Revista Literatura

¿Qué cielo hay que mirar?, Edith Marinozzi, Miércoles de 18 a 20 hs.

Publicado el 13 junio 2012 por Adriagrelo

 
Cuando un día ese fuego se apague, quedará
el recuerdo, en tu pecho, de haber sentido calor.
Ese día salí de mi casa contento, lo que alegró a mi mamá: me lo dijo al despedirme. Porque yo, dicen, siempre cara tranca, hasta de chico, pasara lo que pasara.Era época de fiestas, y a mí las fiestas no me van (ni me vienen). El único dios que, creo, adoraron juntos mis viejos, fue Gieco. Por él me pusieron León. Por él y por mi abuelo Miguel, que era trotsko. Las reuniones son para comer con la familia y darse regalos... y tener que escuchar siempre las mismas boludeces...Vivo con mi mamá y el marido; mi viejo vive en Moreno, con su mujer. Tengo dos hermanas, una por cada lado; con la que convivo me llevo bien, con la otra pibita, ni bien, ni mal. Voy a la casa de mi viejo cuando no tengo nada que hacer. Es lo que él me dice: “vení cuando no tengas nada que hacer”, y es lo que hago. Esa navidad decidí cambiar el cassette de boludeces: la pasé en la casa de él. Se ve que les cayó bien, y agradecidos, me dieron unos mangos. No era mucho, pero me alcanzaba para darme el gusto de mi vida.Es cierto que la psicóloga insistía: que siga con la música, que por ahí se canaliza. Y con la poesía, que siga con la poesía: eso me lo decía la de Literatura, si hasta me hizo participar de un concurso y acertó, porque al poema me lo publicaron... Y este grupo me re cabía, por la música −rocanrol del bueno, prolijito−, pero sobre todo por las letras, bien de acá, que les pegaban a toda la sociedad.
Que la idea sea el sol, que al milagro lo cambieny se haga verdad.
El calor apretaba. Subí al 86. Venía repleto de pibes. Por los cantitos y las banderas podía darme cuenta de qué barrios o de qué clubes eran, pero ahí no se hacían diferencias: nos unía esa vibración común que da el rocanrol. Minitas, unas cuantas, porque el rock no tiene sexo y esta banda prendió fuerte. Un flash. Ni a palos me la iba a perder.Y sí, yo estaba contento. Habíamos quedado con unos chabones en hacer la previa en El Lavadero, estar ahí unas horas antes, y disfrutar. Birra, amigos, charlar de fútbol, de minitas...  y el recital ¿Qué más?Eran las siete de la tarde cuando me bajé del colectivo. Cuatro horas después, a las once de la noche, el bardo, el humo, las sirenas, el infierno, la fisura que no cierra. Los que nunca volverán.Desde ese día me cuesta subir a los colectivos. Cierro los ojos cuando paso por Once. Y las pesadillas se repiten.Pero a las siete de la tarde del 30 de diciembre de 2004 yo tenía diecisiete años, estaba tranca, era feliz.

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