Envueltos en siglos de historia y tradición antiguas, los valores y la estética góticos ponen de manifiesto una pasión por los extremos. Con ésta entrega, siempre siguiendo las palabras de Gavin Baddeley, estamos avanzando un poco más en la genealogía de lo Gótico, hasta encontrarnos con su primo hermano: el Romanticismo, como fantasmas de la máquina de la cultura que se niega a descansar...
Los primeros escritores góticos de finales del siglo XVIII y principios del XIX manifestaron su gusto por lo que uno de ellos, Horace Walpo1e, denominó «nostalgia» de las ruinas góticas y la superstición medieval. Era un tipo de nostalgia perversa, y Wa1po1e resaltó que «no había sabiduría comparable a la experiencia de reemplazar lo que se denomina realidad por los sueños. Antiguos castillos, antiguas pinturas, antiguas historias y el murmullo de ancianos hacen a uno retroceder hacia otros siglos que no engañan...». Walpo1e, harto del «mundo real» y cansado de sus contemporáneos vivos, concluyó: «A los muertos se les agotó la capacidad de engañar; ahora, se puede confiar en Catalina de Médicis». (Catalina de Médicis fue una reina francesa del siglo XVI cuyo nombre se convirtió en sinónimo de oscura ambición, falta de escrúpulos e implacable conspiración.) Wa1po1e y sus imitadores solían escoger una versión mítica y afectada de la Europa medieval para escapar de la sociedad de la época; del mismo modo, muchos goths del siglo XXI optan por una versión mitológica de la época victoriana para dar vuelo a su imaginación, mientras otros exploran un cierto futurismo también sombrío y amenazador, denominándose a sí mismos como «cibergoths» o «cibergóticos».
Disfrutar de lo monstruoso sigue siendo algo así como un misterio, un misterio que preocupaba a los críticos de las primeras novelas góticas. Los novelistas góticos encontraron una justificación parcial de su obra en un breve tratado de 1756, obra del político y filósofo Edmund Burke, titulado Indagación filosófica sobre el origen de nuestras ideas acerca de lo bello y lo sublime. Burke llega a la conclusión de que existen dos ideales opuestos: por un lado, nos atrae la belleza tradicional, cuyo orden está asociado a la cultura clásica; por otro, nos sentimos atraídos por lo que se denomina «sublime», aquello fantástico y sobrecogedor que fue asociado a la cultura gótica. Un claro de sol en el bosque puede describirse como algo hermoso, mientras que un cementerio desierto en medio de una furiosa tormenta ejemplifica lo sublime. La belleza provoca el placer del observador, pero lo sublime genera inquietud y sobrecogimiento. «Cuando el peligro o el dolor aprietan demasiado, son incapaces de causar placer alguno, son simplemente terribles», escribió Burke, «pero cuando están a cierta distancia, y con ciertas modificaciones, pueden ser, y son, maravillosos, como podemos experimentar cada día».
Las teorías de Burke alimentaron una creciente moda por lo sublime y lo siniestro entre la sociedad británica de fines del siglo XVIII y principios dél XIX. Los turistas de clase media que visitaban las agrestes zonas montañosas y las abadías en ruinas temblaban ante la idea de que los ladrones, los espíritus o los lobos pudieran estar a su acecho en las cuevas y los bosques.
Los aristócratas terratenientes decoraban sus propiedades con siniestros y disparatados motivos burlescos de estilo medieval, consiguiendo crear una sensación de oscuro y pintoresco misterio, mientras que los entusiastas menos adinerados se contentaban con beber la sangre de las novelas góticas que aparecieron después del castillo de Otranto, de Walpole.
La pasión por lo gótico pronto cruzó el canal de la Mancha y llegó al continente europeo. En 1832, una publicación francesa de moda, Flánelir Parisien, comentó: «Tenemos comedores y salones góticos, y ahora la gente quiere que todo el edificio sea gótico, con calabozos, almenas, puentes y verjas levadizas». Pero, a medida que los símbolos del movimiento gótico se ponían de moda, también se convertían en algo cada vez más corriente y vulgar. Las novelas góticas pasaron de moda, y la arquitectura gótica pasó a ser admirada sobre todo por sus cualidades de solidez y fuerza, así como por ser un estilo específico del norte de Europa, en oposición al estilo clásico del sur del continente. Hacia mediados del siglo XIX, los adinerados patrones británicos que encargaban la construcción de edificios neogóticos sentían que estaban adoptando una postura patriótica más que subversiva.
A medida que el poder subversivo de la estética original del gótico se esfumaba, surgía una nueva generación de inconformistas bajo la denominación de «románticos», movimiento al principio poco definido que surgió en el siglo XVIII. En más de un sentido, los movimientos gótico y romántico originales representan dos corrientes de la misma oscura ola cultural. Los románticos más extravagantes (tales como el transgresor aristócrata y poeta George Gordon, más conocido como Lord Byron) se valían de los saturninos antihéroes de la ficción gótica como modelos de conducta, a la vez que recreaban los siniestros escenarios imaginados por primera vez por Walpole y sus imitadores.
La narración de Horace Walpole El castillo de Otranto, que suele ser considerada la primera novela gótica, fue publicada en 1764, dando origen a una larga e influyente tradición. A pesar de esto, no es una obra en absoluto espectacular. Incluso algunos lectores entusiastas, como Jennie Gray, de la Gothic Society (1990-1998), se ha detenido a pensar en «el impresionante grado de influencia que esta débil y algo aburrida fábula ha tenido».
Seguramente, muchos lectores actuales de esta anticuada novela estarán de acuerdo.
En algún momento, Wa1po1e explicó que se había inspirado en una pesadilla en la cual «yo estaba en un castillo antiguo (un sueño bastante lógico para una cabeza repleta de historias góticas como la mía) y, en la baranda más alta de una gran escalera, había una mano gigante enfundada en su armadura. Esa misma noche, me senté a escribir, sin saber lo más mínimo qué pretendía decir o contar. La obra fue surgiendo de mis manos... Estaba tan ensimismado por el relato que lo terminé en menos de dos meses».
La historia es ésta: El castillo de Otranto es un relato de intrigas políticas de la Edad Media, con un villano principal, Manfred, que intenta usurpar el trono del mítico reino italiano de Otranto. Pero, Manfred se verá obstaculizado por los más sobrenaturales sucesos; el más sorprendente de ellos es una lluvia de enormes miembros y extremidades enfundadas en armaduras y cascos que, proveniente del cielo, parece tener como objetivo aplastar y aterrar a la familia y a los sirvientes de Manfred. The Critical Revieu, un periódico de la época, criticó al autor diciendo que «en este momento, la publicación en Inglaterra de cualquier obra compuesta por materiales tan espantosos es un fenómeno que no se puede explicar». Pero la crítica estaba en minoría, y la extraña novela de Walpole causó sensación entre un cierto grupo de lectores.
Su principal novedad radicaba en su evocación de las contradictorias emociones de terror y pena. Este uso radical del contraste radical es la característica decisiva del arte gótico clásico: luz y sombra, bueno y malo, sexo y muerte. Así, en la literatura gótica, el realismo y la construcción verosímil de los personajes no tienen mucha importancia en comparación con el efectismo; este tipo de narrativa ha estado marcada, además, por un decidido énfasis en el estilo en detrimento del contenido. El estilo literario gótico se convirtió, de alguna manera, en una fórmula muy popular, y, hacia 1797, un comentarista de la época observó:
«Los fantasmas de Otranto han propagado su especie con una fecundidad inigualable. Su prole está en cada librería».
Hasta la próxima...Copyright by Susana Inés Nicolini. Todos los derechos reservados