De noche llegué a Quebec, o tal vez no era tan tarde pero la oscuridad me hizo pensar que era así. En fin, luego de un trayecto agradable en tren desde Montreal, arribé a la ciudad de Quebec y lo primero que vi fue su carismática estación del tren, un preámbulo de lo que vería en los siguientes días, una ciudad que guarda tras sus muros un pedacito de Europa en plena América.
Quebec es la única ciudad amurallada en el norte de América, se encuentra en la Provincia de Quebec en Canadá y es Patrimonio de la Humanidad desde 1985. Su muralla tiene 4 enormes puertas y dentro de la fortificación hay una riqueza arquitectónica maravillosa, casas, iglesias, antiguos edificios que hoy son museos, tiendas, galerías, pequeños hoteles, restaurantes y también alguna que otra casa habitación.
Una de las iglesias más bellas que vi en la ciudad fue la basílica catedral Notre-Dame-de-Québec, que está imponente frente a una plaza y desde ese punto se admira mejor. Pero más allá, está el emblemático Château Frontenac, dominante y presente como un todo en esa zona, pues sus torres se pueden ver desde lo lejos y desde diversos puntos de la ciudad, hoy este castillo es un lujoso hotel a donde se hospedan personalidades.
Y si de lugares históricos hablamos, entonces me llega a la mente la amplia y preciosa plaza des Champs-de-Bataille, que fue donde se enfrentaron las tropas inglesas y francesas en 1759, pero desde ahí se puede tomar un respiro para admirar la parte baja de la ciudad y continuar con el paseo por la parte alta.
Recorrer el Viejo Quebec toma su tiempo, pero no porque sea muy grande, sino porque hay muchos detalles por admirar y muchos sitios para visitar, pero para tener una bella vista de la ciudad y aprovechar mejor el tiempo sin cansarse tanto, está el funicular, que comunica la Haute-Ville con la Basse-Ville, o sea, la parte alta con la parte baja de la ciudad.
Pero, si lo que buscas son galerías y ambiente bohemio, entonces puedes dirigirte al barrio Petit-Champlain, donde hay un sinfín de tiendas de arte y artesanías, además de los locales de diseñadores locales que hacen verdaderas maravillas.
A cada paso que se da por Quebec, se puede apreciar que en esta ciudad coexisten amigablemente las culturas inglesa y francesa, por un lado el idioma francés y por otro, algunos edificios con clara influencia inglesa, tan sólo por mencionar algún ejemplo.
Una de los detalles que llamó mi atención, es que en un territorio tan pequeño se cuente con tantos y tan atractivos museos. Por razones de tiempo no pude visitarlos todos, pero están el Museo Nacional de Bellas Artes de Quebec, el Museo de la Civilización, el Museo de Arte Inuit, el Museo de las Ursulinas, que me dejó impresionada y del que luego les contaré a detalle, y el Museo del Fuerte. Pero créanme, que recorrer la ciudad es como andar en un museo más amplio y vale la pena tomarse su tiempo para apreciar la belleza de Quebec con toda calma.