Revista Talentos

Quesito rosa

Publicado el 08 diciembre 2016 por Calvodemora
Quesito rosa

A mis amigos del alma Antonio y Auxy, en el deseo de que pronto el azar, que es padre de los deseos, nos junte en una mesa camilla y podamos echar en casa, en Lucena, una noche de Trivial hasta que nos duelan los ojos. Ganará Toñi.
La idea de que no entiendas algo te hace sentir que acabas de llegar al mundo. No siempre es necesario saber, aplicar lo sabido o extender otra idea, la de que se puede confiar en ti para acometer la solución de un problema, la gestión de una empresa o la respuesta correcta de una pregunta del trivial cuando los amigos os juntáis los sábados por la tarde, en la sobremesa, contentos de viandas y servidos de licores. En una ocasión, K. me dijo que había recordado el nombre del director de fotografía de una película alemana de Fritz Lang. No sirve para nada que sepas quién fue Karl Freund, que hayas visto Metropolis varias veces y sigas teniendo la misma emoción que la primera vez, de la que te no acuerdas. Sabes decir Karl Freund, pero has suprimido de tu disco duro cómo fue ese día en el que se te presentó la oportunidad de ver Metropolis y quizá esté bien saber si fuiste con alguien con el que después podrías charlar mientras volvéis a casa o fuiste solo y, al salir, rumiaste en soledad tu asombro y tu agradecimiento. No sirve para nada que hayas leído un librito en el que Murnau cuenta cómo le fascinó el talento de Freund, haciendo recaer sobre él la bondad de Nosferatu, esa película antológica de la que tampoco posees un recuerdo exacto y anda ahí, entenebrecida por el transcurso de los años, un poco arrumbada entre otros recuerdos, como si no tuviese más relevancia. Existen muchos freunds en la cabeza, le digo a K. Muchos con los que andar el camino, aunque puedas recorrerlo sin su ayuda. No sabemos bien para qué sirve la cultura, esa parte de la cultura que te permite saber de qué estilo es una iglesia que ves en viaje por la Zamora profunda (supongo que existe una superficial y otra más interna) o en qué cuento de Borges aparecen Ariadna y Teseo. Ninguna de esas revelaciones memorísticas valen por sí mismas. Tal vez sólo son útiles si se engarzan a otras, si todas forman un mapa de la realidad, uno que se pretenda exhaustivo, en donde todo esté registrado, en el que nada haya sido escamoteado a capricho de cartógrafo. Que el expresionismo alemán te lleve de la mano a la mitología griega o que un riff en un solo de Led Zeppelin de pronto te haga recordar un cuento de Mark Twain o que la genealogía de la casa Windsor, desplegada en árbol, en un folio, sin error apreciable, valga para que entiendas mejor el auge y el decaimiento del imperio británico por el mundo y comprendas la razón (hay una) por la que una lejana isla del Pacífico sea extensión exótica de la pérfida Albion. De entre mis amigos admiro a los que se llevan quesitos rosas, verdes y azules. De ellos es el mundo, no hay margen de duda en eso. También mío cuando marro y no sé cuántas alas tiene una mariposa o si Noruega es una monarquía parlamentaria. Se va uno haciendo poco a poco de esas pequeñas bagatelas culturales. Valen poco vistas sin perspectiva: ganan cuando se en perspectiva, si se aplica una intención global y esa información contribuyera a que otra se consolidase y que de la feliz conjunción de ambas se alumbrase una tercera evidencia, una especie de hijo sobrevenido, un abrazo de la luz en su batalla continua contra las sombras. Todo ese enciclopedismo no te hace fuerte frente al mundo. El mapa, aunque parezca lo contrario, es infinito. No hay forma de que se puedan recorrer todos los caminos. No hay tiempo. Tampoco necesidad. Por eso la ignorancia (o la inocencia) te hacen sentirte nuevo, virgen, recién caído a este mundo.

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