No he sabido con certeza de qué forma dirigirme a ti, puesto que me resultas tan sumamente complejo de alcanzar que te contemplo como una utopía entrelazada entre mis trémulos dedos arrancándose con cada suspiro de agonía que me arrebata de tu lado. Eres como la cometa que el niño sostiene firmemente en la playa, hasta que un soplo de aire vence a sus pequeñas fuerzas y sus manitas se despliegan, permitiendo que el viento le arrebate su preciado tesoro. Nadie sabe dónde acaba, si alguna roca grotesca estará esperando su llegada para arañarlo con sus soeces fisuras, o si terminará abrazada por la espuma del mar hasta degradarse con el paso del tiempo… Y sumirse en la nada. Tan solo permanecerá en el recuerdo difuso en la memoria de aquel niño hecho hombre, que lo rememorará como algo turbio, sombrío, pero que le hizo feliz. O tal vez los estragos de la edad le impidan recordarlo. Y la cometa se almacenará como un dato superfluo más en la memoria desgastada de aquel anciano de mirada perdida y sonrisa cosida. Él también será abandonado. Olvidado. Ignorado. Nadie presta atención a su existencia ya florecida, mustia y sujeta al hastío de la resignación. Todos le temen por su fatigosa verborrea y sus insistentes advertencias. Sucumbirá al olvido. Al igual que estoy sucumbiendo yo.
Con mis últimas migajas de energía quería hablarte. Quería hablarte por última vez aunque los fuertes latigazos fustiguen mi ser. Creo que ya ha llegado mi hora. Llevo días sin poder ser yo, sin poder hacerte la vida más llevadera. Ya no respondo a tus llamadas. Ya no soy capaz de sentirme en tu interior. Ni siquiera sé si esto te llegará o si estaré desperdiciando mis últimas energías para conseguir a cambio un final más acelerado. Nunca quise acabar así, siempre quise permanecer a tu lado, en ese rincón de comprensión sensible que ahora está vacío, como los gritos sordos que he lanzado al vacío de tu ser durante todos estos largos y cruentos años… No he llegado a conocerte, te he sentido, pero no te he contemplado más allá de lo que tienes aquí. Y es un panorama desolador. Soy la última superviviente en esta guerra fratricida. Pero al fin y al cabo, soy parte de ti. Y si soy capaz de decirte todo esto, tal vez sea un motivo que lleve a pensar que no estás tan hueco, tan vacío como parece. Que sientes y que padeces. El problema soy yo. Es mi muerte. Mi fracaso como parte de ti. Tu fracaso. Nuestro fracaso. Partes que asesinan partes. Todos que mueren, incompletos. Una sopa de letras hueca, con vacíos devorados que jamás podrán ser devueltos al lugar donde proceden, la oscuridad.
Quería decirte. Quería decirte que has acabado conmigo. He acabado conmigo. Y estoy desenlazando algo que se predecía pero donde cabía la posibilidad. Esa probabilidad ya es nula. He sido devorada por eso. Por aquel sorbo de alcohol que penetró en tu hígado al amanecer. Seguramente esto no llegue a ningún puerto. Los médicos pretenden reavivar lo imposible. Las descargas cada vez son más feroces. No creo que logres esbozar una sonrisa más. Al fin y al cabo, este es nuestro dantesco desenlace. Algo tan banal como absurdo. Quería decirte… Que aunque no lo sepas, he estado aquí. Batallando contra tus deseos de aniquilarme. Batallando contra las copas que bebías cada noche, y que se llevaban a mis hermanos. Quería decirte… Que pensaré en ti.
Atentamente,
Tu última neurona.