-A pesar de todo lo que me hiciste, te perdono.
-Gracias... El perdón es sanador.
-Siempre igual, amor, siempre querías decir la última palabra.
Y ahí está mi mujer, con los ojos helados y fijos en la nada. Un hilo de sangre seca baja hasta su barbilla y ha teñido de rojo su boca entreabierta, como si se la hubiese pintado con carmín de meretriz. Parece sorprendida y sin duda es lo que pasó. Muy sorprendida. Pero es que ya he tragado mucho. El amor no lo vale. Tu amor no lo vale, Laura. Nunca lo valió.
-Recuerda recoger a los niños del cole, que eres un inútil y siempre te tengo que recordar todo. Eres un mierda, Andrés.
-Hasta muerta eres una harpía, Laura.
-No puedo vivir sin putearte, cretino.
-Ni morir, tampoco.
-Y lo que te queda, amor...
Llaman a la puerta. Supongo que es la policía. Tengo la camisa llena e sangre y aún llevo el cuchillo en la mano. Debo decirles que llamen a mi suegra y que ella recoja a los niños. No quiero que Laura se burle de mí y me vuelva a recordar lo gilipollas e inútil que soy. La miro de nuevo antes de abrir la puerta. No quiero que la echen abajo. Vaya... juraría que he visto q Laura hacer una mueca. Parece que sonríe. Sí, lo ha hecho... Puta vida.