Hoy hace treinta años.
Muchos o pocos, según se mire.
Aquel tío simpático, socarrón y puñetero se casaba.
Con sólo veinticuatro años- algo impensable hoy día- decidió dar el paso más importante de su vida y unirse a una mujer sensata, guapa y algo tímida que le tenía sorbido el seso y había conseguido arrobarle y ponerle los pies en la tierra.
Se casaban mis hermanos- porque a estas alturas de la vida ambos lo son, que no sólo la sangre lo determina- enamorados como dos becerros, ilusionados y dispuestos a afrontar lo que la vida quisiera depararles.
Mariam
Y todos nos embarcamos de un modo u otro en aquel proyecto de vida, porque Mariam pasó a ser parte de nuestra familia, una familia bien avenida aunque acostumbrada a los gritos, puñeterías de unos a otros y algo más movida y escandalosa que la suya.La ilusión por la boda nosembargaba a todos.
A mi madre porque se casaba su primogénito -con una chica estupenda, oye- a mi padre porque por fin veía al nene sentar la cabeza con una chica sensata además de guapa, lista y empollona. A mí porque me lo quitaba de encima y ya no me haría más la puñeta y tendría el baño libre a la hora de irme a la Facultad, jeje. A Begoña porque ya no tendría al que la llamaba "morruda" todos los días sentado a la mesa para fastidiarla y a Guillermo porque se quedaba la habitación para él y podría poner la música que se le antojara. A Teteta, nuestra otra madre, porque "mi Ángel", el grande como ella le llama, se casaba con la Mária como le dice y su Ángel es su ojito derecho.
Nos hacíamos mayores, adultos y la boda de Ángel y Mariam fue el pistoletazo de salida hacia la nueva vida que nos esperaba a todos los veinteañeros de entonces.
Una vida en la que debíamos renunciar al "dolce far niente y convertirnos en adultos de verdad no sólo en aspecto físico.
Ellos fueron los primeros y nos iban a servir de ejemplo.
La casa un caos.
Mamá se afanaba en enseñarle a bailar un vals que el muy patoso interpretaba con más voluntad que gracia. Begoña y yo emocionadas con nuestros vestidos de noche cual Cenicientas reconvertidas en princesas...y mientras Chiqui se mordía las uñas en los USA tratando de sacar el COU con el éxito que no había conseguido en el BUP (y vaya que lo sacó); el pobre no pudo venir.
Dispuesto para el gran momento
Y todos con nuestras mejores galas nos dispusimos a dar el paso con ellos.
¡Que guapos y jóvenes Willy y mamá! y yo que horrenda
Han pasado treinta años.
De alegrías. De novedades, tres novedades que nos abrieron un mundo nuevo. Tres chavales que le dieron a Mariam los peores momentos que un embarazo puede dar y que han sido la alegría de su vida.
Es una madre estupenda, consentidora un rato, que vive por y para su familia y que con los años ha perdido aquella enfermiza timidez que la llevaba a sentarse en el sofá, sábado tras sábado, a ver la tele con Willy, cogida de la mano de su novio y con su preciosa melena tapándole la cara como si eso consiguiera hacerla invisible para los que allí estabamos.
Ha habido buenas y malas épocas, pero nunca les faltó lo más importante. Dinero en muchas ocasiones, aunque también les sobró en otras; hubo momentos en que los problemas parecía que iban a superarles pero fueron ellos los que los superaron apoyándose el uno en el otro y en las familias. Momentos verdaderamente graves que han quedado olvidados como un mal sueño.
Ahora la vida les sonríe porque gracias a su tesón y a lo persistentes que han sido la fortuna les ha vuelto a dar la cara.
Treinta años que les han pasado como un soplo, en los que han aprendido a ser padres, a ser mejores hermanos, a ser los mejores hijos -que es lo que nos pasa cuando somos padres, porque es cuando realmente apreciamos lo que ellos hicieron por nosotros- que les han dado alegrías y penas y que las han vivido con todos los que les rodeamos.
Y esto es solo el comienzo.
PD: No perdí la esperanza de que mi Santo pudiera venir. Pero no pudo ser. Se quedó arrestado en banderas por haber salido del cuartel a examinarse de Derecho Financiero. ¡Capitán Pina nunca olvidaré tu nombre!