestro voto, visto lo visto. Quisiera saber que mi voto vale para algo; de lo contrario, ¿ para que ir a votar?Puedes no votar, pero tendrás que acudir a la función sí o sí. Pagar la entrada y aguantar sus risas. Y te retorcerás en tu butaca viendo el vergonzoso espectáculo que dan. Puedes no votar, pero el telón se levantará de todas formas. El patio de butacas se llenará de adeptos y opositores, de votantes y abstencionistas; se dirigirán a nosotros con las luces apagadas para no vernos. Nos dirán como sentarnos, cuando callarnos y que función veremos. Fijarán el precio de la entrada y la clac dará sus vendidos aplausos y sus necios ¡bravo! No votar no te exime de nada. Aunque te quedes fuera, aunque pudieras quedarte fuera sufrirás la función representada dentro.
–¡Hay que levantarse, arrancar las butacas, subir al escenario, colgar a los actores y pegarle fuego al teatro!
–Que pereza. A mí me gusta el teatro: sus palcos, la comodidad de sus butacas, su lampara de araña. No me gustan los actores actuales, la obra que representan. No me gusta la luz apagada y que no me dejen subir al escenario. No me gusta el contenido, pero sí el continente.Hay que cambiar la función y sus interpretes. Podemos quemar el teatro y colgar a los actores, pero el coste sería enorme y todo sería mucho más complicado. Hay que llenar el teatro. Gente de pié porque se acabaron los asientos, con los palcos y anfiteatro de bote en bote ejerciendo su derecho al pataleo, acallando a la hipócrita clac y afeando su traidora actuación. Cuanto más lleno esté, más incontrolable e incontestable resulta el abucheo de los asistentes; más posible es poner actores que enciendan la luz, que bajen al patio de butacas; más fácil resultará elegir funciones, orquestas; subir al escenario, elegir textos, decorados... Interpretar nuestra propia función.
Votar, votar, votar... A otros, si no te gustan estos. Nuestra ausencia es su tranquilidad. Menos votos menos números hacen, más fácil resulta todo... para ellos.
Si las urnas se llenaran a reventar, los sillones terminarían escupiendo sus enormes culos.
No es necesario quemar el teatro con ellos dentro. Alejarse, no participar tampoco soluciona nada; ellos con la clac se apañan, tú no les haces ni puñetera falta.
Abstenciones de más del 60% desesperan a quienes honestamente aspiran a cambiar algo y amplía la sonrisa de los de siempre.
Si no estamos dispuestos a quemar nada ni a colgar a nadie, lo que nos queda es ocupar nuestros asientos, ejercer nuestro derecho al pataleo y hacer bajar del escenario a estos mediocres actores que nos están amargando la convivencia.
Puede que las del domingo no sean elecciones que despierten nuestra curiosidad, que nos quede lejos el parlamento europeo y no conozcamos a la mitad de los candidatos que se presentan. Puede que las decisiones en Europa se tomen muy lejos de la soberanía popular que representan esas elecciones; pero nos están preguntando. Nuestra abstención la toman como el silencio administrativo: aceptación implícita de sus fechorías.
Tengo la sana costumbre de responder cuando me preguntan, evita muchos malos entendidos. Si el interlocutor me tiene cabreado, le miro a los ojos y, si es menester, le grito la respuesta... Mi respuesta.