Haciendo un repaso de estos dos últimos meses, y antes de que mi mentor (el intangible Dr. Zaud) me levante el dedo de la reprimenda, retomaré a partir de hoy la historia de la Cultura Gótica, recreando los datos y citas del exquisito investigador Gavin Baddeley.
Con ustedes… ¡El Principio!
¿Qué es lo Gótico?Gótico. Esta palabra designa algo más que una joven subcultura, una tribu urbana, una estética siniestra o un género literario. Alude también a un enfoque filosófico “una visión del mundo”, según dijo el novelista irlandés J. Sheridan Le Fanu, en su libro “Las criaturas del espejo”; es el cosmos en negativo, invertido: lo extraño y espeluznante son sólo lugares comunes, mientras que el día a día es algo en verdad misterioso y extraordinario. Aquí, lo oscuro y lo amenazador poseen un irresistible encanto, mientras que la normalidad y la vida acomodada sólo prometen hastío y decadencia. Los polos opuestos que son el sexo y la muerte están unidos en un exquisito matrimonio grotesco. La inocencia y la virtud son atesoradas sólo como un pergamino virgen, sobre el cual se pueden escribir los signos del pecado con gruesas pinceladas de sangre y oscuridad de medianoche.
Es ese mismo mundo crepuscular que, entre autodestructivos ataques alcohólicos, describió el maníaco depresivo poeta victoriano James Thomson en su doloroso y largo poema The City of Dreadful Night, de 1874. Es ese mundo de tinieblas y pesadillas que Thomson usa como metáfora de un infierno que se esconde bajo la superficie de la ciudad y también del espíritu. Un siglo después, el periodista Luke Jennings exploró esta misma metafórica metrópolis de la medianoche en un artículo de 1999 publicado en el periódico londinense Evening Standard. Como escribió Jennings, si durante el día la industriosa ciudad representaba la “mente consciente”, la ciudad nocturna representaba su “subconsciente”. No obstante, como la psique o cualquier otra incontrolada región humana, la ciudad nocturna era un lugar peligroso y temible. Dejando al margen los trances como los robos, la sífilis y los chantajes, el transeúnte de aquellas oscuras y apartadas calles podía fácilmente encontrarse cara a cara con su propia verdad.
La ciudad de la atroz noche, sombra de nuestro mundo actual, no se limita a una época o a un lugar. Es ese Londres victoriano embrujado por la niebla, temeroso bajo el cuchillo de Jack el Destripador. Es el París de fin de siècle un glorioso infierno bohemio de burdeles y clubes de opio y hachís, donde los libertinos y los poetas se reunían para brindar por su propia condenación. Es el Berlín de los años veinte, donde borrachos de ojos enrojecidos bailaban y bebían en su intento desesperado de ahogar el acechador sonido de las botas militares. Es ese Los Ángeles del último tercio del siglo XX, la “Ciudad de la noche” de Jim Morrison, una fábrica de sueños más bien proclive a producir pesadillas.
Ese reino del crepúsculo es, precisamente, el de las noches previas a la “caída del muro”, el que yo misma he presenciado, en la ciudad de Berlín de 1989.