Cuando salgo de mi hotel, y paseo por los alrededores, llenos de hoteles y restaurantes, no me resisto a pasar cerca del cartel de "Pescado fresco" que luce siempre frente a una de las cafeterias, en Lamartin Caddesi. No hay vez que no me arranque una sonrisa. Me alegra el día.
Es una especie de terapia. Como canturrear. Así iba yo, canturrando, pensando en mis cosas.
Acababa de pasar, absorto, por delante de las oficinas del Instituto Valenciano de la Exportación, en Cumhuriyet, y casi me caigo por la acera, de lo ensimismado que iba. Cuando te hacen una buena pregunta, a veces cuesta dar con la solución, y hay que pensarla muy mucho.
La pregunta es clásica, si mi jefe es un cabrón, ¿cómo voy a consentir que el despido sea más barato (o gratis) y que no haya un convenio que me resguarde de su malísima maldad? Y claro, como el mundo está lleno de jefes cabrones, hay que pensárselo muy bien antes de darles ese poder omnímodo.
Partamos del supuesto siguiente: Estamos en un mercado laboral libre y flexible, es decir dónde los empresarios contratan a los trabajadores conforme a un acuerdo - o contrato - LIBRE entre ambos. No estamos sujetos por unas reglas que no dependen de ellos. Empleado y empleador fijan sus reglas.
Ahora, pongamos dos casos:
Caso A: Todo funciona de maravilla, el país crece, hay dinero, negocio y todos los días hace bueno.
Si mi jefe es un cabrón, y me putea, puedo negociar con cualquier otro jefe, un poquito menos hijoputilla, dejar a mi jefe con un palmo de narices y ponerme a trabajar en otro sitio. Si es un cabrón con todo el mundo, a lo mejor hasta se queda solo, porque se corre la voz y nadie quiere currar con él.
Con un poco de suerte, a mejor algún día, doy con un jefe que es hasta majo.
Caso B: España, 8 de octubre de 2.008, hace un par de años, por ejemplo.
La crisis empieza a sacar las uñas. Todo el mundo tiembla, pero en mi empresa, que somos flexibles, y no dependemos de una ley superior a los acuerdos empleador-empleado, nos sentamos ante la caída de ventas de nuestro producto y negociamos planes de ajuste, moviendo horas y sueldos para que nadie se tenga que ir al paro. No obstante, como mi jefe es un poco hijoputilla, ha querido despedir a unos cuantos, para saciar su sed de sangre trabajadora. Bien, tomo nota, en algún momento llegarán las vacas gordas, y entonces dejaré a mi jefe con el ya mencionado palmo de narices, y se lo contaré a todo el mundo, para que sepan de que va. Y cuando todo el mundo lo sepa, igual nadie quiere currar con él y se queda solo.
En cualquiera de los dos casos, lo que se plantea es lo siguiente, si partimos de un sistema FLEXIBLE, donde lo que existe es un acuerdo empleador-empleado, las empresas necesariamente, deberán de cuidar a sus empleados. O se largarán en cuanto tengan ocasión. Y claro, los empleados deberán demostrar su valía. (Eso a lo mejor le jode a alguno) Me gusta poner el ejemplo de los jugadores de fútbol. Si son buenos, los equipos les ofrecen mejores condiciones para atraerlos. Hay un mercado de jugadores de futbol. Debería haberlo para cualquier tipo de trabajador.
Pero claro, el sistema no es flexible y los trabajadores pierden su poder, justo donde creen que lo tienen.
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