"El problema de los adultos era que siempre pensaban como adultos. Tenía gracia. Los niños nunca habían sido adultos y, sin embargo, sabían perfectamente qué estaban pensando los mayores, mientras que los adultos habían sido niños durante años, pero jamás podían conseguir pensar como niños." La Huida de Nathan por John Gilstrap.
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¿Te has encontrado alguna vez en la necesidad de elegir un libro para un niño? (Con permiso de nuestros ministras y nuestras ministras, voy a utilizar el masculino genérico para hablar tanto de hombres como mujeres) Pues te puedo asegurar que no es una tarea fácil. Los Reyes Magos deben plantearse la posibilidad de presentar su renuncia cada vez que un niño, seguramente animado por sus padres, escribe en su carta el término libro, así, en general. "Quiero la PSP 2 turbogeneration, un mp4 marca apple, la camiseta del Valencia con el nombre de David Villa a la espalda... y un libro".
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Y es que, aunque hay cientos de libros para el público más joven, no todos cumplen los requisitos mínimos para agradar a estos supercríticos literarios.
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Me gusta la literatura juvenil, quizá porque de pequeño casi no leía y ahora siento la necesidad de llenar ese vacío. Recuerdo cuando, hace un par de años, leí un libro de Los Cinco para ver si podría interesarle o no a alguno de mis alumnos. Al terminarlo pensé: "¡qué lástima no haberlo descubierto antes!", porque, aunque me duela reconocerlo, ahora ya me pilla mayor y, en mi opinión, la serie de Los Cinco es una de esas que solo disfrutan realmente los niños.
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Pues, como decía más arriba, siento interés por la literatura juvenil y procuro estar más o menos al día de los últimos títulos que llegan a las mochilas de los chavales. Siempre que veo en algún periódico, revista o suplemento cultural algún artículo sobre literatura infantil y juvenil, le echo un vistazo y, con mucha frecuencia, encuentro que los libros que suelen leer los chicos que conozco ni siquiera aparecen en la lista de obras de mayor relevancia que ofrecen esos estudios o que, si se los cita, no pocas veces es de un modo desdeñoso, como simples productos de mercado que han llegado a los niños gracias a la publicidad, pero que contaminan el valioso archivo que nos han dejado los escritores de épocas pasadas.-Sinceramente, no estoy de acuerdo con esas clasificaciones ni con esos prejuicios. Es solo una opinión personal pero, al fin y al cabo, para eso tengo un blog, para escribir mi opinión, que puede cambiar si alguien me da argumentos razonables, ¡no al inmovilismo!-Como se suele decir: "los niños son niños, pero no tontos". Como pone en la cita que he escrito al principio de este comentario, a los adultos nos suele costar saber cómo piensan los niños, y por eso, es fácil que caigamos en estereotipos anticuados o simplificaciones.-Las historias de flores que hablan y de osos traviesos están muy bien para chavales pequeños, incapaces de seguir una trama mínimamente compleja. Pero, a partir de los nueve o diez años, aunque depende de cada caso, los niños que son lectores habituales ya están preparados para dar un gran salto en el mundo literario.-Es cierto que algunas editoriales lanzan libros de baja calidad en busca de un éxito fácil. Es como un cóctel de contenidos seguros, que bien frío y agitado, llamará la atención de una parte del sector juvenil. Pero los supercríticos, es decir, los niños, no se dejan engañar tan fácilmente y esas obras son como la canción del verano: se ponen de moda dos meses y luego pasan al olvido. No me parece justo, sin embargo, etiquetar de este modo a Best-sellers juveniles que han triunfado en los últimos años, pero que tienen una consistencia mucho mayor que esos "corta y pega" a los que me refería hace un momento.-He leído Harry Potter, del primera al último, las tres primeras partes de Eragon, casi todo lo de Laura Gallego, Carta al Rey, el Príncipe de los Ladrones, Corazón de Tinta... Y me parecen todos unos grandísimos libros, que además tienen el don de gustar a mucho chicos. Sus autores han vendido millones de ejemplares, llenando de entretenimiento las horas de jóvenes y no tan jóvenes. Y, además, son nuestros contemporáneos. Son libros serios, con argumentos más o menos complejos y personajes bien construidos. Y si sus autores han visto crecer sus ingresos de la noche a la mañana, mejor para ellos, se lo merecen. -Además, algo tendrán cuando estos libros, que clasificamos como juveniles, consiguen captar la atención de lectores mucho más maduritos, entre los que me incluyo. Que el protagonista sea un niño no quiere decir que sea un libro sólo para niños, y que se trate de una historia de fantasía, tampoco. Dos ejemplos: Huckleberry Finn y los Viajes de Gulliver. El primero es una de las obras más relevantes de la literatura americana, cargada de simbología y crítica social. Y el segundo es todo un panfleto político que pone de vuelta y media los distintos regímenes de gobierno.-Algunos padres insisten en que sus hijos lean los mismo libros que leyeron ellos de pequeños, no me parece mal ni mucho menos. Pero debemos comprender que cada época tiene su estilo, y lo que gustaba hace veinte años no tiene porque gustar ahora. Los clásicos seguirán siendo clásicos, de ahí su nombre, pero quizá un niño tenga que leer muchas novelas más simples antes de ser capaz de apreciar uno de esos grandes libros; lo contrario sería como obligar a un bebé a comerse un chuletón de kilo.-Una última reflexión para finalizar: he tenido la suerte de conocer a varios chicos que podríamos calificar de superlectores, devoran libros a una velocidad difícil de igualar. Por qué será que estos chicos, pese a tener 12 ó 13 años, aunque disfrutan con libros juveniles, enseguida dan el salto a una literatura más propia de adultos. Quizá sea porque, en realidad, lo que diferencia a un lector joven de un adulto no son tanto los gustos como el entrenamiento. Un libro juvenil no tiene que ser simplón, sino asequible.