Querer Madrid

Querer Madrid, querer a Madrid, querer por Madrid. La tierra de oportunidades, el último resquicio de esperanza para los que nos vamos de casa, para los que vuelven a ella. Madrid no engaña, no miente, quizás por eso se permite el lujo de mostrarse altanera, de reírse un poco, ponerte a prueba mientras te da un empujón que te aterriza en la Gran Vía. Asfalto, estruendo, sirenas, prisas, un bar, dos bares, mil bares, los cines antiguos, las putas tristes, el crepúsculo de los dioses.Madrid juega con la luz, manosea la luz, la crea, la esconde, la explota en mil pedazos, la eleva hasta el cielo de ese azul casi artificial, azul celeste, azul cielo, azul Velázquez, azul del programa Paint. A Madrid le salen versos, canciones, fantasmas, cuadros, fuentes y amantes. Quién no ha querido pintar, escribir, besar a Madrid. Quién no querría ser varios días al año de Madrid.Aprende a mirarla, despacio, con calma, de refilón, de arriba abajo. Mírala a través de una caña, tirada a golpes, como debe ser, a través de un futbolín, de un parque, de un libro. Mírala sola. Mírala a través de él. Mírala a la cara, cuando te descuide, cuando te arrolle con su prisa, que nunca va al compás de la tuya. Analízala desde tu estatura, desde lo bajo, recórrela desde la ventanilla de un taxi, con prisas, sintiendo como los edificios, las cúpulas, los ángeles caídos piensan casi en devorarte, inmortalizarte en la pared, en el cemento.Madrid te deja tropezar, equivocarte, perderte, descubrirte, ignorarte. Como una madre algo descuidada, que te deja en el nido, en lo alto del árbol, a muchos metros de distancia. Con unas alas pequeñas, temblorosas, asustadas ante tanta inmensidad, convencidas de que ellas solas no podrán remontar el vuelo, no podrán con tanto peso. Madrid se gira, burlona, inmensa, castiza. Ya volarás, ya.