Ayer tocaba Blue velvet (David Lynch, 1986). Se proyectaba en una de las dos salas del cine, la llamada salle Audrey, a la que se accedía por un sinuoso y estrecho pasillo. Con capacidad para 66 personas y decorada de terciopelo azul, irónica coincidencia, se convirtió en el marco ideal para contemplar esta obra maestra.
Porque me quedé pasmado. Me esperaba una locura más del tipo Mulholland Drive o Inland Empire, pero no. No tiene cortes temporales y se puede seguir perfectamente sin romperse la cabeza buscando si en la película es ayer, hoy o mañana. Pero esto no le resta atractivo, y la locura viene por otro lado: la historia.
En resumidas cuentas, Jeffrey Beaumont (Kyle MacLachlan), un joven de una ciudad provinciana de EE.UU. encuentra una oreja cuando vuelve del hospital de ver a su padre. La lleva a la policía, que le intenta apartar del caso, pero él conoce a la hija del detective, Sandy Williams (Laura Dern), que le da una pista: Dorothy Vallens (Isabella Rosellini), una cantante de un bar de noche especializada en la canción Blue Velvet.
Una frase nos conduce de lleno a la trama. Sandy le pide, intrigada, a Jeffrey: Todavía no sé si eres curioso o vicioso. Después de eso, Jeffrey entra en casa de Dorothy y, antes de que le descubran, se tiene que esconder en el armario, desde el que ve algo que le marcará. Lynch nos hace voyeurs, como al pobre e inocente Jeffrey. Somos testigos de un acto macabro y violento, de la entrada en un mundo oscuro, bajo, salvaje e inhumano. Pero nosotros lo hemos querido, como el protagonista, y tenemos que asumir las consecuencias hasta el final.
A partir de aquí, Jeffrey se encuentra arrollado por una intriga y dos mujeres. Sandy, rubia, y Dorothy, morena. La rubia representa el mundo angelical, bello, relajante, del amor; la morena es lo oscuro, el vicio, la perversión, la locura. Dos mundos en aparente opuestos, pero no dejan de ser dos caras de la misma moneda. No hay tal oposición, las dos son una misma persona, pero que proyectan colores distintos.
Sólo esta historia ya es interesante y nos ofrece un buen argumento para disfrutar. Pero los genios destacan, y Lynch sabe aportar las dosis necesarias de humor. El humor es vital en esta película. Situaciones absurdas y diálogos hilarantes se encadenan a las escenas más bestias y retorcidas. Es impresionante cuando en el clímax de una película, negra como ésta, el director consigue que toda la sala se parta de risa.
Si a esto le añades unas actuaciones destacables (el malo de la película, interpretado por Dennis Hopper, es increíble) y la música de Angelo Badalamenti, te encuentras que tienes una de las mejores películas de la historia.
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