Quemar libros

Publicado el 28 julio 2015 por José Ángel Ordiz @jaordiz

No me gusta comenzar por el principio (insisto). Por el principio comienza la vida, y luego, además de recurrir al mismo final, impera el desorden en la mayoría de sus textos existenciales, tan monótonos por lo común (insisto). Y ya lo advierte uno de los múltiples personajes de Los libros arden mal (Manuel Rivas, editorial Alfaguara, 2006): Lo importante es no aburrir.

No aburrir con jactancias o penurias. No aburrir con lo que se cuenta de palabra o por escrito.

Algunas editoriales, saturadas de manuscritos, sostienen que es mayor el número de escritores que el de lectores. Algunos críticos, cansados de leer mediocridades, estiman que es menor la calidad de los textos de autores actuales que la de los autores pretéritos. Exageran, claro. Y la exageración, en su engaño, puede beneficiar al arte (de nuevo Rivas, de nuevo Los libros arden mal), aunque se queda en puro exceso fuera de lo artístico. Exageran al desahogarse. Y podrían desahogarse sin exagerar. Sostener o estimar simplemente que se publica demasiada basura, por una u otra razón, y que esa basura resta brillo a las obras que deberían brillar más; a esas obras que solo brillarán más en el futuro, cuando el tiempo haya quemado la broza de los libros prescindibles. Pero sostener o estimar que se publica demasiada basura culparía a esas editoriales y a esos críticos, por lo que prefieren asirse a la exageración en lugar de prestar un poco de atención a las infalibles matemáticas: hay más escritores que nunca, es cierto, y por eso mismo, por simple estadística, alguno habrá entre ellos que posea la calidad de los predecesores, de los clásicos del ayer.

Entre basura descubrí yo Los libros arden mal. Por el grosor de la novela, mucho más flacas las obras anteriores de Rivas. Pensé: El gallego se ha aplicado a fondo en esta ocasión.

Sí, una delicia cada una de las noventa y pico historias entrelazadas de extensión variable y sucesión no menos desordenada que en el laberinto rayuelesco de Cortázar o en el de la vida.

Una lectora, hoy experta en leer, me preguntó cuando todavía no era tan experta: Por qué no la escribió como es debido, por qué tiró piedras contra su propio tejado con tanto desorden.

No lo sé (se pierde uno, es verdad; no hay en ella, como en Rayuela, instrucciones de uso, aunque tiene la ventaja de que es obligada la relectura, con lo que pagas lo mismo por dos, tres, cuatro libros). A Rivas no le saldría de los testículos del cerebro escribirla de otro modo, qué sé yo.

Pero hay algo que sí sé: en las guerras de todo tipo se queman libros (aunque ardan mal), y de esos libros quemados nacen otros, entre ellos los clásicos del mañana.

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