Revista Literatura

¡Qué calor!

Publicado el 29 enero 2011 por Lorena

   Sigo intercalando cuentos con minicuentos. Hoy les dejo uno que está relacionado con una frase que escucho todos los días en esta época del año.
¡Qué calor!

¡Qué calor!
   El calor la golpeó cuando salió del edificio. Había pasado todo el día en un sueño de aire acondicionado y ahora le esperaba el penoso regreso al hogar. El aire estaba tan inmóvil que apenas si entraba en sus narices y no llegaba a ningún otro lugar. Tomó una abocanada, pero le quemó la garganta. Al final, se resignó a caminar a través de ese día gomoso.
   Las sandalias se le pegaban al asfalto y más de una vez creyó que se le iban a romper las tiras del esfuerzo que hacía al levantar el pie. La cartera pasó de pesar unos gramos a pesar unos cuantos kilos. La correa se le hundía en la carne del hombro. Un hombro que estaba quedando más abajo que el otro.
   Las cuadras se alargaban a medida que avanzaba con los pies hundidos en la acera casi hasta las rodillas. De repente, le pareció que la gente a su alrededor había crecido, o tal vez ella se estaba derritiendo. Por lo menos así parecía indicarlo la transpiración que le corrí a por la espalda y que hacía que sus pies rebotaran dentro de las sandalias. Casi con la lengua llegándole al mentón, llegó a la parada del autobús. Tardó una eternidad en llegar uno, con la gente creciendo como yuyo seco a través de ventanas y puertas. Ella se subió de todas maneras, quería llegar a su casa. Encontró la máquina de boletos extrañamente alta y tuvo que pedirle a alguien que le comprara el boleto. Pasó todo el viaje sosteniéndose de las piernas de los demás pasajeros.

   Cuando llegó a su parada tuvo que saltar a la vereda… ¡Cada vez hacían más altos esos escalones! La cartera le rozaba los tobillos y le pareció raro, pero tal vez la correa se había estirado por el calor. Caminó las pocas cuadras que la separaban de su casa sintiéndose insólitamente liviana. Antes de llegar a la puerta ya rebuscaba en su cartera por la llave. La encontró y le pareció demasiado grande, más grande de lo que la recordaba, ¡y eso que la había visto esa mañana! Aunque lo que realmente le sorprendió fue el cerrojo de la puerta: estaba por encima de su cabeza.
   ¿Cómo? Sí, por encima de su cabeza.
   «Este calor» se dijo «lo complica todo».
   Escudriñó a su alrededor, pero los gigantes que la rodeaban parecían no notar su presencia. Ya no arrastraba la cartera demasiado pesada, y las sandalias las había perdido por algún lado, la llave la dejó junto a la puerta.
   Pronto se vio rodeada de muros que crecía a su alrededor, y ella estaba en un surco, un camino. Había más como ella en ese camino, todos yendo en fila. Ella los siguió. La fila era rutinaria, el calor agobiante y también notó que acarreaba algo pesado sobre su hombro. Pero no podía hacer otra cosa que seguir caminando, para escapar de ese calor que la consumía.


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