Tus días de gloria como joven corpulento de buena estatura y cuerpo atlético habían pasado hace mucho, sin embargo lo recordaban y sentías como si lo estuvieras viviendo recién; como si fueses joven.
<> aconsejabas a tus hijos, ya adulto. Vivías lo mejor de una vida familiar. Enamorado de tu esposa toda vida, caminaste con ella mientras se sujetaban entre ustedes. Supiste mantener el amor hacia ella y ella igual.
Con su mano atada a la tuya, se sentaban a ver el crepúsculo todas las tardes en las sillas mecedoras de madera que ya estaban viejas como tú. Nunca se te olvidó amar a tu mujer, incluso después de que su corazón se parase junto a la silla que ella movía. El dolor en su entierro fue desgarrador, me dijiste.
¿Será tu turno querido Albert? Nunca dejaste de asentir.