-¿Qué, un cafecito?
Palabra de honor que todo lo que se hace con la pregunta previa: "¿Qué, un cafecito?" esta destinado a ser un éxito y es que esta era la pregunta, no, mas bien la frase preferida de Don Rosalio.
Don Rosalio, "Chalio" pa' los cuates era un señor entrado en años y muy bonachón. Con bigote mal cortado, manos ásperas como lijas, un prominente abdomen que oscurecía a todo lo que le proyectara su sombra y de piel carcomida por los años y mas que nada, por el sol, pues por muchos años fue jornalero en el otro lado, en los Estados Unidos, pues. Ese es Chalio.
-¿Qué, un cafecito? -pregunto Chalio a Don Nabor, -¡vamos por un cafecito, Nabor! - exclamo efusivo Chalio.
-¿Ya vas a empezar con la misma cantaleta Chalio?, ya es muy tarde para un cafecito, además, ¿Cómo para que quieres que vayamos por uno?, a mi ya me dio mi café la Martina -respondió amargado Don Nabor.
-Es que te tengo un negocio bien bueno, vamos por un cafecito y te lo cuento con calma -dijo emocionado Don Rosalio, -¡tienes poco que perder y mucho que ganar! -Dijo Chalio al amargado de Nabor.
Aquellos dos viejos amigos tomaron camino por una calle chueca (hay quienes aseguran que esto sucedió en Irapuato) y aun de piedra y se dirigieron a un desvencijado puesto que estaba un poco antes de llegar a un mercado sobre ruedas que se ponía todos los martes.
-¡Buenas tardes, Doña Cleta!
-¿Qué tendrán de buenas Chalio? -contesto refunfuñando la anciana mujer.
-No son ni las seis de la tarde y ¿ya esta de malas Doña cleta?, ¿pues ahora que le hicieron? -pregunto burlonamente Chalio.
Doña cleta frunció el ceño y se acomodo el rebozo y comenzó hábilmente a avivar el fuego de aquel bracero en el que descansaba una enorme olla de barro que contenía tan aromática infusión oriental, pero como no, mexicanizada con canela, anís, clavo, naranja y piloncillo. El aroma era tal que, a los primeros hervores, los parroquianos se reunían alrededor del puestucho para disfrutar de un cafecito de olla.
-Buenas tardes, Doña Cleta. No le haga caso a este indino. -por favor, prepárenos dos cafecitos y le pone un mucho de fuerte. -dijo Don Nabor, haciendo alusión a que le agregara un chisguete de aguardiente.
Mientras los dos viejos se tomaban su cafecito, la noche entraba sigilosa y el frio arreciaba al vaivén de los clientes, tazas de barro despostilladas y el dulce aroma del café.
-Y bien Chalio, ¿Cuál es ese negocio del que me querías hablar?
-Pues veras Nabor, se trata de venir todas las tardes por un cafecito aquí, con Doña Cleta.
-Si serás sin vergüenza Chalio, ¿yo ahí que gano?
-Nabor, Nabor, no seas negativo. Gana Doña Cleta, ganas tu y gano yo.
-¡Achis, achis, los mariachis! -¡no seas cabrón Chalio!, -exclamo Don Nabor muy enojado.
Después de terminar su tercera taza de café, Rosalio se seco los bigotes húmedos y tranquilamente le explicó a Nabor: "mira Nabor, Doña Cleta gana una venta diaria. Yo gano un cafecito y tu, pues tu te ganas mi amistad sincera".
-¡Eres un viejo cabrón y sin vergüenza Chalio! -grito enojado el viejo Nabor.
-¡A otro lado con su desmadre par de viejos! -grito Doña Cleta- me van a espantar a los clientes.
-Tranquilo Nabor, yo jamás te engañe. Te dije desde un principio que es un negocio Donde tienes poco que perder y mucho que ganar. ¿Si o no? -pregunto alegremente el sinvergüenza de Chalio.
-No po's, po's si.
-Ahi'ta. Piénsalo bien, te conviene Nabor. -agrego Chalio.
-No po's si.
-¿Qué, otro cafecito?