Laura me mira y sonríe. Hemos llenado la bañera y estamos sentados uno frente a otro, mis piernas colocadas por fuera de las suyas. Ambos las tenemos encogidas aunque la bañera es enorme pues de ese modo podemos abrazarnos. Me digo mentalmente que esto en casa no podemos hacerlo pues la nuestra es pequeña, comparada con esta.
Coge la ducha y me echa agua por la cabeza. He cerrado los ojos pero sigo viendo en mi mente su cálida sonrisa. Hacía tantos años que no nos bañábamos juntos, que había olvidado lo que era sentirse así. Son un cúmulo de sensaciones las que me invaden: felicidad, excitación, calidez, complicidad, incluso paz interior.
Me echa champú y frota con suavidad mi cabello. Siento que lo hace con amor. Porque sí, se puede lavar la cabeza con la ternura, como ella lo está haciendo. Tengo ganas de decírselo pero, envuelto en tal estado de relajación, creo que rompería la magia del momento con mis palabras, aunque se las susurrara al oído.
- Cierra bien los ojos, amor, no vaya a caerte champú. Lo hago con cuidado pero podría suceder y te escocerían.
No digo nada, solo aprieto con fuerza los ojos y sigo imaginando a Laura y su cálida sonrisa.
No manteníamos relaciones sexuales desde..., bueno, desde hace tanto tiempo que era doloroso pensarlo. Laura no deseaba hacer el amor, había perdido las ganas y el deseo, pese a que yo insistí en que no me importaba, que la amaba por ella y no solo por su cuerpo y que intentara entender que para mí ella era un conjunto y no solo lo que se veía. Traté de que entendiese que yo amaba su mente, su modo de vivir la vida, de sonreír ante las adversidades, su manera de sentarse en el sofá como un indio apache para ver una película y de taparnos con la manta en invierno mientras cogía una patata y me la metía en la boca, la forma en que pelaba las manzanas sin que la piel se rompiera y cómo sonreía victoriosa cuando lo lograba, su timbre de voz cantarín, sus costumbres culinarias, incluida la de caramelizar con el soplete de cocina el arroz con leche... tantas y tantas cosas me gustan de Laura...
Incluso le dije que la adoraba, lo cual es cierto. Pero ella estaba asustada y, en cierto modo, yo entendía que se encontrara así. Por eso mi labor era vencer ese estado, haciendo que se viera como yo la veía y no como se veía ella cuando se miraba al espejo.
La primera vez que me dejó que la mirase de nuevo, no solo lo hice, sino que la contemplé como si su cuerpo me hubiera dejado hipnotizado. Siguió pareciéndome bellísima y mi imagen no cambió ni un ápice. Mi deseo nohabía desaparecido, al contrario, al verla así, desnuda ante mí, creció en mi interior. Y así se lo dije, mientras paseaba con suavidad mis manos por su desnudez. Yo estaba detrás de Laura, desnudo, excitado y acariciándola. Ella no apartó la vista de nuestra imagen en el espejo y, por primera vez en mucho tiempo, volví a verla sonreír. Sentí un hormigueo por todo mi cuerpo cuando Laura abrigó mis antebrazos con los suyos, en un abrazo. Permanecimos así durante mucho tiempo, hasta que hice que se girase y nos besamos. Contemplé su espalda en el espejo del baño, la curvatura que conducía hasta sus maravillosas y redondas nalgas y la abracé. Vi mi rostro y mi sonrisa. Acaricié su cuerpo, mis manos se perdieron en su cabello y, en ese mismo momento y a la vez, comenzamos a llorar. En esa ocasión me pidió paciencia y no hicimos el amor.
Yo sabía que vería maravillosa a mi mujer siempre, con el transcurso de los años lo seguiría siendo para mí, como lo había sido desde el día en que la conocí. También sabía que Laura me amaba. Solo era cuestión de tiempo que ella también se amara de nuevo. Y en aquel compás de espera, llegó la fecha de su cumpleaños. Cuarenta y dos. No se cumplen todos los días, mi amor, comenté mientras agitaba los billetes de avión en la mano como si fueran un abanico. En parte lo eran, un abanico mágico, que traería de nuevo a mi mujer de vuelta a casa. Ella me miró con cierta extrañeza cuando le mostré aquellos billetes. No soy un hombre detallista, lo reconozco, pero desde hace un tiempo, desde que pasó esto para ser exactos, me estoy replanteando muchas cosas en mi vida. Serlo más con Laura es una de ellas. Otra, y no menos importante, es el haber tomado conciencia de que estamos aquí de paso, que vivimos un tiempo limitado y que el hoy es lo que cuenta pues el futuro es lo que el término lleva consigo, ni más ni menos: incertidumbre. Damos un valor extraño a las cosas, a las palabras, a los sentimientos, a todo en general. Esto lo he visto claro cuando creí que iba a perder a Laura. q ¿Qué haré si eso pasa?, me planteé. La fortuna me dio la oportunidad de no tener que averiguarlo y por eso compré aquellos billetes de avión, pese a que nuestra economía no está muy boyante, que digamos. Pero, como ya he aprendido la lección de que el presente es lo que importa y que ya veremos qué haremos mañana, ahí estaba yo ante Laura, agitando los billetes nervioso e ilusionado.
Y aquí estamos, en Ibiza. En Madrid se pasean los pinguinos por las calles y en esta maravillosa isla luce un sol de película. Nos hemos dado el primer baño en la piscina del hotel, sin siquiera deshacer las maletas y ahora nos estamos bañando en una bañera en la que, pese a su tamaño, estamos agradablemente encogidos, piel con piel, alma con alma. Ah, me he saltado la parte que tanto esperaba desde hacía seis meses y que, a juzgar por cómo ha sucedido todo, tanto deseaba Laura que sucediera, pese a sus miedos e inseguridades.
- No te recordaba así, Carlos...
- ¿Y cómo es ese así, mi amor?
- Tan apasionado.
- Bueno, no te acostumbres.- Sonreí.- He estado a pan y agua unos cuantos meses y es normal...
- Te quiero mucho. Gracias por esperarme. A propósito, ¿sabías que la habitación tenía frente a la cama el armario con este espejo tan grande?
- Ni idea, te lo juro. En las fotos de la web donde reservé el hotel no aparecían las habitaciones con cama de matrimonio.
- Pues qué casualidad. He tenido que ver mi imagen todo el tiempo mientras lo hacíamos... He tenido que ver... esto...
- Laura, nena, esta eres tú. Y la imagen que yo veo es la de una mujer preciosa.
- Mi pecho, Carlos, mi pecho... ya no está.
- Pero estás tú, estamos aquí, somos ahora.
- ¿Me amas?
- ¿Lo pones en duda?
- No, pero necesito que me lo digas, en este momento más que nunca.
¿Cómo no amarla, cómo?
Además de repetírselo mientras besaba todo su cuerpo, mientras la habitación parecía repetir con un suave eco, todas las veces que pronunciaba "te amo", como una cantinela, hemos vuelto a hacer el amor. Entrando suavemente en ella, no he parado en susurrar su nombre en su oído, de repetir que es hermosa. Y así hemos llegado al orgasmo, por segunda vez. Ahora, mientras Laura lava mi cabello y, con este sencillo y a la vez tierno gesto me demuestra su amor, mi cuerpo vuelve a responder. Regresa el deseo, incontrolado, frenético, como un torbellino, imparable... El agua aún está tibia y, antes de que se enfríe, quiero volver a amarla...