‘Jesús instaura su Iglesia, pone a Pedro a su cabeza y le confiere el poder de la infalibilidad.’
(Mateo 16:17-19)
La frase del encabezado, para nuestras mentes contemporáneas suena fuerte, despiadada e irracional. Y asi es.
El cristianismo, desde que fuera despenalizado por Constantino a través del Edicto de Milán en 313 y posteriormente adoptado como religión oficial del Imperio por Teodosio, con el Edicto de Tesalónica a finales de aquél siglo, pasó de perseguido a perseguidor. Y en esto fué implacable. La intolerancia hacia quienes no comulgaban con sus creencias fué la tónica y alimentó las hogueras que ardieron a lo largo y ancho de Europa. La iglesia Católica no aceptabas disidencias ni menos otras formas de llevar la fé como no fuera la que ella a través de los papas dictaminaba como única,verdadera y válida.
Cada vez más alejada del mensaje que originalmente llegó a través de Jesús de Nazaret, quien en parte alguna de sus enseñanzas instituyó iglesia, ritos o jerarquías, además sumida en un continuo batallar…
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