Que viene el lobo

Publicado el 13 noviembre 2009 por Smorenovalle
Los obispos cuando hablan dan miedo. Pero un miedo psicológico como el que viven las familias de los secuestrados en el Alakrana. ¿Y qué hacemos? Las personas nos diferenciamos de los animales en que ellos no tienen Iglesia ni tienen pensado inventarla.Y qué suerte, vaya.
La última advertencia (para entendernos: una advertencia es una amenaza por las buenas) la ha esputado el portavoz de la Conferencia Episcopal Martínez Camino para casi anunciar que su empresa se va a quedar sin clientes: flaca y tiritando. Porque la ley que ellos no quieren se va a aprobar. Y tanto.
Mete la pata Camino cuando dice que los nazis aprobaron el aborto, pero para los demás, menos txukrut que ellos; ni que empezara a tener "carta de naturaleza" en la Rusia de Lenin. Hubo un tiempo en que la Iglesia no consideraba humano un feto de cuarenta días, porque entonces el aborto no estaba despenalizado. Qué sufriría Sixto V para arrepentirse después y declararlo un crimen a cualquier edad.  En qué quedamos. Y qué cosa más rara que hasta el siglo XII los curas podían hasta casarse (pero no entre ellos).

                                                                                                             ¡Que viene el lobo, que viene el lobo!
Camino es que sale a hablar con cara de necrológica. Lo que daba miedo de ese anuncio, digo, era el tono. Parecía que Gregorio IX se le hubiera parecido en una noche de sueño episcopal para dictarle la nota venenosa sobre "herejías", "pecados públicos mortales" y "excomuniones".
Como muy bien sugiere Fernando Vallejo en La puta de Babilonia, yo sólo espero que los israelíes estén guardando todas las bombas atómicas para plantarlas un día en el vaticano a ver si crecen y dan flor. Ese día estaremos todos contentos. Ellos porque al final verán cómo se cumple la destrucción del templo que pronostica el libro colectivo de Daniel, porque hasta ahora nada de nada, ni un crujido en la madera. Y nosotros porque no tendremos que escucharlos más.
Pero antes de que pase nada de eso, también espero que algún día el Tribunal Internacional de La Haya decida juzgar a los purpurados y ensotanados por sus crímenes. Y aquí no se incluye a los que en realidad creen lo que dicen y se dedican a repartir su vida para hacer un poco más digna la de otros.

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